domingo, 17 de abril de 2011

Trapos al aire


Bernard Fougéres

domingo 17 de abril del 2011
Vivimos la época del reciclaje La creatividad no tiene límites. Hace muchas décadas escultores como Velástegui usaron clavos, tornillos, repuestos de motores, hicieron maravillas. Entendí que objetos prosaicos poseían su propia magia. Perdí contacto con la realidad cuando el reciclaje incluyó basura, excrementos, chivos o pescados podridos. Por más que leyera críticas sesudas acerca de latas doradas con peso específico, fecha de elaboración en las que encerró sus excrementos Piero Manzoni fallecido a los 30 años, no logré disipar el humor sarcástico que provocaron en mí. Una de aquellas latas “con cierre tautológico de achrome” fue subastada en el 2007 por 127.000 euros (180.000 dólares), otras se encuentran en museos famosos. Si no entienden como yo que “se trata de una reflexión sobre la función del artista frente a la autorreferencialidad de la obra de arte”, significará que se quedaron estancados en alguna parte de la historia universal, hablando tontamente de Rembrandt, Klimt o Picasso. Los críticos entendidos me indican con displicencia que “el artista Manzoni encontró una compensación por la pérdida invadiendo el espacio tradicionalmente asignado por el proceso comunicativo a la obra”. Las heces se convirtieron en reliquias. No tengo el cociente intelectual requerido para captar la esencia ontológica, la conceptualización de una genialidad llamada en italiano “merda d´artista”.

En Boston existe el Museo de la basura de los famosos. Después de chambear unos cuantos tachos hollywoodenses, han logrado encontrar unos calzoncillos de estampado escocés, un cepillo de dientes desechados por Mel Gibson; en el cubo de Madonna aparecieron toallas sanitarias, champú Superstar. Antonio Banderas parece tirar la ropa interior después de usarla una sola vez. Nicolas Cage se deshace de latas del mejor caviar sin siquiera abrirlas.

Lo más apasionante consiste en revolver la reputación de la gente, reciclar fotografías de famosas desnudas, exhibir en internet intimidades que mi generación consideraba como sagradas, armar una verdadera fiesta si se logra fotografiar a Shakira con un nuevo amor, a un político guayaquileño que sale del clóset declarándose homosexual. Si al lado nos hablaron de un padrastro que abusó de su hija de ocho años en compañía del hermanastro, la degeneración de los violadores casi pasó desapercibida. Bertrand Delanoe, alcalde de París, abiertamente gay, se enfrentará a Sarkozy y podría llegar a ser presidente en el 2012. Fue apuñalado por un homofóbico en el 2002 y casi pierde la vida. Goza por lo pronto de enorme popularidad. El hecho de mencionar a los gays puede ser interpretado por unos obsesos inseguros como una confesión de homosexualidad. Intento de mi lado entender que mi afición a las mujeres exuberantes no revela morbosidad sino afición a los senos con notable tensión superficial. ¿Me tildarán de enfermo mental?

¿Por qué nos apasiona saber quién sale con quién, si son amigos, amantes? ¿Un hombre no puede cenar con una mujer que no sea su esposa sin provocar chismes venenosos? Debemos apasionarnos por lo que ocurre en el corazón de un ser humano, no en su alcoba. “Lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra” (Simone de Beauvoir).

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