domingo, 5 de junio de 2011

¿Es difícil ser buen padre?

Bernard Fougéres

domingo 05 de junio del 2011
El correo que recibo incluye muchos casos de bodas que desembocaron en desastrosas uniones. Si no hay hijos de por medio, un divorcio se convierte en un mal menor pero si los cónyuges empiezan a usar a los hijos para desfogar rencores, aquellos llevarán a lo largo de su vida una herida que no cicatrizará fácilmente. Es típico que el esposo y la esposa digan “tus hijos” cuando quieren lastimar a su pareja. Se puede llegar a la máxima ofensa: “Te odio a ti y a tus hijos”. Presumo que aquella animadversión salpica a los vástagos y los encierra en una posible crisis de autoestima: “Mis padres no me aman”. Se sienten rechazados, indeseables. Como padre cometí cualquier cantidad de errores. Al casarme por vez primera cuando no tenía la suficiente madurez, no supe manejar la crisis conyugal que culminó en divorcio. Me volví a casar, cometí otro error: derramar un amor desbordante que se tornó debilidad, aceptando caprichos, mostrando falta de firmeza, teniendo reparos en corregir rumbos. Pienso que la mayoría de nosotros no deberíamos ser padres hasta cumplir los treinta años. Antes de procrear deberíamos darnos un tiempo para ver si funciona el matrimonio.

Con el paso de los años, intentamos reconstruir lo que se derrumbó pero las heridas son tan profundas que pasamos por etapas de acercamiento y alejamiento: es posible que se produzca una ruptura en la relación entre padres e hijos. Mis lectores me lo cuentan desde Ecuador, Los Ángeles, Madrid, Milán o cualquier otro lugar donde nos leen por internet. Me piden consejos, suelo contestar que soy la persona menos indicada, poniendo en guardia a estos padres atribulados que perdieron pie en el mar de sus errores. Recalco más lo que no deben hacer, pues estoy convencido de que en la mayoría de los casos nosotros los padres somos quienes necesitamos del psicólogo, no los hijos.

Muy tarde evaluamos los errores. Los padres temen ser rechazados, sienten recelo en acercarse, los hijos se acostumbran a su independencia familiar, se hacen a la idea de que no tienen progenitores. Hay que reconstruir o remodelar el amor, no es tan sencillo como parece porque exige la buena voluntad de los implicados. Afloran rencores, resentimientos, resulta arduo perdonar. Los hijos que cruzaron tempestades suelen ser buenos padres, saben enderezar situaciones que sufrieron en carne propia. En los contactos que mantengo en Guayaquil con adultos que fueron pandilleros, hallo hombres que adoran a sus hijos, saben guiarlos. No citaré nombres, tampoco apodos.

El amor subsiste pero se oculta detrás del temor, el pudor sentimental. Lograr un matrimonio feliz es hazaña maravillosa. Llegar a ser padre sin descarrilar, con la debida flexibilidad, es envidiable talento. Admiraré siempre a quienes lograron convertir su hogar en obra de arte a punta de amor, madurez, sin que importen nivel social, condiciones de vida. Sencillamente hubo un sentimiento inalterable. Puede haber existido divorcio, separación mas los integrantes de la pareja deben conservar el afecto sencillo que distingue a lo seres civilizados. No se debería jamás poder odiar a quien se ha amado. Los exesposos pueden ser grandes amigos.

Dibujo de: Samantha Zaza

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