domingo, 29 de agosto de 2010

Una chica con vitiligo


Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 29 de agosto del 2010
Su mail con faltas ortográficas me robó el corazón: solo sé que vive en Machala, se siente discriminada, observada con descaro, no quiere volver a la escuela. El vitiligo es una extraña enfermedad que hace aparecer placas blancas en la piel del rostro, el cuerpo, las manos. No es contagioso, mas, no se sabe cuál es su origen. Existe un tratamiento a base de sustancias vegetales sensibles a la luz llamadas psoralenos y rayos ultravioleta. Hace de esto unos años, me visitó una señora de gran corazón que padecía este tipo de mal. En aquel entonces empecé a indagar pero los dermatólogos no me dieron solución para doña Mercedes, me dio mucha pena no poder ayudarla. No supe más de ella.


¿Por qué miramos a veces con compasión o lástima a quienes padecen defectos en su envoltura? ¿No sería mejor entregar una sonrisa de solidaridad? Algo parecido ocurre con quienes se movilizan en sillas de motor eléctrico o de tracción manual. En el supermercado suelo detenerme, preguntar lo que sucedió: accidente, poliomielitis, fracturas, inmovilización temporal. Me cuentan que la gente prefiere ignorarlos o mirar por otro lado. Se muestran agradecidos de que alguien se interese en ellos sin ninguna clase de lástima sino más bien con el más natural afecto.


No me incomodan las manchas que ciertas personas pueden tener en la piel sino las que llevan en el alma. El vitiligo no es contagioso, podemos abrazar a una persona que lo tenga. Entre mis recuerdos están unas visitas a “niños peces” manabitas que sufrían de ictiosis. En Google, Rodrigo Robalino realizó un reportaje fotográfico a estas criaturas que tuve la oportunidad de conocer. Se trata de otro problema más serio, más molestoso. Solo recuerdo que aquellos niños eran extremadamente afectuosos. Aceptaban su condición, daban lecciones de valentía. Cuando hice reportajes donde los enfermos del mal de Hansen comúnmente conocido como lepra, sabía de igual manera que podía estrechar sus muñones entre mis manos, proporcionarles una sensación de solidaridad. Me estremece recordar de qué modo querían guardar largo tiempo mi mano entre las suyas. Al realizar una encuesta callejera acerca del sida, la mayoría de los entrevistados me contestó que no abrazarían a una persona con VIH. Debemos descartar aquellos temores infundados, desarrollar una gentileza especial para con aquellas personas que son diferentes por cualquier motivo. La discriminación, en pleno siglo XXI, es indigna de nuestra civilización.


A mi pequeña desconocida de Machala mando un abrazo desde el alma. Tiene 9 “añitos” (el diminutivo es de ella). ¿Habrá un médico lector mío que pueda guiarme? ¿Qué podemos hacer fuera de enviar cremas de cortisona (clobetasol) e Hidraderm recomendadas por internet? Por lo pronto es todo lo que se me ocurrió hacer. Si bien es cierto que no podemos solucionar todos los problemas que vemos alrededor nuestro, la preocupación que mostremos podría ser un bálsamo para el alma aunque no cure las manchas del cuerpo. Las personas con VIH se sienten abominablemente solas. Nos han dado ternura para compartirla, mente lúcida para utilizarla. Somos simplemente seres humanos, el amor es uno solo.
Foto de: Amaury Martinez
Fuente: Diario el universo

domingo, 22 de agosto de 2010

Hermano Federico


Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net


domingo 22 de agosto del 2010

Estuviste involucrado en la vida mía, acudí donde ti cada vez que hubo sacudón, pena, duelo en mi existencia, problema que solucionar, soledad que espantar. Nuestra amistad añeja coincidió hace muchos años en obras sociales. Te visité frecuentemente en la clínica, te hablé al oído. Nunca sabré si las lágrimas que brotaron de tus ojos fueron confirmación de que me sintonizabas, simple reflejo de tu organismo sin brújula. Igual duda tuve cuando te supliqué: “Abre los ojos, dame una señal”, y entreabriste el izquierdo donde moraba un vacío total. Me confiaste mucho de tu personalidad: dudas, opiniones, certezas. Un día me dijiste: “Hay un sintetizador pero no encuentro a quien lo sepa tocar”. Acompañé tus misas, estuve meses detrás del órgano mientras el infaltable Gabriel tocaba la guitarra, cantaba. Conocí tu criterio acerca del tema candente de la fe, la Iglesia, el perdón, el amor al prójimo. Discrepamos siempre con afecto, fuiste un ser humano con virtudes, defectos, me consta que tu amor pesaba mucho más en la balanza que tus eventuales imperfecciones. Que sea para los damnificados del volcán Tungurahua, los pandilleros que tú me hiciste conocer, miembros del Ejército, tu sonrisa, tu generosidad, tu tiempo nunca fueron medidos. Tu descanso forzado terminaba en abril. Recuerdo brevemente que el año sabático para un sacerdote significa estar sin parroquia, así como se queda fuera de cancha un futbolista. Murió Federico sin tomar las riendas de ninguna otra parroquia, lo que puede explicar por qué los feligreses, en la iglesia de Los Ceibos, gritaron a monseñor Arregui frases hirientes que fueron transmitidas por un canal de televisión y que no quiero recordar porque no me siento con derecho de juzgar a nadie.

No pienso asistir a tu sepelio, Federico, no me entusiasma estar en medio de la multitud cuando más bien querré recogerme en mi casa para solo pensar en ti frente a una foto que nos tomaron a los dos. En Los Ceibos, mientras velaban la corteza de tu alma, miles de personas acudieron de día y de noche, hasta llegaron varias veces a llenar el templo. Las lágrimas subieron a mis ojos mientras pensaba: “¡Cómo lo amaban!”. No estuve siempre de acuerdo con ciertos sermones tuyos: hasta lo escribí en la columna mía. Recordarás nuestras múltiples conversaciones al respecto. A veces se te subía la bilirrubina como a San Pablo. Jesús agarró un látigo porque también a él, hombre manso, se le podía dañar el hígado.

Te recordaremos recibiéndonos en la puerta de Santa María Mazzarello, tu abrazo cálido, el afecto incondicional que dabas a todos antes de ingresar al templo, tu preocupación por cada uno. Repetiré simplemente lo que me dijiste en enero, cuando te dije que me sentía muy solo, me costaba reintegrarme a una creencia religiosa mientras quedaba lastimado: “A veces, Bernard, la fe se tambalea, pero el amor cuando es auténtico, nunca titubea ni se agota. Sin amor de verdad, la fe no sirve de nada”. Ya lo habían dicho San Juan y San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Federico, mis pasos siguen dentro de tus huellas.


Dibujo de: Ami Plasse

Fuente
Diario el universo

domingo, 15 de agosto de 2010

Historiadores rememoran la fundación de Guayaquil

La ciudad se inició en la Sierra; tras varios traslados se asentó en el actual cerro Santa Ana.

Se inició con el nombre de Santiago de Quito, pero un año más tarde fue llamada Santiago de Guayaquil, como actualmente se la conoce.

Tres historiadores guayaquileños coinciden en que con ese nombre tuvo su origen la ciudad de Guayaquil y explican sobre la verdadera fecha de fundación: 15 de agosto de 1534.

José Antonio Gómez, ex director del Archivo Histórico de la urbe, señala que esa es la fecha que aparece en el acta de fundación de la ciudad.

El documento permanece en el museo Metropolitano de la capital, en el libro de actas del Cabildo colonial.

La fundación la realizó el español Diego de Almagro, por orden de Francisco Pizarro, quien se encontraba en Perú.

Gómez destaca que ese fue el inicio de un proceso fundacional, ya que después de un año (no se tiene fecha exacta), en 1535, se realizó el primer traslado de la ciudad de Santiago de Quito hacia la Costa.

La población llegó hasta un asentamiento indígena llamado Guayaquile, que se encontraba a orillas del río que ahora lleva el mismo nombre.

Es así que desde ese entonces se denominó a la ciudad como Santiago de Guayaquil, acota.

Melvin Hoyos, director de Cultura y Promoción Cívica del Municipio, explica que el primer traslado lo realizó Sebastián de Benalcázar hacia las orillas del río Amay (antiguo nombre del río Babahoyo).

Según el historiador José Antonio Gómez, hay un acta del Cabildo del 24 de julio de 1781 que dice que el último traslado de la ciudad fue en lo que hoy se conoce como el cerro Santa Ana.

Pero la ciudad reasentada por Benalcázar fue destruida al poco tiempo por los nativos del lugar, debiendo ser trasladada por Hernando de Zaera al sitio denominado Yagual a inicios de agosto de 1536, acota.

Hoyos manifiesta que un año más tarde la ciudad se despobló debido al reinicio de las hostilidades de los lugareños.

Por esa razón Pizarro ordena a Francisco de Orellana, quien entonces era gobernador de Portoviejo, que iniciara la pacificación de la comarca con el fin de buscar un nuevo asentamiento para la ciudad de Santiago.

“Guayaquil era una ciudad que desaparecía porque los indios la quemaban”, señala Rodolfo Pérez Pimentel, cronista vitalicio de la urbe.

Este reasentamiento se hizo cerca de la desembocadura del río Yaguachi.

En 1541, Orellana sale al encuentro de Gonzalo Pizarro (hermano de Francisco) y deja la ciudad a cargo de Diego de Urbina, hombre de su confianza, a quien le tocará enfrentar los ataques de los chonos.

Hoyos señala que cuando el sitio estuvo deshecho y luego de largas pláticas con los nativos, Urbina traslada a la población a vivir con los huancavilcas, con quienes los españoles jamás tuvieron tropiezos.

En 1543, Urbina restablece la ciudad en su anterior emplazamiento, en la desembocadura del río Yaguachi.

Más tarde, la guerra desatada entre almagristas y pizarristas obliga al capitán Francisco de Olmos a cambiar la población al pie de una loma conocida como el Cerrito Verde, ahora llamado cerro Santa Ana.

El funcionario dice que el poblado abarcaba lo que ahora conocemos como la avenida Simón Bolívar y Rocafuerte (este a oeste) y entre el cerro y Loja (norte a sur), en la llamada Ciudad Vieja.

Posteriormente se trasladó de este a oeste sobre la misma avenida y la calle Boyacá, y de norte a sur desde Víctor Manuel Rendón y Sucre (Ciudad Nueva), para evitar los saqueos de los piratas y los incendios.

Gómez informa que existe un acta del Cabildo que data del 24 de julio de 1781.

Él aclara que este documento hace pensar que el último traslado se realizó el 25 de julio de 1547, fecha en que coincidencialmente la ciudad celebra sus fiestas patronales, en homenaje a Santiago el Mayor.

Pérez señala que se aprobaba la fundación de una ciudad cuando se creaba un ente jurídico llamado Cabildo, Justicia y Regimiento (Municipio).

Mientras, Gómez agrega que todos los poblados que fundaban los españoles también tenían una iglesia y la plaza de Las Almas.

Detalles: Escritos

Investigaciones

La historiadora Dora León Borja realizó, junto a su esposo Adam Szaszdi, investigaciones sobre la fundación de la ciudad y en uno de sus escritos dice que “Guayaquil no se llama Santiago como consecuencia de haberse fundado el 25 de julio; al revés, Orellana habría fundado la ciudad en 1537 en esa fecha, porque Santiago era su nombre desde su primera fundación, el 15 de agosto de 1534”.


Textuales: Historiadores

José Antonio Gómez
Ex Director del A. Histórico
“Debemos celebrar las fiestas de la ciudad el 25 de julio porque ese es el punto de partida del Guayaquil moderno”.

Melvin Hoyos
Director de Cultura y Acción Cívica
“No podemos festejar una fecha puntual por todos los cambios, pero sí la de nuestro patrono Santiago”.

Fuente: Diario el universo

No hay delincuencia

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net


domingo 15 de agosto del 2010
Rectificaré el panorama exagerado por la prensa sensacionalista, pondré las cosas en su sitio. No hay atracos a los bancos sino retiros no autorizados. No hay asaltos callejeros sino préstamos contundentes no reembolsables. No hay hurtos de automóviles sino cambios firmes en el manejo vehicular. No hay robos en los colectivos sino aligeramiento casual de bolsillos ambulantes. Los semáforos no tienen luz anaranjada sino verde en proceso de maduración o roja en vía de formación.

No hay escasez de agua potable sino retención en la fuente. No tenemos desnutrición sino limitación provisional de calorías. No hay hambre sino regulación nacional de la energía metabólica. No hay colas frente a las ventanillas del IESS sino canalización racional de los trámites individuales. No hay pobreza sino carencia permanente de efectivo. No hay impuestos ni gravámenes sino benévola solidaridad del Estado con el ingreso privado.

No hay pornografía en la televisión sino deshojamiento audiovisual de ropas informales. No tenemos suburbios sino zonas palafíticas de desconcentración urbana. No hay devaluación de la moneda sino aligeramiento del poder adquisitivo. No hubo dolarización sino cambio de uniforme del Mariscal Sucre.

No hay prostitutas sino comerciantes minoristas de la sensualidad, impulsadoras de caricias al granel, concupiscencia interactiva. No puede haber aumento de precio de los combustibles sino sofisticación de tarifas en hidrocarburos. No hay maestros con sueldos microscópicos sino propagadores de ideales sin valor comercial. No existe corrupción, nunca jamás la hubo, sino negocios en vía de aclaración. No hay crisis ecológica sino ardillas desdentadas dispuestas a canjear su cola por un cascanueces. No hay calentamiento global sino Gas de Efecto Invernadero derivado de causalidades antropogénicas. Cuanto menos lo entienda, mejor para usted.

No existió jamás el llamado Holocausto. Los amontonamientos de cadáveres fueron montajes cinematográficos destinados a dañar la imagen de un partido político que tenía como ideal suprimir de la faz de la tierra a quienes no tuvieran el cabello rubio, los ojos azules. Los hornos crematorios pertenecieron sin duda a gigantescas panaderías, las cámaras de gas fueron duchas alimentadas por un desinfectante llamado Zyklon B, inocente versión del cianuro que no hubiera matado siquiera a una pulga. No hay presos políticos en ningún país del mundo sino delincuentes traviesos en vías de rehabilitación social. En Guantánamo no existió jamás la tortura sino enérgica reeducación por medio de sofisticados sistemas eléctricos, tratamientos sutiles que permitieron a ciertos presos sacarse unas muelas sin acudir donde el dentista. No hay disidencia sino falta de coincidencia con reincidencia.

No hubo armas de destrucción masiva donde Sadam Hussein. No se sabe cuántos norteamericanos siguen muriendo en la segunda guerra. Lo que dice Google es que en la primera fallecieron 300.000 iraquíes y 148 estadounidenses. Sin embargo, quedo agradecido con el ejército norteamericano, pues recuerdo que liberó Francia de la ocupación nazi. En el suelo de Normandía donde desembarcaron los Aliados, cerca de donde nací, visité siendo muy niño cementerios donde yacen miles y miles de combatientes norteamericanos que ofrendaron su vida en el famoso día D, el 6 de junio de 1944 para salvar la mía y la de los míos.

domingo, 8 de agosto de 2010

La inteligencia, ¿qué es?

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net


domingo 08 de agosto del 2010
Nada es tan agradable como una sobremesa frente a un café expreso. Los vinos tomados con mesura despiertan el entusiasmo. La tertulia gira aquella noche alrededor de la palabra inteligencia definida por el diccionario como “la facultad de entender, de comprender”. Lyn Yu Tang en su libro La importancia de vivir busca el equilibrio entre realismo, fantasía, sentido del humor, sensualidad capaz de receptar los intensos mensajes de los sentidos, llevarlos al cerebro, aptitud para procesar o almacenar informaciones. En realidad existen muchos tipos de inteligencia (lingüística, lógica-matemática, emocional, musical, espacial, existencial etcétera). Desde luego aparece la intuición, conocimiento inmediato que no necesita razonamiento, empatía, capacidad para ponernos en la piel de los demás.

No hablemos de erudición (acumulación de conocimientos), cultura (cultivo de las facultades humanas), sino de una asimilación de lo vivido, conciencia de nuestra mortalidad, vitalidad, en pocas palabras actitud positiva frente a lo que ocurre. No es necesario ser experto en musicología para poder apreciar un nocturno de Chopin, una sinfonía de Beethoven, una canción de Julio Jaramillo, el sonido de la lluvia en los tejados. Es bueno, frente a la vida, al arte, refinarnos sin sentirnos dueños de la verdad.

El mejor psiquiatra del mundo es el doctor Johnny Walker. Somos lo que somos cuando, por pasarnos de copas, hablamos más de la cuenta. He visto en reuniones sociales a personajes aparentemente brillantes portarse tales como realmente son, pues el alcohol diluye el barniz de la cultura si la capa es ligera, desnuda el subconsciente. Se queman los fusibles de la censura. Somos lo que somos cuando nadie nos observa. Me gusta siempre citar a Pascal: “El hombre no es ni ángel ni bestia, mas cuando quiere hacerse el ángel se vuelve bastante bestia”. Por supuesto, la comprensión, la tolerancia, el perdón son ingredientes de lujo para la inteligencia, siendo el insistente resentimiento antítesis de la misma.

Mi compañera de tertulia se aclara la voz, toma un sorbo de agua, pone cara de yo no fui, dice como si nada: “La inteligencia es el arte de saber escuchar”. Hago de inmediato con algo de vergüenza el inventario de mi excesiva locuacidad. El silencio es lo que menos sabemos usar para expresar lo que sentimos. Con una frase Jesús despacha a los fariseos, salva de la ritual lapidación a una mujer adúltera, se queda sin hablar, escribe con un dedo en la tierra algo indescifrable. Por no saber callarme en ciertas circunstancias sé que todavía no llegué a ser inteligente. No existe nada más interesante que la conversación de dos amantes que permanecen callados, por eso se inventaron los besos. Al juntar los labios, cerramos los ojos. Queremos decir: deja de hablarme, de mirarme, así podremos vernos y conversar. Es la bellísima canción de Francis Cabrel: “Como si nada, como si nada, la quiero a morir”, pues nada se parece tanto al silencio como la muerte, mas no necesitamos expirar para desfallecer ni tampoco morir para desvivirnos.

Dibujo de: Ami Plasse

Fuente: Diario el universo

lunes, 2 de agosto de 2010

¿Por qué hacemos daño sin querer?

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net


domingo 01 de agosto del 2010
Una mosca molestosa permitió a Obama demostrar durante una interviú la mejor forma de aplastarla como si hubiese sido un soldado de Afganistán. Lastimamos sin querer, la vida nos pone en situaciones susceptibles de herir a personas que merecen aprecio. Estamos expuestos a fallar. Me dieron un pene, un cerebro mas no siempre usé ambos en el momento adecuado, cometí mil errores: a veces pensamos con el órgano equivocado. Exhibimos unas cuantas libras de carne metidas en oropeles, no hay Gucci dentro del cerebro, no logramos encontrar aquella alma impalpable que ningún cirujano plástico logra refaccionar. Somos como carros híbridos; la parte más interesante nuestra es la que no produce ruido.

Me entregaron reservas de ternura, las desperdicié por no saber ponerme en la piel de la gente. Pasé al lado de personas fabulosas capaces de dar el alma, andaba demasiado preocupado por el estado de la mía. Si tuviera que pedir perdón a quienes me creyeron capaz de realizar milagros, iría al infierno. No pude evitar suicidios, abortos, alimenté ilusiones que no podía cumplir, no tuve la inteligencia de hallar palabras adecuadas, no logré convencer a quienes buscaron apoyo. No estoy seguro de ser un buen hombre sino más bien un soñador extraviado capaz de armar sin querer andamios equivocados, haciendo caer a la gente en vez de levantarla.

Busco lo que hay más allá de la soledad, pasan al lado mío seres gentiles incapaces de maldad, prontas al perdón. Soy imprevisible, lo que constituye un defecto. A veces entregaría los órganos de mi cuerpo pero solo dispongo de piernas y brazos fracturados, catarata remendada, válvula aórtica injertada de limitada duración, aorta con prótesis de dieciocho centímetros, todo aquello detrás de una cara de yo no fui. Moriré saludable.

Ignoro si acabaré como perro sin dueño, si me iré de puntillas una noche cualquiera, olvidándome de respirar, me estrellaré a las velocidades suicidas que me enloquecen sobre la tercera sinfonía de Brahms. En realidad tiene poca importancia, terminamos de vivir cuando fallece la última persona que se obstina en recordarnos: el futuro que se nos viene encima es como para salir despavoridos. Ya lo decía Mafalda.

¿Que escribo con pesimismo? Pues para nada. Me enloquecen puestas de sol, noches de luna, miradas de niños, bondad de los animales domesticados dedicados a darnos lecciones de humanimalidad, el adagietto de Mahler, todo Bach de punta a rabo, las esculturas de Miguel Ángel, las locuras de Picasso, el color violeta de un Carmenere, un Merlot, los besos con vino, chocolate, champaña, la fantasía en do menor 397 de Mozart, las demás fantasías que no requieren violines sino imaginación o libido. Al diablo los puritanos que ignoran el placer de vivir. No tengan miedo a que su vida se acabe, preocúpense más bien de que empiece ya. Nunca me limité porque la gente no aceptaba lo que se me ocurría hacer. Me alegro de haber ayudado a muchos, pido disculpas a quienes he podido herir. Los que perdonan sin medir son mil veces superiores a quien escribió el presente artículo.

Dibujo de: Ami Plasse

Fuente: Diario el universo