domingo, 30 de enero de 2011

Carta imaginaria de una esposa

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 30 de enero del 2011
“Vivimos juntos desde el inicio de aquella hermosa aventura, se deshojaron los calendarios, pasaron años, nacieron hijos. Quizás pensaste después del deseo afiebrado, la tan frecuente intimidad, que demostraste tu amor a saciedad. ¿Sabes?, nosotras necesitamos que nos digan siempre aquel “te amo” con que nos conquistaron. Si acomodas la silla para que me siente, si me abres la puerta del automóvil, vuelvo a ser la princesa que poco a poco convertiste en Cenicienta. Cuando estrechas mi mano, me compras flores en Urdesa con adorable torpeza, me emociono más que en cualquier noche ardiente; cuando se te ocurre besar mis ojos y te reto porque dañas mi maquillaje, cuando me sonrojo si me estrechas contra ti en público, siento que vuelvo a ser tu mujer, tu amante secreta, tu cómplice, olvido la ropa sucia, el supermercado, las tareas de los niños, los sobresaltos, los achaques.

Es verdad que lloro con facilidad, te saco de casillas, mas, tengo el alma a flor de piel, resulta fácil lastimarme. Tomo en serio palabras sin importancia, me hago una montaña de un descuido tuyo, me enfurezco si desvistes con los ojos a una mujer poniendo cara de yo no fui. Sé que hay jovencitas que no tienen incipientes arrugas, estrías, cicatrices de cesáreas pero me gustaría recordarte que me conociste joven con senos firmes, amamanté a nuestros hijos, sedimentamos muchas vivencias. Soy tu mujer en las buenas, en las malas, te conozco como nadie, leo tus ojos cuando te deprimes, cuando mientes enredándote en tediosas explicaciones, se te achican los ojos, cierras el teléfono, dices con voz trémula: “otra vez aquella mujer molestosa”. Me hago la insensible, cierro las persianas de mis ojos, trago mentiras, píldoras amargas. Si he de llorar no tendrás el gusto de verlo. Mi almohada conoce secretos que ni siquiera sospechas. Cuando hacemos el amor, mírame a los ojos. Apagar la luz es buscar el anonimato, ahuyentar la intimidad. Me gusta que te preocupes de lo que siento en cada poro en vez de correr desaforado hacia tu propio placer para luego darme la espalda, ponerte a dormir. Quisiera conversar, recordar, jugar, tomar una copa. No quiero ser “la mujer del miércoles” que describe Siomara España ni “la sibila enmudecida” denunciada por Sonia Manzano.

No he cambiado como tú. Cultivo el romanticismo de los inicios. La gente perdona a los hombres su barriga, sus arrugas, su calvicie, pero se supone que nosotras no debemos envejecer. Una pareja que lleva cuarenta años de convivencia puede todavía emocionarse con tan solo rozar la mano del ser amado. Hicimos viajes largos en automóvil, jugabas con mis dedos. Me confesaste que por eso comprabas siempre carros de cambios automáticos. Tu mano derecha me pertenecía. Soy tuya, siempre lo seré pero te esfumas, no me escuchas, preguntas lo que me pasa, contesto: “¡Nada, no pasa nada!”, reprimo ganas de llorar. A veces pienso que te alejaste, dejaste de pertenecerme mientras sigo soñando con aquel hombre con quien me casé. Te amo”. 

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