domingo, 27 de marzo de 2011

Ustedes


Bernard Fougéres

domingo 27 de marzo del 2011
Muy de repente, en medio de la correspondencia diaria en la que cuentan sus angustias, confían sus problemas, piden soluciones que muchas veces no tengo, se desliza un correo con la interrogación: “¿Por qué no trata usted en su columna los problemas candentes de la actualidad nacional? ¿Miedo tiene de tomar posición dentro del panorama político del país?”. (...)La contestación es sencilla: no entiendo de política, de economía, dejo a otros más versados en estos temas la tarea de comentarlos, los leo a todos. Además, si bien es cierto que me siento ecuatoriano de corazón, sigo siendo legalmente francés –no existe doble nacionalidad– no me es permitido opinar acerca de tan candentes asuntos. Las veces que imprudentemente me atreví a hacerlo metí la pata por falta de conocimientos.

Opté por entablar con mis lectores un permanente diálogo, evito alejarme del ámbito humanístico. Lo que ustedes me escriben me ilumina más de lo que pueda enseñarles. Me siento a la vez honrado, preocupado al recibir sus confidencias, sus reacciones. Cuando publiqué “La carta imaginaria de una esposa”, sus numerosas respuestas fueron devastadoras, palpé el drama que se anida en el corazón de tantas mujeres. Intento meterme en la piel de quien destapa pesares: “Murió mi hija de siete años” o “Me acaba de confiar mi hermana que es lesbiana”. Me preocupo, investigo, pido la opinión de personas capacitadas, pero más allá de aquello, aprendo a bucear en el corazón de cada ser, busco respuestas en el mío. Gracias a todos ustedes tengo la oportunidad de volverme más humano, evitando prejuzgar. Pienso que hay algo bueno en cada persona por más que nos guste comentar lo negativo de los demás.

Consciente de mi condición mortal, de mis fallas garrafales, sopeso la fragilidad de la felicidad, la importancia del amor, la vanidad de nuestros oropeles, la limitación de mi inteligencia. Cuando se me lanza a grito pelado: “soy seropositiva” no sé cómo responder, puedo llegar a ser rudo, lamentablemente injusto en mi apreciación. Se necesita mucha ternura para poder aceptarlo todo, comprenderlo todo, amar contra vientos y mareas, escuchar al asesino, al sacerdote que perdió la fe, a la adolescente que quiere abortar (mi pan de cada mes o semana), a mi amiga Carolina cuyo suicidio no pude evitar a pesar de haber hablado horas con ella. ¿En qué fallé buscando palabras? Todos sin excepción somos capaces de lo mejor y de lo peor aunque no siempre tengamos acceso a los sobresaltos del subconsciente. Es fácil apegarse al dogma, condenar en bloque lo que parece pecaminoso. Podar árboles, cultivar el egoísta consumismo, contaminar el planeta es mucho más preocupante que la masturbación. La indiferencia puede anidarse en nosotros por más apegados que estemos a creencias religiosas. ¿Por qué tantas personas que creen en Cristo se distancian por no compartir la misma religión? ¿Como pudo decir San Cipriano de Cartago: “Fuera de la Iglesia no hay salvación” mientras recuerdo a mis amigos marroquíes que practicaban la caridad a conciencia de acuerdo con su fe musulmana, rezando con el corazón? Amo, luego existo: lo demás es pamplina.
Dibujo de: 

domingo, 20 de marzo de 2011

¿Es el tsunami castigo de Dios?


Bernard Fougéres

domingo 20 de marzo del 2011
Rechazo la imagen del Dios implacable empeñado en amenazar. Solo puede ser suma positiva de todas las posibilidades: amor absoluto, justicia absoluta, bondad absoluta. Me apena oír a predicadores callejeros blandiendo la espada, hablando del fuego que tortura sin consumir, castigo que no tiene fin cuando el espacio o el tiempo terrenal son insignificantes. Las imágenes que da del infierno el último mensaje de Fátima respaldan aquella idea del fuego eterno. Tsunami, temblores, terremotos no son novedades: 830.000 muertos en Shaanxi, China (año 1556), 700.000 muertos en Tan Shan (1976), 227.898 en Sumatra (2004), 200.000 muertos en Hayuan (1920), 143.00 muertos en Kanto, Japón (1923). Lo de Santorini (1650 años antes de Cristo) acabó con toda una civilización. La peste negra que asoló el Viejo Continente en la Edad Media puede haber causado entre 25 y 75 millones de muertos, según fuentes variables que recuerda Google (la Tierra tenía quinientos millones de habitantes, ahora somos seis mil millones). Las diez plagas que cayeron sobre Egipto fueron atribuidas a la ira de Dios. Supongo que el VIH también.

Visto desde el espacio, nuestro planeta ni siquiera es un grano de arena. El universo se halla en perpetua expansión. Nosotros colaboramos sin reparo a la paulatina destrucción del planeta azul. Si no se produce un despertar espiritual masivo, si seguimos con el consumismo salvaje, si consideramos que la felicidad se halla en lo que poseemos, si nos sentimos superiores por el color de la piel, la supuesta inteligencia, la cuenta bancaria, los oropeles con los que vestimos nuestra infantil vanidad (Gucci no proporciona necesariamente inteligencia a quien lleva sus prendas, las alhajas no aumentan el valor de nuestra personalidad), nos vamos al despeñadero.

Si no tomamos conciencia de nuestra mortalidad al ver fallecer parientes, amigos, víctimas de desastres ecológicos, enfermedades, accidentes, seguiremos bailando sobre el volcán. La irresponsabilidad humana es total, el peligro nuclear que amenaza Japón es la punta del iceberg. Tokio se halla tan cerca.

Lo esencial no es saber lo que Dios puede hacer por nosotros sino cumplir con lo que está en nuestras manos: “Ayúdate, el cielo te ayudará”. La frase es de Benjamin Franklin; no aparece en la Biblia, lo que no le impide ser acertada. Siendo soñador guardo la esperanza del despertar colectivo. No hemos progresado tanto en lo espiritual desde la prehistoria, el hombre sigue siendo un lobo para el hombre, el amor se limita a un erotismo instintivo mal entendido, ya no sabemos lo que significa sublimar. La búsqueda del placer inmediato mata la inmensa felicidad de quienes no saben lo maravillosa que puede ser la espera, lo bella que puede ser la vida si no se vuelve carrera desbocada, lo increíble que puede ser el acercamiento amoroso frente al instintivo atropello: “Cada día podrás sentarte más cerca” (El Principito). Mafalda remata: “¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?”. Dios es silencio o es la voz de todo y de todos. “Más que planeta este es un inmenso conventillo espacial” (Mafalda).

Dibujo de: Thomas Thorspecken

domingo, 13 de marzo de 2011

Amor y libertad


Bernard Fougéres

domingo 13 de marzo del 2011
Recuerdo la canción de Mónica Naranjo: El amor y la posesión: “Libre porque quiero, libre porque tengo mi vida, ya no soy tu rehén”. Vuelve a mi memoria la frase de Albert Camus: “Todo lo que creemos poseer nos posee”. Experimentamos, sobre todo cuando nos embarga la soledad, la necesidad de aferrarnos a alguien, lo que al final significa depender, convertirnos en rehenes. Nadie es dueño de nadie. En la unión feliz nadie manda. El machismo, mecanismo de defensa, oculta inseguridad, busca dominar, exige recibir cuando el verdadero amor es todo lo contrario. Deberíamos llegar al don mágico que se resume en una simple frase: “Soy feliz porque te hago feliz”. Si una pareja pone en práctica esta ley, alcanzará la felicidad por mutua solidaridad. Era la filosofía de Marco Aurelio. Una persona encontrada por casualidad en la Catedral (¿existe la casualidad?) me recordó de pronto lo del emperador filósofo: “Cada vez que alguien comete una falta, medita acerca del concepto del mal y del bien que tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayas examinado eso tendrás compasión de él y ni te sorprenderás ni te irritarás contra él”.

Tenemos varias opciones para encarar la vida: la tolerancia que es la aceptación de las diferencias y el fanatismo que es la seudoposesión de la verdad. Desdichadamente, muchas religiones han caído en aquella trampa en vez de rescatar el tronco común a todas: el amor al prójimo. Recuerdo que el día tres de marzo se llevó a cabo el mahashivarati, noche del dios hindú Shiva: fue la ceremonia del fuego, pero sobre todo el despertar espiritual. Nunca asistí a este evento mas me infunde respeto esta búsqueda de la sintonía universal, única posibilidad que tenemos quienes vivimos en este planeta de impedir su destrucción. Agni hotra viene a ser un estilo de vida. Si agni significa fuego (ignis en latín) no deja de recordarme que agni para los cristianos evoca al Cordero de Dios (Agnus Dei) símbolo de paz y mansedumbre.

Al buscar la posesión del ser amado equivocamos el camino, llegamos a sufrir porque estamos pendientes de lo que podemos recibir en vez de empeñarnos en dar. Podemos perder lo que creemos poseer pues la vida es frágil. Muchos seres se nos acercan. Los mails que recibo son frecuentes tareas que el destino me propone. Aunque no la poseemos podemos obsequiar la felicidad, es el extraño milagro. Eso de llegar a ser un solo cuerpo no elimina la personalidad propia, la individualidad. Los seres humanos que se aman son como las manos que se unen para rezar pero necesitan abrirse para poder entregar, dar, repartir. En este sentido, la iluminación budista se vuelve estado de conciencia superior, caminata hacia lo ideal, compasión infinita, conexión con todo lo que vive, amor sublimado.

Aunque me suene a sueño, me fascina la idea de la posible reencarnación para poder escalar los diversos grados de la sabiduría y por ende del amor mismo. No basta una vida para saber amar, compartir la misma libertad, confiar ciegamente en alguien más allá del tiempo y del espacio.

Dibujo de: Thomas Thorspecken

domingo, 6 de marzo de 2011

Yela de Guadalajara


Yela Loffredo de Klein y su hija Denisse Klein.
Bernard Fougéres

domingo 06 de marzo del 2011
Pues sí... aquel nombre nació para mí hace muchísimos años cuando volviendo de Marruecos, cruzando España con mi automóvil, me detuve en la posada de un pueblito minúsculo llamado Yela cerca de Guadalajara, hasta que de pronto apareció en mi camino una mujer insólita casada con un ciudadano alemán de entrañable personalidad: Paul Klein, no solo por ser él excelente ajedrecista, hombre de vasta cultura, padre lúcido, sino dilecto amigo con quien jugaba ping-pong en su casa de Las Peñas. Mi primer recuerdo se remonta al año 1965, cuando siendo director de la Alianza Francesa invité a exponer en nuestros salones de P. Ycaza y Pichincha a una mujer que conocía a través de sus esculturas y mediante almuerzos, donde se preparaba el chucrut alemán (col blanca fermentada en salmuera servida con varios tipos de embutidos, jamón, pecho de cerdo) que todavía canta en mi paladar.

La personalidad de Yela es insólita pues en ella congenian voluntad de hierro, gentileza inagotable, talento creador sorprendente, sentido del humor a prueba de balas, delirante optimismo. Rodolfo Pérez Pimentel contó como nadie la historia casi novelesca de aquella mujer cuyo padre murió de infarto mientras la madre perecía en el terremoto de 1942 (Yela tenía 18 años). Cuando la visité en la clínica Panamericana, se mofaba de su infarto como si hubiera sido simple migraña. En aquel entonces yo balbuceaba incipientes frases de castellano. Aprendí de ella mis primeras palabras altisonantes cuando se le cayó en el pie derecho el pedestal de una escultura. Pues amo de igual manera a esta Yela escultora, artista, líder, como amo a la que oí carajear unas cuantas veces en circunstancias adversas. Ni ella ni yo creemos en las llamadas “malas palabras” que solo ofenden a los puritanos fermentados, las mentes pequeñas, pero alivian el estrés de quienes tenemos otras motivaciones para escandalizarnos.

Yela no tiene edad. Para mí es una sucesión de vivencias, la puedo recordar, amar, tal como fue en cada una de las cinco décadas que pude recorrer con ella. Su cuerpo puede haber cambiado mas nunca me quedé en la envoltura de la gente, tan esencial ahora cuando muchas veces no tiene mucho que ocultar. Detrás de aquella corteza había un árbol frondoso que extendería sus ramas dando a luz a cuatro hijas y un varón, cada uno de ellos brillando en la actualidad con luz propia.

Yela es transparente, directa en el hablar, bromista en las peores circunstancias. Ser su amigo es un privilegio. Otros hablarán de su talento multifacético, prefiero despertar los recuerdos que dejan en mí aquella humildad a prueba de condecoraciones, calidez humana que ignora tabúes, hipocresía, amargura, chismes, vanidad de la ostentación social. Hablar de Las Peñas es nombrarla, valorar su apoyo irrestricto a los artistas, pues podría seguir laborando como nadie en los años de vida que le quedan. La veo más llena de ilusiones que muchos imberbes. Conocí a Bo Derek en Casa di Carlo cuando ya se había vuelto la mujer siete; para mí, Yela sigue siendo la mujer diez, una de las pocas a las que siempre podré decir “te amo”.