domingo, 6 de noviembre de 2011

Dina, más veloz que una bala

Bernard Fougéres

domingo 06 de noviembre del 2011
Porque comías, soñabas como cualquiera, tenías reacciones propias del ser dotado de inteligencia, lenguaje articulado, clasificado entre mamíferos de orden primate, porque adoptabas una postura erguida, tenías manos prensiles, nunca me preocupé de saber si podías ser diferente. Cuando descubrí los mails que habías publicado en internet, tus cartas a Bernie, recién me di cuenta de que había pasado al lado de ti cualquier cantidad de veces ignorando lo esencial: “Nada puedo hacer ante tu ausencia, solo escuchar entre visiones tus palabras que se esconden en silencio entre el pasado y la memoria porque las palabras fueron tiempo y el tiempo flama” (Siomara).

No supe que la supuesta nariz roja postiza era de verdad, que tu risa podía quebrarse como una copa de Merlot cuando compartíamos vinos en mi casa, cuando tus bromas eran el forro de tu aparente alegría, tu sentido del humor una forma de exiliarte de tu cuerpo. Cómo pude hablarte del tiempo si viviste a destiempo, si en vez de vivir te desviviste, pusiste tu destino patas arriba, desquiciaste a los dioses, me miraste con aquel leve estrabismo que me inspiraba tanta ternura. “Que no se diga siempre equivocada estaba” o “que fue sin intentarlo”: nadie de nosotros puede acurrucarse en la verdad tuya. Saliste como esfinge dejándonos con las preguntas, llevándote quizás una respuesta. Jamás te vi tan hermosa.

Los glóbulos rojos eran canicas iguales a las que usan los niños en el recreo. Te robaste aquella navaja que obsesionó a Buñuel pero pronto te diste cuenta de que no se podía partir una mirada para ver la Luna. Viviste siempre entre dos polos, con estados anímicos cíclicos. “A veces el día es tan luminoso que es imposible contradecirle”, me dijo mi amiga María Isabel, pero tú le hubieras contestado: “Hay días tan oscuros que resulta absurdo estar de acuerdo con ellos”. Me reprocho siempre no haber estado cuando debía. No estuve cuando Carolina, no estuve cuando Marilyn, cuando Pizarnik, cuando Anne Sexton, cuando Alfonsina, cuando Virginia Woolf. Me toca como a cualquier otro ser recordar lo que fuiste a través de lo que escribiste. En una de tus cartas a Bernie dices que yo “antes de dormir escojo el cuerpo para el día siguiente”, y es precisamente lo que acabaste de hacer mas seleccionaste el cuerpo invisible que desafía mis preguntas. Recuerdo tu última expresión, nadie puede quitármela. Siomara cerró tus ojos mas no la mirada. El tiempo volatilizará tus átomos pero seguirá volando la libélula que fuiste. “No existe elixir para mi mal, muero y nazco hecho amor y también me suicidaré así, soy como soy, podridamente amante” (Dina Bellrham). Recordaré cómo te reíste cuando te revelé que tu nombre vertido al francés significaba hermosa rama: belle rame. Versos tuyos quedaron tatuados en mí: los más inocentes, desnudos totalmente como la criatura de mil años que siempre fuiste: “No es que no me ame. No concibo la idea de que no me amen. Yo que soy libélula, árbol almacenando ramas (belles rames). Yo amor”. Apuro la copa de Merlot, te seguirás yendo, Dina. Siento tu beso mojado en mi mejilla.

Dibujo de: 

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