domingo, 28 de agosto de 2011

El celular revela nuestra cultura

Bernard Fougéres

domingo 28 de agosto del 2011
¡BlackBerry!... recuerdo de una infancia en la que iba por los campos de Francia embarrándome la boca con aquella fruta deliciosa que crece doquiera. Ahora tiene otro cariz, puede volverse pesadilla. Aparecerán a lo mejor el Strawberry, el Cranberry, el Goldberry como nació el iPhone. Una vez tuve que pedir silencio con un suplicante pero firme “¡por favor!” a una señorita que conversaba en voz alta mientras la Orquesta Sinfónica de Guayaquil interpretaba a Mozart. La dueña del artefacto se puso molesta (¡me consideró poco tolerante!). La música clásica exige un silencio religioso.

El BlackBerry, considerado como teléfono inteligente, resta cerebro a muchos usuarios, se torna cómplice de la malacrianza, se lo oye en salas de cine, aparece su señal luminosa en la oscuridad, suena su musiquita, encuentra su lugar hasta en las iglesias. Almorzar o cenar con una persona que pide disculpas a cada instante para atender llamadas es insoportable. Hace poco, en un restaurante, noté asombrado que un esposo y su cónyuge pasaron charlando cada cual con anónimos interlocutores. Me pregunté si en la alcoba lo usaban también mientras se dedicaban a sus íntimas relaciones. Estoy seguro de que ciertas parejas pueden interrumpir sus efusiones (“¡perdóname mi amor!”) para atender a un allegado, al socio del negocio.

Salvo el caso de que esté esperando una llamada de suma urgencia suelo apagar mi Nokia cuando estoy almorzando con alguien. Al hablar por su artilugio, nuestro(a) acompañante nos dice subliminalmente: “mi teléfono me importa más que tú”. En la época de los esclavos, el BlackBerry era un grillete esférico que se les ataba al pie. Ahora unas cuantas personas lo tienen arrimado al cerebro.

Seamos claros. El teléfono celular siendo un buen servidor no debe convertirse en amo y señor. Por más que un individuo pida perdón o se aleje de nosotros dando unos pasos para conseguir privacidad (¡el colmo!) antes de pegarse al oído el blackberreador (¡quién sabe por cuánto tiempo!), la falta de modales es notoria, nadie debe sentirse obligado a mirar aquello con indulgencia. Nuestra tolerancia (palabra prostituida) termina donde nace la intolerancia de los demás. Kant dijo que cualquier acción podía considerarse como buena o mala analizando la posibilidad de que todo el mundo la adoptase como norma. Escupir en la calle, poner música a todo volumen, aplastar con impaciencia la bocina para llamar a alguien, hablar en voz alta en teatros, cines, no saber respetar el silencio que requieren los demás es grosería. A pesar de toda su fama como actor, Gerard Depardieu se volvió hace poco un estúpido patán al orinar en el corredor de un avión.

La libertad se volvió atropello. La mayoría de la gente ignora lo que significa el silencio “aquel pudor de los grandes caracteres” (José Marti). Si usted ama de verdad a alguien, préstele más atención que a su BlackBerry. Los celulares inteligentes tienen una tecla para guardar silencio; la gente, no siempre. Entre la televisión, el internet y el celular no queda tiempo para la lectura, el diálogo. La buena educación es como un orgasmo: es mucho mejor cuando no se tiene que simularla.

Dibujo de: 

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