domingo, 26 de diciembre de 2010

Ojo por ojo

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 26 de diciembre del 2010
“Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión”. Parece mentira: estoy citando el Antiguo Testamento (Éxodo 21/ 23-24) “Quien matare a un hombre morirá” (Levítico 24/21). Felizmente llegó Jesús, tuvo discípulos partidarios de la no violencia. Gandhi llegó a decir: “Ojo por ojo y todos quedaremos ciegos”. Sabemos que la violencia es la razón de quienes no tienen la razón, no entienden razón. Otra vez Gandhi: “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”. La violencia doméstica está por doquiera: mujeres maltratadas, hijos castigados físicamente, sirvientas explotadas o consideradas como seres inferiores. La violencia es el abuso sexual dentro de una pareja casada, la reducción de la esposa al papel de esclava sumisa, tolerante frente a las infidelidades del esposo pero considerada como ramera si se atreve al mínimo coqueteo. El sexismo, la discriminación, la mujer objeto, el uso perverso de la publicidad en la televisión dan realmente pena.

¿Se podrá devolver el bien por el mal? Estoy seguro de que en muchas oportunidades resulta ser la mejor estrategia. Muy conocida es la anécdota de Robert Lee cuando elogiaba a otro oficial: “General –le dijo un soldado– ¿sabe usted que el hombre del cual habla tan bien es uno de sus peores enemigos?” “Sí –respondió el general–, pero a mí me pidieron mi opinión de él, no la que él tiene de mí”.

Nunca contesten una carta o un mail ofensivo con una injuria peor, siempre saldrán perdiendo. Utilicen el sentido del humor, limítense a exponer argumentos razonables, contundentes. Si los critican con razón, tomen en cuenta la opinión de quiénes la emitan. No hay mejor amigo que un enemigo inteligente. No existe peor enemigo que un amigo adulón. La inteligencia no puede ofender ni lastimar, pero por supuesto permite discrepar. Un enemigo sin inteligencia debe ser ignorado. El que se refugia detrás de un seudónimo no merece respuesta. El adversario noble es aquel que da la cara, expone su divergencia, acepta el diálogo. No se detengan en el camino si alguien los envidia: bien saben que la envidia es un homenaje subliminal que la mediocridad rinde al talento, al éxito, a la suerte.

Devolver el mal por el mal no es repararlo, es multiplicarlo. En las broncas conyugales el más fuerte es aquel o aquella que calla sin someterse, también aquel que sabe decir “lo siento” cuando se sabe equivocado. El más débil es el resentido, el colérico. Suele ser la actitud del machista. No conozco peor cobardía que el maltrato a una mujer, un anciano, un niño.

El blog de LBG (Valencia) me recuerda que los medios violentos nos dan una libertad violenta. El Dalai Lama dijo algo parecido. La ira es una locura pasajera. La gentileza debería ser la religión universal. Cuando salgo a la calle, a pesar de leer tantas crónicas acerca de la delincuencia encuentro gente increíblemente buena, sin que importen su nivel social, el color de su piel. Toda persona que necesita violencia para imponerse resulta ser insegura y desde luego infeliz.
Dibujo de: Ami Plasse

Fuente
Diario el universo

domingo, 19 de diciembre de 2010

Estimado señor Papá Noel

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 19 de diciembre del 2010
Siendo niño, con el alma te quería. Tenía seis años. Vi a mis padres asumir los ritos de tu supuesta misión, mas, decidí hacerme el desentendido. Al contraer matrimonio me convertí en Santa Claus sin por ello estafar a mi hija. Desde la edad de cuatro años ella me ayudó a ponerme el disfraz luego me convirtió sin dificultad en personaje navideño sin que tuviese que engañarla. Cuando pregunté con voz consabida: “¿Te portaste bien?”, me contestó casi con lágrimas en los ojos “Sí, Papá Noel, puedes preguntar a mi papi”.

Con el tiempo cundió el desastre, te multiplicaste como las células malignas. En cada almacén estás, panza de cojín, barba de nailon, peluca plateada, risas de mondongo. Aflojas tu jojojo de baratija. Los chiquillos, al ver cincuenta copias tuyas en centros comerciales optan por hacerse los desenchufados, los padres acolitan la estafa.

En barrios apartados niños de todo color sueñan con tus oropeles, tus promesas, se quedan despiertos esperando el arroz con chancho, la mortadela aunque sea en negro y blanco. Aplastan sus narices en vitrinas donde resplandecen juguetes inalcanzables. La pantalla del televisor es puerta abierta sobre frustraciones. Berrean hasta que una cachetada paterna les devuelva la realidad. Te diré una cosa: tu rival no trae nada rutilante. Nació en un comedero entre un buey y un asno. Los Reyes Magos le obsequiaron mirra, incienso, oro, en vez de traer croquetas de carne molida, queso fresco a José y María. ¿Sabes? Los únicos que salvan tu honor son aquellos padres que se alquilan de Santa Claus por un sueldo irrisorio. Más allá del jojojo desparraman su artritis, sus angustias. Con tal de traer a casa cualquier fruslería se disfrazarían de payasos, de televisor plasma, pueden llevar en la espalda el logo de alguna marca. Hace tiempo que renunciaron a la dignidad. Diciembre es el mes donde mucha gente se enmascara para olvidar lo que es realmente. Nada más patético que un pordiosero con gorro navideño al pie de un semáforo. Nos disfrazamos de solidarios. Quedan como 364 días para volver a ser lo que realmente somos.

Ya nadie cree en tu trineo, tu casa en el Polo Norte. La nieve mágica se volvió cataclismo. Te has trocado en mequetrefe, en chiquilicuatro. El niño del pesebre debía convertirse en repartidor de ilusiones, el crucificado hubieras sido tú. El infante de Belén bebe del seno de María mientras subastas tus sueños de pacotilla. Que no se alarmen los cómplices de tus engaños, los chiquillos no leen la página editorial. En sus casas de cristal piensan que el mundo anda de maravilla. Por una guarida de Bin Laden ¡cuántas cuevas de Alí Baba!

Shirley Mac Laine contó que dejó de creer en ti siendo niña prodigio del cine cuando le pediste un autógrafo. Naciste en 1624. El niño de Belén apareció hace más de dos mil años, nadie lo relaciona con regalos. Lo que él puede obsequiar no tiene valor material. Con el progreso hemos aprendido que también el amor está de venta en tiendas especializadas, la paz se negocia, todo tiene un precio. El recalentamiento global no solo afecta al planeta, está chamuscando los corazones.

Pintura de: Nancy Rhodes Harper

domingo, 12 de diciembre de 2010

Más allá de la delincuencia

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 12 de diciembre del 2010
Aunando esfuerzos, Ecuador encontrará la forma de controlar una violencia que azota el mundo entero. En Caracas roban cerca de 3.000 automóviles cada mes. En Lima son 250, creo que por ahí va Guayaquil. Se habla de 2’800.000 robos al año en Estados Unidos. La crisis de valores, el consumismo salvaje, el deseo de poseer, la proliferación de la pobreza en zonas suburbanas, la falta de empleos son causas probables.


Hablamos poco de lo positivo que tiene este país, olvidamos a quienes lo engrandecieron: próceres pero también hombres valiosos, mujeres destacadas en todos los dominios: monseñor Leonidas Proaño, José Gómez Izquierdo, tantos sacerdotes o misioneros con hoja de vida intachable (solo nos interesa leer acerca de los pedófilos, mas hay todavía países donde se ofrenda la vida por una creencia), personas acomodadas con conciencia de lo que pueden hacer por el prójimo, cuerpos de voluntariados, obras discretas pero efectivas. Nuestro patrimonio incluye novelistas, poetas, artistas plásticos, artesanos, músicos, pero no son temas que nos importa encontrar en los diarios. En Guasmo sur, en La Prosperina, en el colegio República de Francia, se han ido formando orquestas sinfónicas que hacen su trabajo por amor.

Ecuador tiene paisajes de infarto, montañas, playas, selvas, fauna y flora increíbles, un mosaico de etnias, costumbres (la marimba, el pasillo pueden hablar tan claro como un conjunto de cámara). Nuestra gastronomía no tiene nada que envidiar a la de países vecinos. Estuve en la Feria de Barranquilla, les puedo asegurar que no estamos en desventaja. Tenemos platos que merecen mayor promoción. Somos el país ideal para turistas. Con mi auto recorrí todo el Ecuador de norte a sur, de este a oeste, desde Zamora hasta Lago Agrio. El Oriente es una maravilla de paz que jamás olvidaré: Shell, Mera, Puyo, Archidona, Jumandi. Baños del Tungurahua es uno de los lugares que más amo, pero Cuenca, pero Loja, Vilcabamba, pero Manta, pero...

“Las cosas están ahí mas no sabemos mirar” me dijo Atahualpa Yupanqui hace años. Las puestas de sol en Ballenita, las manualidades y el surf en Montañita (preferimos un reportaje acerca de la droga), esta interminable playa de Olón, la Mitad del Mundo, mi Quito maravilloso, aquel concierto de piano en el cráter del Cotopaxi a 6.000 metros en el 82.

Mañana podría yo también ser víctima de robo, secuestro o algo peor, mas no puedo por eso enjuiciar a todo el país. La falta de orgullo quizás nos vuelve insensibles a lo positivo. Se hablará más del puente que hace falta en tal o cual parte que de aquella maravilla ostentada por Bahía de Caráquez “la ciudad que no tiene copia”. Nuestra ciudad, nuestra provincia tienen también de qué enorgullecernos. Ojalá se llegue a un arreglo razonable con los informales: miles de familias dependen de aquellos negocios. Hablemos de la refacción de los barrios suburbanos, busquemos soluciones, aportemos ideas, no perdamos el orgullo de vivir en una ciudad de gente buena, abierta, directa, generosa, extrovertida, alegre aunque pobre, mujeres hermosas, hombres valientes o valiosos. Miremos al río Guayas: “Pasas mas permaneces siempre y corres de ti mismo perseguido” (Jorge Carrera Andrade).

Dibujo de: Thomas Thorspecken

sábado, 11 de diciembre de 2010

Biblioburro

Profesor Luis Humberto Soriano Bohórquez y sus burritos Alfa y Beto
Nila Velázquez
Entre los muchos mensajes que me llegan vía internet, recibí uno que me despertó especial interés por su título : “Biblioburro”. Me remitía a un link de YouTube.

Su contenido me conmovió y me entusiasmó: un joven maestro colombiano recorre áreas rurales cercanas a su escuela pero alejadas de la carretera, acompañado de una burra y un burro. La burra se llama Alfa, el burro se llama Beto, los dos transportan libros y cuentos infantiles, en las alforjas que llevan. El profesor carga además una mesita desarmable y un letrero que anuncia: “Biblioburro”. Los niños esperan ansiosos que lleguen Alfa, Beto y el profesor.

La razón es clara, como dice una señora “los niños del monte no van a tener una biblioteca, hay que llevarles los libros allá”. Y el profesor explica: “los que viven al margen de la carretera ven carros lindos y gente de otros lugares que pasan y solo eso les deja alguna enseñanza, pero los que viven veinte kilómetros adentro no tienen nada que les dé otra visión del mundo”.

El profesor y Alfa y Beto, avanzan con decisión, al llegar a un recinto son recibidos con entusiasmo por los niños que esperan ansiosos mientras el maestro arma la mesita y saca los libros, primero les lee, mientras ellos escuchan con interés, luego les reparte los libros para que lean ellos, al final ponen en común lo aprendido a partir de alguna actividad, uno de los niños dice: “a veces jugamos, a veces pintamos”. El maestro lo tiene claro: “quiero que usen la imaginación, que abran la mente, que se animen a coger los lápices de colores y a pintar el mundo del color que ellos quieran”. Los chicos lo disfrutan.

Terminada la sesión, el profesor recoge los libros y el letrero, desarma la mesita y carga nuevamente a Alfa y a Beto y mientras se dispone a seguir su recorrido dice: “esto es a largo plazo, pero vamos a educar a colombianos sociables, críticos y con imaginación”.

Sin duda otros niños esperan la llegada del Biblioburro, mientras los del recinto recién visitado ya anhelan el próximo encuentro.

Si lo cuento con tanto detalle, es porque creo que es un ejemplo de que cuando se cree en algo no hay obstáculos para realizarlo y se puede lograr con los recursos que están al alcance de la mano. Por supuesto que sería mejor que hubiera una carretera y una escuela bien equipada a la que todos los niños del sector pudieran llegar con facilidad, pero el protagonista de lo que acabo de relatar decidió no esperar y no confiar en algo que no estaba a su alcance. Cree en el poder de la palabra, sabe que los niños para crecer necesitan conocer, pensar, imaginar, crear, cree que la lectura es el camino abierto al mundo y a sí mismo y no esperó, usó su creatividad y los recursos propios de la zona. Mientras Alfa, Beto y el maestro siguen su recorrido, los niños comentan, dibujan, pintan sobre lo leído y se divierten mientras sin saberlo se están transformando en esos seres “sociables, críticos y con imaginación”, tal como lo quiere su maestro.

Foto de: Ingrid Rojas 

domingo, 5 de diciembre de 2010

Psicoanalizaron a Jesús

Bernard Fougéres

domingo 05 de diciembre del 2010
Mateo y Marcos no hacen alusión a la infancia de Jesús, Lucas cuenta lo de Jerusalén cuando el adolescente da lecciones a los doctores de la ley. Aquella precocidad preocupó mucho a sus progenitores. Consideren como fantasía mía el relato de la hermosa conversación que hubiera podido tener con un doctor al que ahora llamaríamos psiquiatra. Imaginé el contenido de la tertulia

- Tienes doce años. ¿Cuál es tu sueño más recurrente?

- Imagino que soy Mozart.

- Él murió a los 35 años.

- No creo que pueda yo cumplir tantos.

- No se sabe de qué falleció.

- Nadie tampoco justificará mi muerte.

- ¿Crees que resucitó?

- Lo hace cada vez que alguien toca su música.

- ¿Es verdad eso del infierno?

- Los hombres inventan sus propios excesos.

- ¿A quién mandarías al fuego eterno?

- Ni siquiera a quienes lo inventaron.

- ¿Qué es el amor?

- Detener lo que ustedes llaman tiempo, darle cara a la muerte, dar la vida por quien amas.

- ¿Te gustaría crear una religión?

- ¿Un conjunto de creencias?

- Algo así.

- Supongo que sí... siempre que no sea motivo de desunión entre quienes tuviesen creencias diferentes. Me gustaría que existiesen dudas para poder inventar la fe, genial desafío a lo que llaman ustedes ciencia.

- ¿Cuál es la peor miseria?

- No hacerse nunca esta pregunta, creer que existe el tiempo, pura invención de los hombres, tener miedo de ser lo que se es, no ser más que rico.

- ¿Existe la felicidad?

- Como meta compartida sí, como fin individual no.

- ¿Qué te gustaría ser de adulto?

- La suma de todas las posibilidades.

- No terminarías nunca.

- Es la única forma de ser eterno.

- Tienes sentido del humor.

- Menos que Poncio Pilatos. El humor y el amor vuelven mágico lo inevitable: en mi última cena trocaré el vino en mi propia sangre. Dicen que nadie puede hacer eso. ¿Qué significa la palabra “nadie”?

- Un hombre llamado Hawkins pretende demostrar que Dios no existe.

- ¿O sea que no soy nadie? ¿En este caso no existiría para él? Yo creo en los hombres. Decisión de ellos es creer o no creer en mí.

- ¿Qué es lo más importante?

- Nadie puede llegar a mí, de no ser mediante el amor a los demás.

- ¿Cuál es el peor pecado?

- Lastimar voluntariamente a alguien.

- ¿Te satisfacen tus contestaciones?

- ¿Qué esperas? Solo tengo doce años, pero sé a dónde voy.

- Tienes doce años. ¿Cuál es tu sueño más recurrente?

- Imagino que soy Mozart.



Dibujo de: Joseph Lapostolle
FuenteDiario el universo

domingo, 28 de noviembre de 2010

Amor a la vida

Bernard Fougéres


domingo 28 de noviembre del 2010

Cruzamos tempestades, capeamos el temporal en un viaje de duración imprevisible porque subsiste un instinto que nos levanta. La vida es combustión paulatina, fuego que anima, impulsa. Vivir es desmontarse sin amargura del potro al final de la jornada, pirrarse por unos dulces sean lo que sean: golosinas, ideales, amores, poemas, vinos, obras de arte, sencillo trajinar de cada día. Amar la vida es desarmar la cajita de música que rescatamos de la infancia, la que muele el tiempo con sus púas de bronce, inventar cronómetros que marchen al revés, ampolletas de arena que podamos invertir según nuestro entusiasmo, relojes que se derritan como los de Salvador Dalí. Amar la vida es hacer bien lo que nos toca realizar, seamos recolectores de basura o candidatos al Premio Nobel.

Amar la vida es experimentar dolor después de la anestesia, resaca después de la mala noche, arrugas más allá de la tersura. Alcanzan la sabiduría quienes torean el desconsuelo. Amar la vida es ahorrar sueño, estirar el presupuesto de la locura, dividir cromosomas, ser padre, abuelo, amigo, hermano de todo lo que vive, seres, animales, plantas, árboles, flores, sorprender afecto en los ojos húmedos de un perro, tomar riesgos por el simple placer de sentirnos vivos. Vivir es dejar un surco de fuego en la madera, quedarnos en lo esencial. Miguel Ángel al plasmar sus cuatro Pietà solo restó del bloque de mármol lo que sobraba. Amar la vida es llegar a ser viejo sin amargura, recordar las páginas amorosas de nuestra existencia, romperle los cascos a Rocinante, jorobar al Quijote que llevamos dentro, creer en quienes no existen, llámense Mafalda, Principito, Juan Salvador Gaviota o la misma felicidad, es tener conciencia de nuestros aciertos, conocer nuestras más ocultas basuras, fallas inconfesables en contra de nosotros o del prójimo, no tener miedo de ser aquel que se es, nunca dejar de amar a quienes hemos amado –que haya sido fuego de un día o maravillosa fogata de toda una vida– retener de los demás lo mejor que tengan, repartir la esencia de lo que somos.

Amar la vida es vivir en pareja, perder juntos nuestras hojas como árboles del otoño sin reprocharnos nuestra piadosa desnudez. También es dormir en los ojos del otro, compartir sus sueños, ver cómo se abre una semilla en el vientre de una madre, cómo crece una hija, se bambolea, logra mantenerse de pie por vez primera, luego se oculta detrás de su primera menstruación para volverse mujer. Vivir es envejecer de la corteza por afuera sin echar a perder travesuras. Nuestra vida cobra importancia a medida que vamos lanzando polen a los cuatro vientos, pues podemos beber cien mil botellas de vino sin embriagarnos, darle cita a la ternura al final de los espasmos, probar mieles de la flor y de la mujer, estar en el momento preciso atentos a la vida de quienes nos necesiten. Mucha gente pregunta si la vida tiene sentido. Tuve la suerte de encontrar personas que dieron sentido a la mía. En pocas palabras: vivir es desvivirnos por algo o por alguien.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Nos duele la ciudad

Bernard Fougéres
domingo 21 de noviembre del 2010
Quizás sea el manicomio el asilo más seguro para refugiarnos frente a tanta violencia. Leopoldo Panero, poeta extralúcido, encontraría a los orates en cualquier lugar de nuestro siglo: “Un loco tocado de la maldición del cielo canta humillado en una esquina”. ¿Qué te pasa, Guayaquil? Te bautizaron antaño como Perla del Pacífico, pórtico de oro, ahora “te reclamo las dulzuras con que anhelo yo vivir para nunca más sufrir”. Carlos Aurelio Rubira Infante, hombre de paz, de hermandad, profetizó en una canción que pronto tendrá 70 años: “Nací en ella y la quiero y por ella aunque muera, la vida yo la diera para no verla sufrir”. ¿Habrá intuido en aquel entonces el entrañable bardo lo dolida que se volvería su amada ciudad?

Nos duele el desamor, somos parte de él. Guayaquil de mis amores necesita más amor. Es pedazo de patria, la patria es un todo. Carlos Aurelio quiso que su melodía fuera un himno a la unión, a la serena felicidad. ¿No será que en el fondo vivimos despreocupados dejando que el planeta se recaliente, que la ciudad se degenere, que la basura se acumule fuera de los horarios de recolección? Murió la cortesía, manejamos con agresividad, llegamos a ser parte de aquella violencia que tanto deploramos. Existen dos tipos de salvajismo: el público que sale en la crónica roja, el solapado que se convierte en maltrato a las mujeres, a los niños, machismo egocéntrico, consumismo enloquecido, explotación inmisericorde, egoísmo monstruoso. “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente”. ¿No será que vivimos exclusivamente preocupados de nuestro bienestar? Guayaquil ha sufrido muchas veces las embestidas de la violencia. Cuando en 1922 era una urbe de 50.000 habitantes mandaron desde lo alto a matar a 500, el río Guayas siguió llevando cruces blancas, mientras vestía de rojo la avenida 9 de Octubre con tanta sangre regada.

Matamos con la indiferencia: ojos que no ven corazón que no siente. El cordón de miseria pertenece a otro planeta. No nos suele doler lo que no podemos imaginar: incendios, casitas desplomándose en el estero, niños que se bañan en aguas putrefactas, dengue hemorrágico, pan nuestro de cada día relativamente semanal. En inglés, la palabra suburb se refiere a zonas residenciales, en español evoca degradación, marginación, lo que solo se puede percibir cuando se llega a la tierra de nadie. Aquellos barrios forman su cordón de inmigrantes alrededor de París, Nueva York, solo cambian de nombre. En francés es la banlieue donde se codean árabes, sudamericanos, gente llegada de todas partes para vivir como sea. El corazón de la ciudad carece de latidos frente a otras zonas. Existe una diferencia abismal entre regeneración y degeneración. Ojalá no nos convirtamos en émulos “de aquellos perros que duermen con miedo”, según el decir de Ana Minga. Ojalá nos llegue al alma lo de Medardo Ángel Silva: “Nos embriagamos de teorías vagas soñando hacer brotar la primavera de la infección de nuestras propias llagas”.

Foto de: civila.com

Fuente
Diario el universo

domingo, 14 de noviembre de 2010

Los detalles hacen la vida

Bernard Fougéres
domingo 14 de noviembre del 2010
En el supermercado, mientras escogía panes, una niña de unos 6 años dejó a sus padres, corrió hacia mí, sonrió, me regaló una flor. Aquel gesto fue más importante que las noticias del diario, mis problemas, mi soledad. Desapareció la chiquilla mientras su sonrisa me embadurnaba de primavera.

Un desconocido desolado, con esposa e hija, no podía salir del parqueo del Malecón Simón Bolívar, buscaba su ticket, no tenía efectivo. Le facilité los tres dólares. Aquella sonrisa radiante que me dedicó la niña fue como un amanecer. No recuerdo el rostro del padre ni el de su esposa. Jalil Gibran dijo: “Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe, de la grandeza que no se inclina ante los niños”. Son los bajitos de los que habla Joan Manuel Serrat.

Cuando era niño quería ser adulto, pasaron los años, conservé al chiquillo que había sido, me siguen acompañando Mafalda, El Principito. A un niño le preguntaron lo que era el amor, contestó: “Es cuando tu perrito te relame la cara aunque lo hayas dejado solo todo el día”. Otro dijo: “Es cuando mi mami hace café para mi papi, le pone azúcar, luego prueba un poquito para estar segura de que sabe bien”.

Los detalles van desapareciendo. Un hombre que abre la silla para que se siente su pareja, se levanta cuando la mujer o la enamorada quiere ir al baño, se vuelve más anticuado que dinosaurio. Si regala flores fuera de fechas tradicionales, se lo mira con sospecha. La mujer suele ser detallista, sabe que los niños requieren atención constante. Nosotros los hombres no vemos la rosa en el florero, la huella del beso en el espejo, el mensaje apurado en algún papel, la tacita de café que nos traen mientras apenas desviamos nuestra mirada del televisor mascullando un gracias condescendiente.

Los detalles son cortesía, amabilidad. El celular ha mandado al trasto muchas buenas maneras. La televisión ha suprimido las conversaciones familiares durante almuerzo o cena, limitando las conversaciones a “¡Pásenme la sal, por favor!”. Los detalles son marcas de afecto a veces prosaicas. “Cuando mi abuela padeció artritis, mi abuelo le pintó las uñas de los pies”. “Amor es cuando mi mami le da a papi el pedazo de pollo más grande”. Los detalles aparecen cuando un hombre recuerda que una mujer tiene ojos y manos que también captan el mensaje de un beso. Los detalles emocionan cuando un amigo recorre veinte mil kilómetros para acompañarnos en un duelo particularmente cruento (¡gracias, Dominique!), cuando conversamos con una persona discapacitada en el supermercado, cuando un caballero abre la puerta de su automóvil para que se siente su pasajera, cuando se nos ocurre ser gentiles con la gente que nos pone mala cara, cuando dejamos de quejarnos a cada rato por insignificancias, cuando damos paso a otro automovilista para que pueda salir del estacionamiento. Los detalles permiten una comunicación emotiva, traen sonrisas. Tuteaba siempre a mi esposa, pero en circunstancias excepcionalmente conmovedoras le decía usted. La felicidad está hecha de detalles.

Dibujo de: Ami Plasse

Fuente
Diario el universo

domingo, 7 de noviembre de 2010

Para siempre


Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net
domingo 07 de noviembre del 2010
Que dos personas construyan un amor, lo mantengan durante varias décadas luce mágico. Nunca olvidamos a quien compartió nuestra vida durante tanto tiempo. El sueño fue eternizar el sentimiento, conocer las fallas de nuestra pareja, sus noblezas, debilidades, repentinos estallidos, risas alocadas, penas escondidas. Él perdió la silueta de figurín que tenía a los veinte. Ella, después de las cesáreas, ostentó aquellas cicatrices que se besan con infinita ternura. En el pasado quedaron huellas de parturienta, transcurrieron años, llegó la menopausia, se deshojaron árboles, calendarios. La piel no logró sortear las arrugas. El sueño de envejecer juntos se truncó. Cada cual hubiera poseído sus frascos, remedios, vitaminas, lentes, quizás un bastón, un aparato auditivo. La ternura tranquiliza la loca pasión, el sueño se vuelve más ligero, los cuerpos pierden su frescura, mas, ella hubiera dado su sangre, sus plaquetas, o quizás lo hizo él. Hubieran abierto la boca para decir lo mismo al mismo tiempo, reído como tontos al recordar que una vez fueron criaturas.

Quienes logran perennizar el amor se cuidan hasta cuando duermen. Cogidos de los ojos, se protegen mutuamente. Les sobrecoge el terror de que podría morir el otro. Quisieran irse juntos. Aquel o aquella que sobrevive, busca por doquiera migajas de recuerdos. A veces uno de ellos se extingue como vela. Surgen infarto, cáncer, leucemia, derrame, accidentes automovilísticos, caídas que nadie puede prever. Presumo que perder a un hijo, una hija, ha de ser más cruel todavía. El amor lleva dentro el embrión de su posible muerte. Llega el duelo de unos años, etapa en la que uno se encierra, huraño, salvaje, en medio de los recuerdos. Nadie puede ayudar, pocos comprenden.

La soledad taladra, tortura, las paredes se vuelven insufribles. Volver a casa es llegar al no man’s land, tomar pastillas para dormir a como dé lugar, querer salir sin tener dónde ir, aturdirse sin prestar atención a lo que hacemos. Hay que ponerse una máscara para no afligir a los demás, mas, el corazón sigue con aquella fisura difícil de cerrar. No hablamos casi con nadie. El teléfono se vuelve inoportuno, miramos el entorno con indiferencia, nos volvemos injustos con quienes nos aman, nuestro dormitorio se torna refugio, cárcel, infierno silencioso. A veces quisiéramos desaparecer o frecuentemente no ver a nadie.

Se arrastra el tiempo, sabemos que no volverá a asomar la cómplice especial, informal, capaz de serenar aquella desolación, alejada del rígido esquema social, la etiqueta exquisita. Es difícil explicar a los demás lo que ocurre en nuestra propia existencia. La vida será siempre sinfonía inconclusa. Más importa lo que llevamos en el corazón que la marca de nuestra ropa. No logran Cartier Rolex o Bulgari detener el tiempo.

Fluye sin cesar el correo de mis lectores. Dedico este artículo a quienes vivieron aquella misma circunstancia. Solo ellos pueden comprender. La vida consiste de pronto en juntar pedazos dolidos de un amoroso rompecabezas. Amar es la única forma de sobrevivir. Decían los romanos: “Es una locura amar a menos de que se ame con locura”. Cuando dejamos de amar, empezamos a morir.

Dibujo de: Goñi Montes 

Fuente
Diario el universo