domingo, 30 de octubre de 2011

Comer pollo causa homosexualidad y calvicie

Bernard Fougéres

domingo 30 de octubre del 2011 
Evo Morales lo afirma con absoluta seriedad. Mis lectores saben que escribo fuera de toda ideología. Supongo que mi amigo Pajarito habrá reído a mandíbulas batientes al oír semejante disparate: me gustaría verlo cavilar acerca de ello en su columna. Me preocupa el hecho que se nos presente al homosexual como una personaje satanizado. El pollo se vuelve el cuco que castiga. Sabemos que para los carnívoros, el pollo es saludable mientras la carne roja comida con exceso puede tener, según dicen, una influencia perniciosa. Todos los argentinos, en este caso, deberían haber muerto. El uso de alimentos balanceados es otro cantar.

Ser calvo no puede convertirse en maldición gitana. Admiro a tantos calvos famosos como Sócrates, Julio César, Gandhi (vegetariano) George Washington, Franklin, Kojak, Van Diesel, Jack Nicholson, Sean Connery, Agassi, Yul Brynner, Telly Savalas, Michael Jordan, Vladimir Álvarez, Rafael Cuesta, mi entrañable amigo Alberto Borges y muchos más.

Ser homosexual no es tampoco motivo de sorpresa. Admiro a Óscar Wilde, Federico García Lorca, Chaikovsky, Andy Warhol, Salvador Dalí, Elton John, Ricky Martin, Miguel Bosé, Juan Gabriel, Georges Michael, Freddy Mercury, Liberace, Leonard Bernstein, Ravel, Rachmaninov, Paul Verlaine, Rock Hudson, Miguel Ángel, Amado Nervo, Proust, Passolini. Un ser humano puede llegar a ser admirable: aquello no depende de su orientación sexual sino de sus virtudes como ser humano.

Más urgente sería preocuparnos por el auge de la pedofilia en la Iglesia, las llamadas clínicas para “curar” lo que ciertos consideran como “la enfermedad homosexual”. En estos centros de “rehabilitación”, se tortura, se maltrata, se viola, nadie protesta, Más debería avergonzarnos el tener miedo de tocar este tema por temor a que nos tilden de gays. En este caso, creo que existe falta de virilidad o lucidez frente a un fenómeno social como lo es la salida del clóset de tantas personas. Se necesita mucha valentía para asumir lo que la sociedad condena o discrimina. Ha de ser un paso difícil de dar. Mucho más doloroso, presumo, ha de ser vivir toda una vida disfrazado, sufriendo lo que el alma oculta. Mi correo me trae a menudo inquietudes patéticas de padres que acaban de descubrir la doble identidad de un hijo, de una hija. Aprendí a ser mucho más humano y justo al recibir estos mails o los de chicas aterrorizadas: “Mi padre me quiere matar o botar de la casa”.

Intento imaginar lo que ocurre en el alma de un gay cuando no se siente feliz con el sexo biológico que le dio la naturaleza, tampoco con el que escogió al salir de su clóset. El deseo irrealizable que puede tener un transexual de convertirse en mujer, de dar a luz, es obviamente doloroso. Deberíamos –de ambos lados– hablar menos del asunto, dejar que las aguas se calmen. Más allá de la envoltura se esconden angustias, temores. Cuando se ama, duelen de la misma forma una infidelidad, una ruptura, un rechazo. Pienso que los romances en los que se involucra el ser entero suelen provocar los mismos huracanes, que sea en la Tierra o en cualquier otro planeta.

Foto de: Amaury Martinez

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