domingo, 19 de septiembre de 2010

Amar a quienes hemos amado



Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 19 de septiembre del 2010
Me inspira con frecuencia lo que ustedes escriben. Hoy fue un correo de Nancy desde California. Se siente destruida porque el hombre del que recién se separó la despotrica en cualquier lugar. La primera calidad del amor es la coherencia. No podemos quemar hoy lo que ayer hemos amado. Creo que el amor es eterno, aunque el fragmento vivido haya sido corto. Suena contradictoria la fugacidad frente a lo intemporal, pero es como una fotografía. La risa cómplice queda congelada. Todo ser que nos quiera o a quien amemos deja su huella. Guardamos en mente rostros, momentos compartidos. Cuando se marcha para siempre el ser al que hemos amado durante décadas obviamente es otro cantar: todo habla de él, las perchas del supermercado, el ir y venir de cada día, lugares compartidos, risas, lágrimas, su mano en la nuestra, sus ojos al acecho. Es probablemente incurable. Sigo pensando que amamos una sola vez con mayúsculas, mas podemos extraer de nuestra adolescencia, de nuestra vida, sentimientos privilegiados. Son llamas, velitas prendidas balizando el camino, la llave en la cerradura, el diminutivo que nos inventaron. Hay seres que se acompañan por internet sin jamás encontrarse. Un abrazo puede convertirse en insomnio o liberar sonrisas. Un correo reencontrado abre los diques de nuestra sensibilidad. Un concierto de Bach puede estremecernos. Nada es insignificante. Los seres humanos jamás se encuentran por casualidad. Todo tiene una finalidad. No creo en coincidencias. Todo lo que vivimos se llama experiencia.

Echar a perder lo que en su momento estuvo maravilloso resulta poco sensato. No puede existir un sentimiento perfecto entre dos seres imperfectos, mas debemos seguir amando a quien hemos amado. Resulta más fácil para quienes solo experimentaron amistad. El camino de la vida es limitado, cruzamos seres con los que recorrimos un tramo, corto o largo, mas quedan los paisajes contemplados en común, aquella foto antigua, un piano tocando Chopin, una botella de vino. Lo que más admiro en una pareja divorciada o separada es que logre domesticar su amor, convertirlo en amistad madura, compartir un café, almorzar sin perturbaciones. Supongo que eso se obtiene con el tiempo, la madurez. Si aparecen el rencor, el resentimiento, si hablamos mal de quien hemos amado, dejamos de ser civilizados. Es como bajar la palanca de los fusibles, cortar todo contacto. Gracias, Nancy, por recordármelo.

Depende de nosotros que sembremos flores de grato perfume o cactus que lastimen. “Confieso que he vivido”, escribió Neruda. Amó, fue amado. ¿Qué más podía pedirle al cielo? Cuando la vida se nos va gota a gota, cuando sabemos que estamos en la última recta, es más que nunca el momento de recordar con gratitud a quienes hemos amado, guardando como exclusivos los momentos mágicos, olvidando los demás. Siendo granos de arena entre cien mil millones de estrellas tenemos el privilegio único de poder amar. Lo cantó Edith Piaf: “No, nada de nada, no me arrepiento de nada”. Encerramos todo en el corazón y según lo que decidamos conservar sembraremos ternura o amargura. “Somos arquitectos de nuestro propio destino”. Einstein sabía de qué hablaba.
Dibujo de: Ami Plasse

Fuente
Diario el universo

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