domingo, 21 de noviembre de 2010

Nos duele la ciudad

Bernard Fougéres
domingo 21 de noviembre del 2010
Quizás sea el manicomio el asilo más seguro para refugiarnos frente a tanta violencia. Leopoldo Panero, poeta extralúcido, encontraría a los orates en cualquier lugar de nuestro siglo: “Un loco tocado de la maldición del cielo canta humillado en una esquina”. ¿Qué te pasa, Guayaquil? Te bautizaron antaño como Perla del Pacífico, pórtico de oro, ahora “te reclamo las dulzuras con que anhelo yo vivir para nunca más sufrir”. Carlos Aurelio Rubira Infante, hombre de paz, de hermandad, profetizó en una canción que pronto tendrá 70 años: “Nací en ella y la quiero y por ella aunque muera, la vida yo la diera para no verla sufrir”. ¿Habrá intuido en aquel entonces el entrañable bardo lo dolida que se volvería su amada ciudad?

Nos duele el desamor, somos parte de él. Guayaquil de mis amores necesita más amor. Es pedazo de patria, la patria es un todo. Carlos Aurelio quiso que su melodía fuera un himno a la unión, a la serena felicidad. ¿No será que en el fondo vivimos despreocupados dejando que el planeta se recaliente, que la ciudad se degenere, que la basura se acumule fuera de los horarios de recolección? Murió la cortesía, manejamos con agresividad, llegamos a ser parte de aquella violencia que tanto deploramos. Existen dos tipos de salvajismo: el público que sale en la crónica roja, el solapado que se convierte en maltrato a las mujeres, a los niños, machismo egocéntrico, consumismo enloquecido, explotación inmisericorde, egoísmo monstruoso. “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente”. ¿No será que vivimos exclusivamente preocupados de nuestro bienestar? Guayaquil ha sufrido muchas veces las embestidas de la violencia. Cuando en 1922 era una urbe de 50.000 habitantes mandaron desde lo alto a matar a 500, el río Guayas siguió llevando cruces blancas, mientras vestía de rojo la avenida 9 de Octubre con tanta sangre regada.

Matamos con la indiferencia: ojos que no ven corazón que no siente. El cordón de miseria pertenece a otro planeta. No nos suele doler lo que no podemos imaginar: incendios, casitas desplomándose en el estero, niños que se bañan en aguas putrefactas, dengue hemorrágico, pan nuestro de cada día relativamente semanal. En inglés, la palabra suburb se refiere a zonas residenciales, en español evoca degradación, marginación, lo que solo se puede percibir cuando se llega a la tierra de nadie. Aquellos barrios forman su cordón de inmigrantes alrededor de París, Nueva York, solo cambian de nombre. En francés es la banlieue donde se codean árabes, sudamericanos, gente llegada de todas partes para vivir como sea. El corazón de la ciudad carece de latidos frente a otras zonas. Existe una diferencia abismal entre regeneración y degeneración. Ojalá no nos convirtamos en émulos “de aquellos perros que duermen con miedo”, según el decir de Ana Minga. Ojalá nos llegue al alma lo de Medardo Ángel Silva: “Nos embriagamos de teorías vagas soñando hacer brotar la primavera de la infección de nuestras propias llagas”.

Foto de: civila.com

Fuente
Diario el universo

No hay comentarios:

Publicar un comentario