domingo, 10 de julio de 2011

Luis Olmedo Acosta

Bernard Fougéres

domingo 10 de julio del 2011  
Esta columna es de ustedes: en ella van vivencias suyas mezcladas con las mías. Me agrada conversar con los taxistas. En el tiempo de una carrera, indago, pregunto quién es el chofer, cuántos hijos tiene, de dónde es. Hace dos semanas detuve un taxi amarillo. Me topé con un conductor negro, amable, mágico. Leí su nombre en la identificación del vehículo, el alma en su mirada. Luis tiene setenta y cuatro años, luce diez menos. Sus cuatro hijos le han dado trece nietos y dos bisnietos. Tiene una sana filosofía de la vida, torea los temporales, sigue sonriendo. Me llama Don Bernard lo que me pone algo incómodo. Lo han asaltado tres veces. No encontré todavía a un taxista que no haya sido víctima por lo menos de un atraco.

Luis me muestra un dinero que tiene reservado para los bisnietos. Ha pagado con su trabajo los estudios de sus hijos. Cuando tocamos el punto del racismo, me dice que lo ha experimentado muchas veces: mujeres que se persignan cuando se fijan en el color del chofer, universitarios que le hicieron a escondidas señas ofensivas. Cuando llegamos al destino pactado, no me quiere cobrar, tengo que presionar hasta que acepte. Siento que este mundo no es lúcido, la gente no intenta saber lo que hay detrás de un rostro.
Recuerdo a esta señora operada del corazón en el mismo hospital que yo, recibiendo la visita del cirujano negro que la intervino: “¡Ojalá no me dé mala suerte!”. Y yo, algo irritado contestando: “No se preocupe señora, los cirujanos blancos operan a pacientes negros, no se contagian”.

Ser racista en pleno siglo XXI es tan absurdo: los esqueletos tienen el mismo color. Sin los negros se nos va lo mejor del jazz, de la música pop, del fútbol, se nos van Martin Luther King. Mandela, Benkos Bioho, Lewis Hamilton, Eddie Murphy, Desmond Tutu, Ángela Davis, Sidney Poitier, Bill Cosby, Pelé, Michael Jordan, Oprah Winfrey, Muhammad Alí, Michael Jackson, Ronaldinho, Adalberto Ortiz, Condoleezza Rice, Nelson Estupiñán, Antonio Preciado, Luz Argentina Chiriboga. La selección de Francia en el 2008 incluía a siete negros y cuatro blancos. Hitler no quiso estrechar la mano del atleta negro Jesse Owens, vencedor de los Juegos Olímpicos de 1936, pero Franklin Roosevelt tampoco lo recibió, pues hallándose en una contienda electoral no quiso demostrar simpatía por gente de piel oscura.

¿Acaso se necesita que un negro sea famoso para que lo podamos admirar? Por un Obama, ¡cuántos negros valiosos cumpliendo caballerosamente con su labor diaria! Negro es el color de las limusinas oficiales, del esmoquin, de ciertas teclas del piano, color elegante que se ponen las mujeres para afinar su imagen. El racismo no es más que la soberbia de un ser inferior, así como el machismo.

Estimado amigo Olmedo, conversamos escasos minutos, tiempo suficiente para que usted se convirtiera en mi héroe del día. Mis respetos, mi afecto. Ignoro si usted leerá esta columna pero uno de los guayaquileños que suban a bordo de su taxi amarillo se lo comentará. Ojalá los racistas sean negros en su próxima vida.


Dibujo de: Cathy Gatland

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