domingo, 11 de diciembre de 2011

Valentina, mi pequeña extraterrestre

Bernard Fougéres

domingo 11 de diciembre del 2011
Vive en otro planeta al que tengo acceso cuando ella puebla con insistencia mis sueños, acompaña mis insomnios. Le calculo unos 7 u 8 años. No habla ni habló nunca, pero sus ojos tienen más magnetismo que cien mil imanes. Solo ella sabe que dentro de su ser alguien musita una melodía intraducible. Es sensible al afecto, pero lo siente como si fuera una corriente de agua dulce correteándole por el alma. Su mirada es impenetrable como la de las diosas, muchas veces pienso que oculta secretos indescifrables para quienes usan el lenguaje de los humanos. Mis amigos acostumbrados a mis lucubraciones dicen que escogí como amiga imaginaria a una pequeña autista, tal vez una niña que padece lo que antaño llamaron el pequeño mal; me dan charlas acerca de la epilepsia. No saben que en cierta religión tibetana, quienes sufren convulsiones son seres elegidos. Valentina no sabe que en la Edad Media se hablaba del mal de San Valentín. Julio César y Dostoievski padecieron estos síntomas.

Lo maravilloso de Valentina es que despide amor como del incienso emanan efluvios. Intentar penetrar en sus grandes ojos abiertos es como ingresar atrevidamente a un laberinto del que solo ella posee el hilo mágico de Ariana, aquel que permite salir de aquel enredo. De no tenerlo, usted puede quedar preso de su mirada, llevarla tatuada en su alma como quien mira el sol de frente y se queda largo tiempo con un círculo de luz en la retina. Su inocencia y su amor verdadero no tienen precio.

Valentina cabalga nubes, visita estrellas, viaja sin moverse a cualquier lugar. Su inexpresividad aparente se vuelve obsesiva, inolvidable. Se inventa un mundo de silencio donde ningún ruido puede alcanzarla. Al abstraerse de la vida cotidiana, logra suprimir el tiempo , tan solo el crecimiento de su cuerpo indica que es un ser terrestre. Albergo en mi corazón a miles de niños que por ser diferentes son llamados especiales. Unos padecen el síndrome de Down, pero más allá de sus características físicas suelen desarrollar una gran sociabilidad. Cuando, hace años, viajé a Cuenca para visitar un centro especializado, me asombró el cariño espontáneo que demostraron todas aquellas criaturas. Encontré un poema dedicado a estos chiquillos tan particulares: “Soy un niño especial, no preciso perdón ni penitencia . Nací ya perdonado; dicen que me falta inteligencia, tengo un don superior: la inocencia, es mi arma para amar y ser amado”. Glenda, desde Chile, escribe: “Quizás soñaste, mamá, que tu niño algún día sería arquitecto, médico, bombero, pero ya ves, seré un niño siempre: seguiré a tu lado buscando tu mirada, tu calor, tu amor. Perdón por no ser el bebé que tú esperabas, pero soy así y te enseñaré a amarme como yo te amo. Seré para ti la luna y entraré cada noche por tu ventana”.

Valentina no pidió permiso para irrumpir en mi corazón. Tumbó la puerta, se instaló, puso el cerrojo desde adentro. Por eso la siento mía aunque no conozca su planeta. Algún día ingresaré al corazón de ella y también cerraré el picaporte para quedarme.

Foto de: Amaury Martinez

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