domingo, 26 de junio de 2011

El matrimonio: crucero o naufragio

Bernard Fougéres

domingo 26 de junio del 2011
Casamiento y democracia no son perfectos, mas no existe nada mejor. El matrimonio puede ser el máximo logro. Desdichadamente mi correo rebosa de confidencias, relatos de fracasos matrimoniales, huellas imborrables en el alma de quien lo dio todo, recibió indiferencia después de la dolorosa ruptura.

No hablo de romances casuales que revelan inestabilidad emocional. Se vuelve uno insensible frente a lo que compartió, unión de almas de cuerpos, como si nada hubiera ocurrido. La pasión desenfrenada no pasa de meses. Chamusca y pronto se vuelve ceniza. “La inestabilidad emocional se caracteriza por una variación súbita del sentimiento por causas insignificantes. Nos hace pasar del ardiente enamoramiento a la desilusión, del fuego que incendia al hielo que congela: el daño es igual” (André Maurois).

Si usted da tumbos, vive en montañas rusas, es incapaz de conservar un afecto, cambia como veleta, si después de desvivirse por las cualidades del ser amado puede llegar a no perdonarle un solo defecto (haciendo caso omiso de los suyos) es probable que le falle la autoestima, buscará al psicólogo, comprará tranquilizantes pero no cambiará. Tiene mucho que ver con la bipolaridad.

Cuidado con las personas que entablan relaciones con insólita facilidad, quieren quemar las etapas, ir muy rápido. Quienes padecen inestabilidad emocional tienen dificultad al manejar una relación, queman en un minuto lo que adoraron durante meses. El amor se alimenta mientras la pasión devora, se empacha. Mi sueño fue llegar a los ochenta o noventa tomado de la mano con la mujer escogida. La muerte de mi pareja truncó este dulce proyecto. Ambos teníamos defectos pero la ternura lúcida, adulta, limaba asperidades. El matrimonio es la culminación de lo que llamamos amor. Se quiere eterno, indestructible, invariable. Ambos seres viven juntos, duermen, comen, sueñan, sufren, disfrutan juntos, se cuidan hasta cuando duermen, llegan a la más total compenetración. El ser que amamos de verdad es irreemplazable, irrepetible, resulta difícil la nueva relación por más que lo intentemos. En el romance casual se exprime como naranja al ser amado, luego se lo descarta.

En mi vida, ya tan larga, amé a varias mujeres, las guardé en cambio en un altar. Cada una me aportó algo invalorable, afinó mi filosofía. Mi primer amor –quinceañero– sigue latiendo en mis venas; recuerdo también, hace tantísimos años, un beso trémulo, torpe, maravilloso, inolvidable, dentro de mi auto en algún lugar de la carretera después de una emotiva visita a los presos de la Penitenciaría. Jamás podría dejar de amar a quienes he amado aunque fuera para ellas una sombra lejana, envejecida, pero conocí una sola vez un amor susceptible de ser eterno. Si tuviera que reencarnarme, buscaría sin lugar a dudas a la mujer con la que tan solo intenté entregar lo mejor de mí durante cuarenta años.

Lo ilógico en romances tórridos es la altitud a la que trepa la pasión en minutos, la insignificancia de lo que la derriba en segundos. Quien no anhela amar para siempre no tiene idea de lo que es el amor. Una vida entera no basta para madurarlo. La ternura es la clave pero ya pasó la moda.

Dibujo de: Thomas Thorspecken

domingo, 19 de junio de 2011

¿Existen todavía románticos?

Bernard Fougéres

domingo 19 de junio del 2011
Estoy escuchando la sexta sonata de Paganini: llora el violín su melodía desolada. Anteriormente, el arrebatado Berlioz se desató en su Romeo y Julieta, Bruckner lanzó el terrorífico scherzo de su novena sinfonía. En realidad lo que llamamos romanticismo nació cuando el arte quiso escaparse de las normas. Recordemos a Beethoven: “Quiero conocer todas las reglas para encontrar la mejor forma de violarlas”. Las cuatro notas que inician la quinta sinfonía, el silencio que las sigue, son como señales que presagian un mundo libre donde el corazón podrá expresarse sin limitaciones. Adiós al bajo continuo, a la rigidez clásica. Pero decir “romántico” luce atemporal, aun cuando se usa la palabra para caracterizar un movimiento artístico nacido en el siglo XIX. Realmente el romanticismo existió siempre. Es famosa la frase: “¿Quién que Es, no es romántico?” Si el término se refiere a una expresión afiebrada de los sentimientos, emociones, desbocamiento de la imaginación, conciencia social, afición al exotismo, creo que Goya más que Delacroix es la equivalencia de Beethoven. Después de todo mueren casi al mismo tiempo; pero Catulo, Propercio, Ovidio supieron ser románticos hace más de dos mil años así como la lesbiana Safo, dedicando a sus amantes femeninas versos incendiarios: “Hasta en el infierno estoy contigo, me vuelvo seca de tanto esperar. El amor dulce-amargo, incontenible, estremece mis miembros, me pongo a temblar. Trajiste fuego a mi corazón que se incendia por ti”: triunfo del lirismo desbocado, afición al amor imposible.

A veces pienso en la otra cara de la medalla. Más allá de los romances amorosos asoma la vida realista, prosaica de grandes personajes. Cuando Chopin y George Sand regresan de Palma de Mallorca, efectúan el viaje a bordo de un buque hediondo que lleva una carga de cerdos. Los animales encerrados se vuelven locos en medio de la tormenta, lanzan gruñidos de terror. La amante del compositor polaco se expresa con gran amargura al hablar de Chopin: “Suda mucho, apesta”. Él dice que no resiste “aquellos ocho años de vida organizada”. Ella contesta: “Ya van casi nueve que yo, llena de vida, estoy atada a un cadáver”. En Valldemosa, los habitantes de la isla los miran con recelo o desprecio. George Sand lleva pantalones, fuma cigarros, vive con un hombre sin estar casada. Resulta interesante leer la biografía de Sand cuando a los sesenta años enloquece por la política: “Estoy harta de los partidos políticos y de los borregos que se entregan a una sola persona”. Chopin muere a los treinta y nueve, ella a los setenta y dos, convertida en dama respetable. Cuando Chopin agoniza en París, su hermana busca a un médico, solo consigue a un pediatra: el doctor Blanche. El compositor susurra: “¡Me parece bien: siempre tuve alma de niño!”. Más allá del romanticismo se anida la ingenua ternura.

Dibujo de: Thomas Thorspecken




domingo, 12 de junio de 2011

Mañana será otro día


Bernard Fougéres

domingo 12 de junio del 2011
Si no fuera por el dolor no sabríamos a qué sabe la dicha, ¿entonces por qué quejarnos de la tristeza si después vuelve la alegría? Lo que pasó pasó, lo que será será, la vida continúa. Hay niños que esperan de nosotros una sonrisa, mendigos discapacitados que miran la moneda nuestra como si fuera el pan de cada día del que habla el padrenuestro. El remedio contra la congoja es proporcionar alegría a quienes nos necesitan. Vamos hacia ellos si no vienen hacia nosotros. No podemos inyectarnos dosis de tristeza como drogas o venenos, no se “saborea el dolor” como lo canta José José. Hay que despojarnos de las ropas dolidas o ajadas, comprar nuevas, encarar la vida. Es malo amanecer en blanco y negro cuando el mundo estalla en mágicos colores. Pensando en los demás, salimos del laberinto. La tentación de quedarnos encerrados o atrapados en nuestras vivencias es grande: muchas veces pasamos al lado de la vida sin siquiera verla. Vivir del pasado es buscar una muerte prematura. Archiven las penas, borren de una vez decepciones, frustraciones, sinsabores, olviden el mal que le hicieron, domestiquen la temible ausencia del ser amado (sabemos cuánto duele), pongan la música a todo volumen. Si tienen carro, recuerden que un disco adecuado cambia el paisaje. No se cansen jamás de amar aunque los hayan lastimado.

Hoy tuve en mi mano la de una niña muy pequeña que nunca habla, vive en su mundo hecho de sensaciones, parece indiferente mas tuvo un imprevisible despertar cuando sintió a flor de piel la ternura que le brindé. El beso mojadito que me obsequió no me lo hubiera podido dar ninguna mujer en el planeta.

Si se sienten derrotados, recuerden que la vida es como un caballo: vuelvan a los estribos, cabalguen a pesar de las caídas. Amen a los animales, pues “no hay mejor psiquiatra que un perro relamiéndonos la cara”, a los árboles, las flores, pues son testigos de todo lo que vivimos, dan su sombra o permiten a sus pétalos expresar el amor que nos conmueve. “Un barco no debe navegar con una sola ancla ni la vida con una sola esperanza”. La frase anónima ofrece consuelo a quienes piensan haberlo perdido todo.

Esperar puede significar que permanezcamos inmóviles ilusionados por algo que nunca llegará o que apostemos todo lo que tenemos a un porvenir positivo. No nos quedemos esperando, busquemos la esperanza. Siempre puede llegar alguien que sepa curar heridas, enjuagar lágrimas, reparar el daño que nos hicieron. Alas invisibles nos permiten despegar cuando nos creemos derrotados, podemos mirar el mundo como si fuera la primera vez, no fijarnos solamente en desastres: Hiroshima, Nagasaki, Haití, tsunamis, huracanes, Las Torres Gemelas, la guerra de Irak. En el año 1556, un terremoto en China causó 800.000 muertos, China sigue allí. Japón convirtió Hiroshima en una de las ciudades más bellas y luminosas del mundo. “El alma es una venada perdida en el bosque del cuerpo” (Rubén Darío Buitrón): cada selva tiene los caminos que nos proponemos trazar. Donde vive el amor se hospeda la esperanza.

Dibujo de: Lapin

domingo, 5 de junio de 2011

¿Es difícil ser buen padre?

Bernard Fougéres

domingo 05 de junio del 2011
El correo que recibo incluye muchos casos de bodas que desembocaron en desastrosas uniones. Si no hay hijos de por medio, un divorcio se convierte en un mal menor pero si los cónyuges empiezan a usar a los hijos para desfogar rencores, aquellos llevarán a lo largo de su vida una herida que no cicatrizará fácilmente. Es típico que el esposo y la esposa digan “tus hijos” cuando quieren lastimar a su pareja. Se puede llegar a la máxima ofensa: “Te odio a ti y a tus hijos”. Presumo que aquella animadversión salpica a los vástagos y los encierra en una posible crisis de autoestima: “Mis padres no me aman”. Se sienten rechazados, indeseables. Como padre cometí cualquier cantidad de errores. Al casarme por vez primera cuando no tenía la suficiente madurez, no supe manejar la crisis conyugal que culminó en divorcio. Me volví a casar, cometí otro error: derramar un amor desbordante que se tornó debilidad, aceptando caprichos, mostrando falta de firmeza, teniendo reparos en corregir rumbos. Pienso que la mayoría de nosotros no deberíamos ser padres hasta cumplir los treinta años. Antes de procrear deberíamos darnos un tiempo para ver si funciona el matrimonio.

Con el paso de los años, intentamos reconstruir lo que se derrumbó pero las heridas son tan profundas que pasamos por etapas de acercamiento y alejamiento: es posible que se produzca una ruptura en la relación entre padres e hijos. Mis lectores me lo cuentan desde Ecuador, Los Ángeles, Madrid, Milán o cualquier otro lugar donde nos leen por internet. Me piden consejos, suelo contestar que soy la persona menos indicada, poniendo en guardia a estos padres atribulados que perdieron pie en el mar de sus errores. Recalco más lo que no deben hacer, pues estoy convencido de que en la mayoría de los casos nosotros los padres somos quienes necesitamos del psicólogo, no los hijos.

Muy tarde evaluamos los errores. Los padres temen ser rechazados, sienten recelo en acercarse, los hijos se acostumbran a su independencia familiar, se hacen a la idea de que no tienen progenitores. Hay que reconstruir o remodelar el amor, no es tan sencillo como parece porque exige la buena voluntad de los implicados. Afloran rencores, resentimientos, resulta arduo perdonar. Los hijos que cruzaron tempestades suelen ser buenos padres, saben enderezar situaciones que sufrieron en carne propia. En los contactos que mantengo en Guayaquil con adultos que fueron pandilleros, hallo hombres que adoran a sus hijos, saben guiarlos. No citaré nombres, tampoco apodos.

El amor subsiste pero se oculta detrás del temor, el pudor sentimental. Lograr un matrimonio feliz es hazaña maravillosa. Llegar a ser padre sin descarrilar, con la debida flexibilidad, es envidiable talento. Admiraré siempre a quienes lograron convertir su hogar en obra de arte a punta de amor, madurez, sin que importen nivel social, condiciones de vida. Sencillamente hubo un sentimiento inalterable. Puede haber existido divorcio, separación mas los integrantes de la pareja deben conservar el afecto sencillo que distingue a lo seres civilizados. No se debería jamás poder odiar a quien se ha amado. Los exesposos pueden ser grandes amigos.

Dibujo de: Samantha Zaza