domingo, 18 de diciembre de 2011

Desafuero navideño

Bernard Fougéres

domingo 18 de diciembre del 2011
La gastronomía es un elemento más de aquella furia navideña que convirtió una fiesta espiritual en derroche pagano. La llegada del Divino Niño se volvió pachanga, endeudamiento, baile desquiciado de las tarjetas de crédito. Pensamos que sin satisfacciones materiales no podía existir alegría verdadera. Es parte de una campaña mundial que cubre el espectro de nuestro diario vivir. Al querer orientar nuestra sensualidad nos quisieron convencer de que “sin tetas no hay paraíso”. Nos lavaron el cerebro diciéndonos que sin el BlackBerry no éramos nadie, pero apenas salíamos blackberreados hizo su aparición el iPhone. Acabo de leer que la gente está desesperada por la llegada del smartphone. Si no tenemos no somos (Mafalda).

La familia frente al pesebre es imagen de antiguos álbumes. Desforestamos doquiera para tener un pino de verdad. Aparecieron árboles sintéticos con nieve artificial incluida (no cae nieve en Guayaquil que yo sepa). Las tarjetas hablan de paisajes suizos mientras vivimos la época más calurosa del año en un país pintoresco, entrañable. Los centros comerciales se llenan de compradores compulsivos: el consumismo salvaje está en auge. El Papá Noel se clona preguntándose los niños cómo puede haber tantos cuando se supone que es un personaje único, el barbón del jojojo se presta para promover artefactos electrodomésticos, la pizza con todo, el festín de Baltasar, la cena preparada en su domicilio. Los cajeros de los supermercados, los conserjes, los vendedores en las tiendas tienen que ponerse en la cabeza el gorro rojo con la borlita o el pompón, lo que me parece humillante. Se supone que el ambiente tiene que tornarse festivo y para eso nada mejor que el disfraz.

No me apetece ser parte del carnaval de diciembre ni pensar que sin pavo no hay Navidad, pues eso de doble pechuga me recuerda otro eslogan de campaña relacionado con las féminas y sus atributos. Lo importante será el amor que usted ponga en la mesa, no importa que llegue con arroz, pollo, menestra, pernil de chancho, meloso de gallina. Pueden comer lo que se les antoje o lo que les alcance. Hay un proverbio bíblico que reza con sabiduría: “Mejor es una comida de verduras donde hay amor que de buey engordado donde hay odio”. Que sea locro con cueritos, pescado a la plancha, pechugas de pollo a la parrilla, nunca llegará la comida a ser lo esencial. Por más que nos bombardeen con páginas a todo color, fotos impresionantes de platos barrocos, despliegue de tentempiés multicolores, estaremos esperando que la Navidad nos traiga algo de magia, recuerdos de infancia, cuando una naranja nos hacía felices, cuando los juguetes eran sencillos, cuando no soñábamos con regalos de lujo ni tecnología de punta, cuando la familia se reunía con el único afán de darse amor compartiendo el placer de comer juntos, cuando nos conformábamos con ser quienes realmente éramos en vez de entrar en competencia con nuestros vecinos. Una noche de Navidad, hace de eso muchos años, recibí esta tarjeta de mi amigo Pepe Gómez Izquierdo: “Navidad es cuando el amor se volcó en la Tierra”. Una sola luz en el alma equivale a cien mil focos navideños en la fachada.

Dibujo de: Thomas Thorspecken

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