domingo 14 de noviembre del 2010
Dibujo de: Ami Plasse
Fuente: Diario el universo
En el supermercado, mientras escogía panes, una niña de unos 6 años dejó a sus padres, corrió hacia mí, sonrió, me regaló una flor. Aquel gesto fue más importante que las noticias del diario, mis problemas, mi soledad. Desapareció la chiquilla mientras su sonrisa me embadurnaba de primavera.
Un desconocido desolado, con esposa e hija, no podía salir del parqueo del Malecón Simón Bolívar, buscaba su ticket, no tenía efectivo. Le facilité los tres dólares. Aquella sonrisa radiante que me dedicó la niña fue como un amanecer. No recuerdo el rostro del padre ni el de su esposa. Jalil Gibran dijo: “Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe, de la grandeza que no se inclina ante los niños”. Son los bajitos de los que habla Joan Manuel Serrat.
Cuando era niño quería ser adulto, pasaron los años, conservé al chiquillo que había sido, me siguen acompañando Mafalda, El Principito. A un niño le preguntaron lo que era el amor, contestó: “Es cuando tu perrito te relame la cara aunque lo hayas dejado solo todo el día”. Otro dijo: “Es cuando mi mami hace café para mi papi, le pone azúcar, luego prueba un poquito para estar segura de que sabe bien”.
Los detalles van desapareciendo. Un hombre que abre la silla para que se siente su pareja, se levanta cuando la mujer o la enamorada quiere ir al baño, se vuelve más anticuado que dinosaurio. Si regala flores fuera de fechas tradicionales, se lo mira con sospecha. La mujer suele ser detallista, sabe que los niños requieren atención constante. Nosotros los hombres no vemos la rosa en el florero, la huella del beso en el espejo, el mensaje apurado en algún papel, la tacita de café que nos traen mientras apenas desviamos nuestra mirada del televisor mascullando un gracias condescendiente.
Los detalles son cortesía, amabilidad. El celular ha mandado al trasto muchas buenas maneras. La televisión ha suprimido las conversaciones familiares durante almuerzo o cena, limitando las conversaciones a “¡Pásenme la sal, por favor!”. Los detalles son marcas de afecto a veces prosaicas. “Cuando mi abuela padeció artritis, mi abuelo le pintó las uñas de los pies”. “Amor es cuando mi mami le da a papi el pedazo de pollo más grande”. Los detalles aparecen cuando un hombre recuerda que una mujer tiene ojos y manos que también captan el mensaje de un beso. Los detalles emocionan cuando un amigo recorre veinte mil kilómetros para acompañarnos en un duelo particularmente cruento (¡gracias, Dominique!), cuando conversamos con una persona discapacitada en el supermercado, cuando un caballero abre la puerta de su automóvil para que se siente su pasajera, cuando se nos ocurre ser gentiles con la gente que nos pone mala cara, cuando dejamos de quejarnos a cada rato por insignificancias, cuando damos paso a otro automovilista para que pueda salir del estacionamiento. Los detalles permiten una comunicación emotiva, traen sonrisas. Tuteaba siempre a mi esposa, pero en circunstancias excepcionalmente conmovedoras le decía usted. La felicidad está hecha de detalles.
Dibujo de: Ami Plasse
Fuente: Diario el universo
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