domingo, 25 de diciembre de 2011

¡Ojo con el esnobismo!

Bernard Fougéres

domingo 25 de diciembre del 2011
Lo encontramos en El Satiricón, cortes reales, reuniones sociales. El llamado dandy era un esnob, en América latina un futre, palabra de poco uso. Encontré en mi biblioteca un Libro de los Esnobs publicado en 1848 por Thackeray. Me divertí encontrando militares esnobs, curas, clubes esnobs. El sarcástico autor desgrana frases como esta: “Muchas veces compramos el dinero demasiado caro”.

¿Qué es un esnob? Pues una persona que imita con afectación lo que está en boga, maneras, opiniones de quienes considera de moda para aparentar ser igual que ellos. Gasta más de lo que tiene, se endeuda con tal de ostentar lo que impone la moda. Si usa Benetton, crece su ego. ¿Qué pensará de la campaña publicitaria de esta marca donde destacados líderes se besan en la boca? Los hijos claman a los padres que no pueden ir al colegio sin zapatos Reebok, Nike, pantalones de marca, camisas Tommy Hilfiger, Gap, polos Ralph Lauren. Oí a un muchacho decir que no podía llegar a la escuela vestido de cholo. “El mundo es un espejo que refleja la imagen del observador” (Thackeray). Si ostento un reloj de precio vertiginoso, tengo dos posibilidades: provocar exclamaciones de admiración, envidia, o ser asaltado salvajemente por unos mozalbetes que no entienden la sutileza de mi elegancia. Les conté una vez la historia de aquel caballero víctima de un aparatoso accidente automovilístico. Se baja maltrecho del vehículo destrozado, exclama llorando: “¡Mi Mercedes!”. Un testigo dice: “Pero, señor, ¿cómo puede lamentar lo del coche si usted perdió el brazo izquierdo?”. El hombre mira su muñón desangrado y grita: “¡Mi Rolex!”.

A los conciertos puntuales van quienes gustan de la música, otros van muy de repente para ser vistos o porque es una de las pocas obras muy conocidas. Se puede pagar cien dólares para escuchar la orquesta de otro país mas no se acude a temporadas gratuitas que da nuestra brillante Orquesta Sinfónica de Guayaquil (así, con orgullosas mayúsculas). No existe música elitista sino música para quienes la aman sin limitarse a obras trilladas vendidas en colecciones de piezas básicas (el elemental ABC). No es pecado comprar cosas lindas, la falla ocurre cuando las tomamos en serio, terminan poseyéndonos. Manolito, amigo materialista de Mafalda, dice a Felipe, el soñador: “Si no tienes, ni siquiera eres”. ¿De qué sirvió la belleza de aquella candidata a un título internacional cuando declaró que Confucio fue quien inventó la confusión? Creo que la cultura existe para ser amasada como el pan, disfrutada, compartida, hacernos felices, no distinguirnos, menos aún para brillar. Cualquier ser que ama puede volverse mejor que quien pretende saber. Nadie es pobre cuando existe riqueza interior. La peor desgracia es no ser más que rico. El amor auténtico es inmortal, los bienes se esfuman.

¿Somos lo que poseemos? ¡No!... somos lo que amamos. ¿Por qué envanecernos si la vida es tan breve? Cuando nos pongan en el nicho como pan en el horno, ¿quién comentará nuestra mortaja de seda, el reloj Cartier, el ropaje importado. En mi corazón solo quedarán quienes he amado para siempre. Jamás olvido ni me arrepiento. Lo demás fue pamplina, envoltura.


Dibujo de: Omar Jaramillo

domingo, 18 de diciembre de 2011

Desafuero navideño

Bernard Fougéres

domingo 18 de diciembre del 2011
La gastronomía es un elemento más de aquella furia navideña que convirtió una fiesta espiritual en derroche pagano. La llegada del Divino Niño se volvió pachanga, endeudamiento, baile desquiciado de las tarjetas de crédito. Pensamos que sin satisfacciones materiales no podía existir alegría verdadera. Es parte de una campaña mundial que cubre el espectro de nuestro diario vivir. Al querer orientar nuestra sensualidad nos quisieron convencer de que “sin tetas no hay paraíso”. Nos lavaron el cerebro diciéndonos que sin el BlackBerry no éramos nadie, pero apenas salíamos blackberreados hizo su aparición el iPhone. Acabo de leer que la gente está desesperada por la llegada del smartphone. Si no tenemos no somos (Mafalda).

La familia frente al pesebre es imagen de antiguos álbumes. Desforestamos doquiera para tener un pino de verdad. Aparecieron árboles sintéticos con nieve artificial incluida (no cae nieve en Guayaquil que yo sepa). Las tarjetas hablan de paisajes suizos mientras vivimos la época más calurosa del año en un país pintoresco, entrañable. Los centros comerciales se llenan de compradores compulsivos: el consumismo salvaje está en auge. El Papá Noel se clona preguntándose los niños cómo puede haber tantos cuando se supone que es un personaje único, el barbón del jojojo se presta para promover artefactos electrodomésticos, la pizza con todo, el festín de Baltasar, la cena preparada en su domicilio. Los cajeros de los supermercados, los conserjes, los vendedores en las tiendas tienen que ponerse en la cabeza el gorro rojo con la borlita o el pompón, lo que me parece humillante. Se supone que el ambiente tiene que tornarse festivo y para eso nada mejor que el disfraz.

No me apetece ser parte del carnaval de diciembre ni pensar que sin pavo no hay Navidad, pues eso de doble pechuga me recuerda otro eslogan de campaña relacionado con las féminas y sus atributos. Lo importante será el amor que usted ponga en la mesa, no importa que llegue con arroz, pollo, menestra, pernil de chancho, meloso de gallina. Pueden comer lo que se les antoje o lo que les alcance. Hay un proverbio bíblico que reza con sabiduría: “Mejor es una comida de verduras donde hay amor que de buey engordado donde hay odio”. Que sea locro con cueritos, pescado a la plancha, pechugas de pollo a la parrilla, nunca llegará la comida a ser lo esencial. Por más que nos bombardeen con páginas a todo color, fotos impresionantes de platos barrocos, despliegue de tentempiés multicolores, estaremos esperando que la Navidad nos traiga algo de magia, recuerdos de infancia, cuando una naranja nos hacía felices, cuando los juguetes eran sencillos, cuando no soñábamos con regalos de lujo ni tecnología de punta, cuando la familia se reunía con el único afán de darse amor compartiendo el placer de comer juntos, cuando nos conformábamos con ser quienes realmente éramos en vez de entrar en competencia con nuestros vecinos. Una noche de Navidad, hace de eso muchos años, recibí esta tarjeta de mi amigo Pepe Gómez Izquierdo: “Navidad es cuando el amor se volcó en la Tierra”. Una sola luz en el alma equivale a cien mil focos navideños en la fachada.

Dibujo de: Thomas Thorspecken

domingo, 11 de diciembre de 2011

Valentina, mi pequeña extraterrestre

Bernard Fougéres

domingo 11 de diciembre del 2011
Vive en otro planeta al que tengo acceso cuando ella puebla con insistencia mis sueños, acompaña mis insomnios. Le calculo unos 7 u 8 años. No habla ni habló nunca, pero sus ojos tienen más magnetismo que cien mil imanes. Solo ella sabe que dentro de su ser alguien musita una melodía intraducible. Es sensible al afecto, pero lo siente como si fuera una corriente de agua dulce correteándole por el alma. Su mirada es impenetrable como la de las diosas, muchas veces pienso que oculta secretos indescifrables para quienes usan el lenguaje de los humanos. Mis amigos acostumbrados a mis lucubraciones dicen que escogí como amiga imaginaria a una pequeña autista, tal vez una niña que padece lo que antaño llamaron el pequeño mal; me dan charlas acerca de la epilepsia. No saben que en cierta religión tibetana, quienes sufren convulsiones son seres elegidos. Valentina no sabe que en la Edad Media se hablaba del mal de San Valentín. Julio César y Dostoievski padecieron estos síntomas.

Lo maravilloso de Valentina es que despide amor como del incienso emanan efluvios. Intentar penetrar en sus grandes ojos abiertos es como ingresar atrevidamente a un laberinto del que solo ella posee el hilo mágico de Ariana, aquel que permite salir de aquel enredo. De no tenerlo, usted puede quedar preso de su mirada, llevarla tatuada en su alma como quien mira el sol de frente y se queda largo tiempo con un círculo de luz en la retina. Su inocencia y su amor verdadero no tienen precio.

Valentina cabalga nubes, visita estrellas, viaja sin moverse a cualquier lugar. Su inexpresividad aparente se vuelve obsesiva, inolvidable. Se inventa un mundo de silencio donde ningún ruido puede alcanzarla. Al abstraerse de la vida cotidiana, logra suprimir el tiempo , tan solo el crecimiento de su cuerpo indica que es un ser terrestre. Albergo en mi corazón a miles de niños que por ser diferentes son llamados especiales. Unos padecen el síndrome de Down, pero más allá de sus características físicas suelen desarrollar una gran sociabilidad. Cuando, hace años, viajé a Cuenca para visitar un centro especializado, me asombró el cariño espontáneo que demostraron todas aquellas criaturas. Encontré un poema dedicado a estos chiquillos tan particulares: “Soy un niño especial, no preciso perdón ni penitencia . Nací ya perdonado; dicen que me falta inteligencia, tengo un don superior: la inocencia, es mi arma para amar y ser amado”. Glenda, desde Chile, escribe: “Quizás soñaste, mamá, que tu niño algún día sería arquitecto, médico, bombero, pero ya ves, seré un niño siempre: seguiré a tu lado buscando tu mirada, tu calor, tu amor. Perdón por no ser el bebé que tú esperabas, pero soy así y te enseñaré a amarme como yo te amo. Seré para ti la luna y entraré cada noche por tu ventana”.

Valentina no pidió permiso para irrumpir en mi corazón. Tumbó la puerta, se instaló, puso el cerrojo desde adentro. Por eso la siento mía aunque no conozca su planeta. Algún día ingresaré al corazón de ella y también cerraré el picaporte para quedarme.

Foto de: Amaury Martinez

domingo, 4 de diciembre de 2011

El perro

Bernard Fougéres

domingo 04 de diciembre del 2011
Reconozco que mi corazón puede volcarse, desquiciarse, desgoznarse por la simple mirada de un cachorro; aquel que me siguió hasta mi casa, hace poco, me descompuso en cuatro patadas. Aquellos sollozantes gemidos, gañidos reprimidos como si alguien lo hubiera maltratado, esta forma de mirar ladeando la cabeza sin apartar sus ojos de los míos me desarmó. Era del tipo fox terrier, entrañable bola de pelos (el lado que muerde indica donde está la cabeza). Entre gruñidos y aullidos prolongados, morro levantado, hocico al acecho, inició un diálogo que me causó a la vez pesar y malestar. Opté por resolver el asunto cerebralmente haciendo callar la molestosa reacción emocional o visceral que suelo tener en estos casos. Sostuve gallardamente la mirada del can, puse en mis ojos toda mi potestad de convicción, le hablé en voz alta para que no haya malinterpretación. “Vivo solo en un departamento pequeño no tengo patio ni jardín, no estoy dispuesto a levantarme cada noche, abrirte la puerta, sacarte al malecón para que levantes la pata contra inofensivas paredes”.

Me pareció que entendió porque movió la cabeza como signo de asentimiento, se relamió una cuantas veces, bajó la voz. Aproveché para dar los detalles que faltaban. “Padezco insomnio desde que duermo solo, murió mi esposa, me dopo a punta de Neuril y Rivotril. Si algo me despierta a medianoche no vuelvo a dormir. ¿Está claro?”. El can, al oír eso, convirtió su rabo en metrónomo. Leía en sus ojos de perro que ya se imaginaba recostado en mi colchón, rascándose de repente una oreja con la pata, bostezando hasta desencajarse las mandíbulas.

No tenía alternativa. Debía mostrarme firme, asumir mi absoluta libertad de elección. Le dije con la voz más inconmovible que pude: “Vete, deja de seguirme, encontrarás otra persona que acepte tomarte a cargo”. No sé si lo imaginé o si ocurrió de verdad: me pareció que frunció las cejas como gente, detuvo su metrónomo, se rascó el costado con algo de fastidio. Se acostó como esfinge, la parte delantera de su cuerpo en el suelo, la parte trasera levantada. Entendí que aquella actitud equivalía a una huelga de tiempo ilimitado: “aquí me quedaré hasta que cambies de opinión”. En regla general odio que alguien me lleve la contraria, busqué todas la exclamaciones, onomatopeyas, imprecaciones, interjecciones y apóstrofes que pude recordar; al chucho de marras le dije de todo en todos los tonos. Después de un tiempo que me pareció interminable, se levantó un poco vacilante, mirando hacia abajo para evitar un contacto con mis ojos, las orejas cansadas, la cola entre las piernas, el cuerpo agachado, encorvado como si hubiese tenido que llevar encima al mundo entero, se fue alejando pero de vez en cuando volteó la cabeza para cerciorarse de que no había cambiado de parecer, llegó así a dos cuadras de mi casa, dobló a la izquierda y desapareció. Me busqué lógicas excusas: “¿Cómo puedes conmoverte por un perro cuando cada año se mueren de hambre en el mundo más de cinco millones de niños?”.

No sé por qué entonces no puedo dormir ahora ni con Neuril ni con Rivotril.


No tenía alternativa. Debía mostrarme firme, asumir mi absoluta libertad de elección.

Dibujo de: Paige Keiser

domingo, 27 de noviembre de 2011

La vida, chispa de conciencia

Bernard Fougéres

domingo 27 de noviembre del 2011
Estamos convencidos de que somos vip (pretenciosas pero prácticas palabras), de que lo expresado por nosotros es esencial. Cuando nos creemos importantes dejamos de serlo, pasamos al lado de la vida creyéndonos dueños de la verdad. Hoy pongo las cosas en su sitio: entusiasmos delirantes, penas indecibles, premios, libros publicados, condecoraciones, hormigas en el corazón por aquel preludio de Bach, adagio de Beethoven, Shostakovich o Mahler, puñal clavado cuando murió el ser querido (si intentaba arrancarlo me desangraba del todo), impotencia frente a poetisas amigas aplastadas por un destino chúcaro que no supieron domar, enamoramientos, fuegos fatuos quizás equivocados pero siempre mágicos. Amar es milagro permanente que sublima lo terrenal. Jamás olvido a quienes me aceptaron tal como soy, se quedaron un rato en mi recinto desde el primer amor a los 16 años hasta ahora, sin excepción. Brotó felicidad, sin que importe el tiempo.

Guardo represada la esencia de una intensa ternura entregada al granel, persiguiendo a un Dios esquivo, agradeciendo el don maravilloso de la conciencia, un Dios del que estuve cerca, del que me alejé al no aceptar que viviéramos una vida prestada incomprensible, llena de desigualdades, injusticias. Intentamos ser coherentes en lo que pensamos, creemos, escribimos, damos traspasos, hay tantas personas a las que deberíamos pedir perdón, actitudes egoístas, erradas, inmaduras. Juzgamos sin ponernos en la piel de los demás: chismes de baja calaña, calumnias, tonterías. Al agonizar tomamos conciencia de lo que fuimos. Adoptamos en vida gestos nobles, ocultamos íntimas basuras, cinismo, consumismo delirante frente a la miseria más atroz. Nos deslumbramos frente al automóvil de lujo, vestidos de marca, olvidando el ropaje interior, pasamos por clínicas, hospitales, cementerios, velatorios, sin cambiar, frívolos, creyéndonos eternos. Tratamos de entender por qué la gente nos ama, por qué otros nos aborrecen, porque somos a la vez lo mejor y lo peor jugando a ser lo máximo. Somos niños toda la vida, tomándonos en serio. La cultura no asimilada es lamentable masturbación del ego intelectual.

Palpo la vanidad de lo que redacto, pues el diario donde escribo sirve para envolver pescado, limpiar parabrisas, reparar desastres domésticos cuando se mea el perro. Me vuelvo melancólico al fumar un cigarrillo en campo abierto, absorbiendo la naturaleza, fusionando con ella, volviéndome árbol, hiedra, brizna de hierba. Me enamoro, acepto el riesgo de estrellarme. Si estuviera consciente en el momento de marcharme para siempre, solo diría: “Intenté amar, pido perdón a quienes he defraudado. Creí saber mucho, me quedé en la más crasa ignorancia”. Decepcioné a quienes pensaron encontrar en mí lo que no poseía. Quiero recordar los momentos, por más fugaces o esporádicos que hayan sido, en que me sentí parte de un ser amado. Una vez duró 40 maravillosos años. Valió la pena vivirlos. Daría todo por repetirlos, ¿pero con quién si son irrepetibles las mujeres excepcionales? En la página editorial soy ingenuamente atemporal aficionado a la vida, receptor de mil angustias suyas. Contesto siempre sus mensajes cuando gritan soledad o buscan ser escuchados: paso muchísimo tiempo en su compañía frente a mi computadora. Soy uno de ustedes, ni más ni menos.

Dibujo de: Omar Jaramillo

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Y qué pasa si perdono?

Bernard Fougéres

domingo 20 de noviembre del 2011
Al pensar que perdonar me vuelve superior a quien me ofendió, falseo la esencia de la indulgencia. Debe existir igualdad entre ofensor y ofendido dentro del mismo humanismo. Me interesa el perdón más allá de las religiones. La filosofía de Kant, al considerar un acto como bueno cuando pueda convertirse en ley universal me seduce tanto como su imperativo categórico (hazlo porque sí). Recuerdo de mi adolescencia el teatro de Corneille. “Soyons amis, Cinna, c´est moi qui t´en convie” (Seamos amigos, Cinna, yo te lo propongo; aprende conmigo a vencer tu rencor). Mis padres me educaron dentro del catolicismo del que sigo apreciando el abrazo de paz o aquella frasecita del padrenuestro “Perdónanos nuestras ofensas como perdonamos a quienes nos ofendieron”. No es simple oración sino precepto de vida.

Puedo afirmar que siempre he perdonado sin obtener otra recompensa que la de sentirme a gusto con mi conciencia. No hay gloria más grande que recuperar a quien, con o sin motivo, se ha enemistado. Me sucedió con Pancho Jaime cuando lo visité en la cárcel para ver de qué modo podía ayudar a su familia, no dejé ningún hilo suelto ni mastiqué ofensas del remoto pasado. Cumplí con mi deber. Tengo mil y un defectos mas aborrezco las expresiones del tipo “no dar el brazo a torcer”, “el que la hace me la paga” de la rapera Milka. Adopto lo de Gandhi: “Ojo por ojo, al final el mundo acabará ciego”. La famosa ley del talión me incomoda: “Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión” (Éxodo 21:23-25). “Fractura por fractura, se le hará la misma lesión que él haya causado a otro” (Levítico 24:19). “Tu ojo no tenga compasión de él, vida por vida, ojo por ojo, diente por diente” (Deuteronomio 19:21). Todo eso quedará sin efecto con el hermoso sermón en la montaña del activista Jesús: “Bienaventurados los misericordiosos porque para ellos habrá misericordia. Bienaventurados los pacificadores porque serán llamados hijos de Dios”. Eso de “si te pegan en la mejilla pon la otra” (Mateo : 5: 38-42) debe ser tomado en el sentido alegórico. Humoristas como Bonil (“Cuando puedes adjetivar tus deficiencias, recién puedes reírte”) me entienden. Roque Maldonado también: “Puedo sufrir a gusto la desesperación existencial, repantigado entre el polvo sin memoria y los fulgores mineralógicos del ser o no ser”. Se mofaron ambos de la solemnidad con desenfadada finura. “Si no nos dejáis soñar no os dejaremos dormir” (Tomás del Pelo). El humor puede ser más preciso que la cuchilla del cirujano, más profundo que un editorial. El entrañable Bonil sabe perdonar, por eso, presumo, me soporta como amigo.

Sadam Husein frente a la horca dijo: “No tengan miedo, es allá adonde todos vamos. Iremos al cielo, nuestros enemigos se pudrirán en el infierno”. No sabía de humor ni de perdón pero sí algo de filosofía. El desquite envenena nuestra vida. Perdonemos todos: la magnanimidad es noble forma de crecer. “Solo aquel que es bastante fuerte para perdonar sabe amar” (Gandhi).

Dibujo de:Rolf Schröter

domingo, 13 de noviembre de 2011

Amantes a la antigua


Bernard Fougéres

domingo 13 de noviembre del 2011
El amor-intuición ignora la lógica. En latín intueri significa mirar. El alma percibe lo esencial más allá de la perecedera envoltura. ¿Por qué Romeo tenía que seducir a Julieta si era un amor imposible? La moral tradicional, la tradición familiar se vieron trastornadas. María Kodama, a los seis años de edad, se conmociona al leer estos versos de Jorge Luis Borges “Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria, te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón”. Se enamora de él tres décadas después. Había 46 años de diferencia entre ellos, él era totalmente ciego. Se casaron pocos meses antes de que se muriera el escritor. ¿Por qué en un momento determinado se nos pone la piel de gallina con tan solo mirar intensamente a una persona del sexo opuesto? ¿Será por un parecido que nos lleva a intuir la presencia del otro yo, alguien tan igual a nosotros que nos da vértigo o más bien la diferencia que nos complementa? Sabemos que puede brotar el amor entre seres del mismo sexo contrariando la norma tradicional. Me sorprende pero ya no me asombra. Revientan antiguos esquemas: negros se casan con blancas o viceversa, cholas con pelucones. Según Platón los humanos poseen ambos sexos. Dios los dividió en mitades. Desde entonces vagan buscando su complemento. No se arrepientan nunca de haber amado aunque se hayan equivocado. En el mundo de los insectos, el macho huele a la hembra a increíble distancia; sabemos que ciertos perros abandonados a centenares de kilómetros, reaparecen meses después, enflaquecidos, enlodados, dispuestos a amar a quienes los traicionaron.

Sin intuición o admiración el amor se vuelve egoísmo. Los soñadores se prenden de una estrella, de una mirada, construyen un mundo hermético, pueden convertirse en orates entrañables. Los acribillan parejas rutinarias que viven una vida entera sin conocer jamás el amor intenso, compartiendo cosas materiales. Sé de una amiga mía que amó locamente a un solo hombre, amor imposible, amor ciego; se casó con otro por indiferencia: leo tristeza en sus ojos. Dos seres pueden con una mirada, estallido de sobrevoltaje, vivir una pasión eterna mientras otros buscan lo que jamás encontrarán. Un príncipe medieval se enamoraba de una pastora de ovejas –ahora las llaman plebeyas; en Roma la plebe era lo que llamamos chusma, los pelucones se autodenominaban patricios–.

Almas gemelas: parejas de medio siglo que usan los mismos lentes, tienen los mismos achaques, desgranan los mismos recuerdos, toman los mismos remedios, ignoran el tiempo, abren la boca para decir la misma frase, mezclan en desorden locas vivencias, se siguen adorando. Almas gemelas es cuando decimos: “No sé donde empiezo, donde terminas”, cuando el corazón se convierte en nido donde se ovillan sueños recién paridos. No existen reglas sino convencionalismo social. Libertad compartida, jaula de puerta abierta, el amor no está hecho solo de carne sino de identificación espiritual, afectiva. El sexo es solo un medio de culminar la unión de almas. Los que se ofenden por tantos esquemas desbaratados, amores insólitos, pueriles escándalos sociales, pues que se vayan al diablo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Dina, más veloz que una bala

Bernard Fougéres

domingo 06 de noviembre del 2011
Porque comías, soñabas como cualquiera, tenías reacciones propias del ser dotado de inteligencia, lenguaje articulado, clasificado entre mamíferos de orden primate, porque adoptabas una postura erguida, tenías manos prensiles, nunca me preocupé de saber si podías ser diferente. Cuando descubrí los mails que habías publicado en internet, tus cartas a Bernie, recién me di cuenta de que había pasado al lado de ti cualquier cantidad de veces ignorando lo esencial: “Nada puedo hacer ante tu ausencia, solo escuchar entre visiones tus palabras que se esconden en silencio entre el pasado y la memoria porque las palabras fueron tiempo y el tiempo flama” (Siomara).

No supe que la supuesta nariz roja postiza era de verdad, que tu risa podía quebrarse como una copa de Merlot cuando compartíamos vinos en mi casa, cuando tus bromas eran el forro de tu aparente alegría, tu sentido del humor una forma de exiliarte de tu cuerpo. Cómo pude hablarte del tiempo si viviste a destiempo, si en vez de vivir te desviviste, pusiste tu destino patas arriba, desquiciaste a los dioses, me miraste con aquel leve estrabismo que me inspiraba tanta ternura. “Que no se diga siempre equivocada estaba” o “que fue sin intentarlo”: nadie de nosotros puede acurrucarse en la verdad tuya. Saliste como esfinge dejándonos con las preguntas, llevándote quizás una respuesta. Jamás te vi tan hermosa.

Los glóbulos rojos eran canicas iguales a las que usan los niños en el recreo. Te robaste aquella navaja que obsesionó a Buñuel pero pronto te diste cuenta de que no se podía partir una mirada para ver la Luna. Viviste siempre entre dos polos, con estados anímicos cíclicos. “A veces el día es tan luminoso que es imposible contradecirle”, me dijo mi amiga María Isabel, pero tú le hubieras contestado: “Hay días tan oscuros que resulta absurdo estar de acuerdo con ellos”. Me reprocho siempre no haber estado cuando debía. No estuve cuando Carolina, no estuve cuando Marilyn, cuando Pizarnik, cuando Anne Sexton, cuando Alfonsina, cuando Virginia Woolf. Me toca como a cualquier otro ser recordar lo que fuiste a través de lo que escribiste. En una de tus cartas a Bernie dices que yo “antes de dormir escojo el cuerpo para el día siguiente”, y es precisamente lo que acabaste de hacer mas seleccionaste el cuerpo invisible que desafía mis preguntas. Recuerdo tu última expresión, nadie puede quitármela. Siomara cerró tus ojos mas no la mirada. El tiempo volatilizará tus átomos pero seguirá volando la libélula que fuiste. “No existe elixir para mi mal, muero y nazco hecho amor y también me suicidaré así, soy como soy, podridamente amante” (Dina Bellrham). Recordaré cómo te reíste cuando te revelé que tu nombre vertido al francés significaba hermosa rama: belle rame. Versos tuyos quedaron tatuados en mí: los más inocentes, desnudos totalmente como la criatura de mil años que siempre fuiste: “No es que no me ame. No concibo la idea de que no me amen. Yo que soy libélula, árbol almacenando ramas (belles rames). Yo amor”. Apuro la copa de Merlot, te seguirás yendo, Dina. Siento tu beso mojado en mi mejilla.

Dibujo de: 

domingo, 30 de octubre de 2011

Comer pollo causa homosexualidad y calvicie

Bernard Fougéres

domingo 30 de octubre del 2011 
Evo Morales lo afirma con absoluta seriedad. Mis lectores saben que escribo fuera de toda ideología. Supongo que mi amigo Pajarito habrá reído a mandíbulas batientes al oír semejante disparate: me gustaría verlo cavilar acerca de ello en su columna. Me preocupa el hecho que se nos presente al homosexual como una personaje satanizado. El pollo se vuelve el cuco que castiga. Sabemos que para los carnívoros, el pollo es saludable mientras la carne roja comida con exceso puede tener, según dicen, una influencia perniciosa. Todos los argentinos, en este caso, deberían haber muerto. El uso de alimentos balanceados es otro cantar.

Ser calvo no puede convertirse en maldición gitana. Admiro a tantos calvos famosos como Sócrates, Julio César, Gandhi (vegetariano) George Washington, Franklin, Kojak, Van Diesel, Jack Nicholson, Sean Connery, Agassi, Yul Brynner, Telly Savalas, Michael Jordan, Vladimir Álvarez, Rafael Cuesta, mi entrañable amigo Alberto Borges y muchos más.

Ser homosexual no es tampoco motivo de sorpresa. Admiro a Óscar Wilde, Federico García Lorca, Chaikovsky, Andy Warhol, Salvador Dalí, Elton John, Ricky Martin, Miguel Bosé, Juan Gabriel, Georges Michael, Freddy Mercury, Liberace, Leonard Bernstein, Ravel, Rachmaninov, Paul Verlaine, Rock Hudson, Miguel Ángel, Amado Nervo, Proust, Passolini. Un ser humano puede llegar a ser admirable: aquello no depende de su orientación sexual sino de sus virtudes como ser humano.

Más urgente sería preocuparnos por el auge de la pedofilia en la Iglesia, las llamadas clínicas para “curar” lo que ciertos consideran como “la enfermedad homosexual”. En estos centros de “rehabilitación”, se tortura, se maltrata, se viola, nadie protesta, Más debería avergonzarnos el tener miedo de tocar este tema por temor a que nos tilden de gays. En este caso, creo que existe falta de virilidad o lucidez frente a un fenómeno social como lo es la salida del clóset de tantas personas. Se necesita mucha valentía para asumir lo que la sociedad condena o discrimina. Ha de ser un paso difícil de dar. Mucho más doloroso, presumo, ha de ser vivir toda una vida disfrazado, sufriendo lo que el alma oculta. Mi correo me trae a menudo inquietudes patéticas de padres que acaban de descubrir la doble identidad de un hijo, de una hija. Aprendí a ser mucho más humano y justo al recibir estos mails o los de chicas aterrorizadas: “Mi padre me quiere matar o botar de la casa”.

Intento imaginar lo que ocurre en el alma de un gay cuando no se siente feliz con el sexo biológico que le dio la naturaleza, tampoco con el que escogió al salir de su clóset. El deseo irrealizable que puede tener un transexual de convertirse en mujer, de dar a luz, es obviamente doloroso. Deberíamos –de ambos lados– hablar menos del asunto, dejar que las aguas se calmen. Más allá de la envoltura se esconden angustias, temores. Cuando se ama, duelen de la misma forma una infidelidad, una ruptura, un rechazo. Pienso que los romances en los que se involucra el ser entero suelen provocar los mismos huracanes, que sea en la Tierra o en cualquier otro planeta.

Foto de: Amaury Martinez

domingo, 23 de octubre de 2011

Con tal de que no te vayas

Bernard Fougéres

domingo 23 de octubre del 2011
Para que no se fuera hubiera dado mi vida. Oré tantas veces, de día o de noche, recé a Jesús, a Buda, a todos los dioses posibles, incluso a los que me inventé con tal de que no muriera. En la soledad de nuestra habitación sigue flotando aquella ternura que llevaba entre brazos, la que brillaba en sus ojos como lámpara votiva. Para que no muera hundí mis ojos en los suyos, mezclé nuestras represas, convertí lágrimas en quietos lagos donde retozaron penas, remordimientos. Creí tan ingenuamente que podríamos entre los dos inventar remedios para todas las congojas.

Hubiera querido obsequiarle la eternidad siempre cuando no la conociera sino cuando me fuera con ella. Para que no muriera me hubiera agarrado de cualquier estrella fugaz hasta atraparla, entregársela como promesa inquebrantable. Puse al revés la película, remonté el curso del tiempo, la volví a conocer sabiendo por experiencia cuál era la mejor forma de seducirla, conociendo la manera más sutil de no lastimarla.

Sigo esperando el colectivo que no salió nunca de ninguna parte. El amor es a veces una hemorragia incontrolable. Intentamos detener el flujo de nuestra íntima esencia cuando la mujer de ayer, de hoy, de siempre, sigue yéndose en cámara lenta, la vemos de espaldas, le seguimos inventando horizontes, soñamos con que desde su sombra abra el telón de su cabellera, dé una repentina vuelta, ofrezca de nuevo su mirada. Es muy difícil volver a enamorarse, habiendo sin embargo mujeres solas, hermosas, inteligentes, con sentido del humor. Quizás es mejor tenerlas como amigas con un dejo de ternura. Tarde o temprano vuelve la imagen del amor que llenó nuestra vida.

Pues ella, la única, se aleja; cada horizonte la va absorbiendo de a poco, disminuyendo hasta convertirla en incansable galaxia, puntito suficientemente diminuto como para colarse en nuestras venas, dando vueltas hasta el vértigo. Se va yendo sin jamás terminar de irse. Sé que parte de ella quedó atrapada en alambres de púas que fui tejiendo en su camino con espinas del recuerdo. En realidad la que se va es otra. La que se queda es aquella a la que amé, la que dejaba caer su cabeza sobre el hombro del hombre anónimo en que me convertí. El amor es aquel embrujo que convierte el lecho en colchón de alfileres, cabalga las agujas del reloj, nos dice adiós con la mano, sonríe, disgrega nuestro sueños en mil pedazos, los atomiza, los vuelve tan frágiles que se rompen con cada amanecer, mas seguimos tramando con rayos de luna locas fantasías que se disuelven con los primeros guiños del sol. Ella es un embrión que sigue creciendo dentro de mí, inventa primaveras, acelera el ritmo de mi sangre. En mi balcón volvieron a florecer los pétalos azules que solía regalar con el desayuno a quien dio sentido a cada sustantivo mío. El aroma del café me recuerda que debo vivir. En mi mano se desliza la de una nieta. Sus ojos de un color azul celeste me ruegan dejar huellas mías para balizar su camino mientras me regala el sol para repartirlo.

Dibujo de: Omar Jaramillo