Compadezco a quienes jamás se equivocaron. Eso pensé cuando, yendo solo hacia la ruta del norte, adopté un tramo erróneo del camino, mas luego de fastidiarme por el desacierto descubrí al salir de una curva un paisaje paradisiaco con la más bella caída de agua que se puede soñar. Detuve mi carro, prendí un cigarrillo, recordé que había sentido aquel deseo de fumar por haberme perdido al buscar los viñedos de San Miguel del Morro. Surgió el paisaje de aquel entonces, un perro ladrando, unas casas en las que asomaban rostros curiosos, la presencia real del intocable ángel. Un buen día de diciembre del 2010 decidí que solo fumaría después de cometer algún error o de extraviar mi camino. Prácticamente abandoné el tabaco, trato de eliminar las equivocaciones, guardando en mi corazón con mucho celo los más entrañables errores.
Aprendemos más cuando nos metemos en caminos estrechos llenos de árboles, orquídeas salvajes, espejos acuáticos, que al recorrer autopistas a velocidades supersónicas. No existen encuentros equivocados porque cada uno trae su manojo de flores, instantes mágicos aunque puedan costar luego espinas o rasguños. Más vale equivocarnos con entusiasmo que acertar con indiferencia. Más vale dar un traspié que no atrevernos a bailar. Todo error cometido con amor conserva su faceta mágica si sabemos eliminar detalles inútiles. Solo podría arrepentirme por haber lastimado sin querer a alguien, jamás me resentí con quienes me hirieron. Mientras no lo haga bendigo mis locuras, delirios, entusiasmos prematuros. La vida me enseñó que guardar de cada ser lo mejor que ofreció es una forma de sublimar un error. Cada humano tiene un norte y un sur grabado en alguna parte de su cuerpo, de su alma. En vez de prender velitas alrededor del lugar donde murió alguien, ¿por qué no encender en vida mágicos momentos domesticando a una sirena?
Nuestros sueños rebasan la realidad. Escribiré un artículo acerca de mujeres pisciformes que enloquecieron a tantos Ulises. “Los sueños son las sirenas del alma”, decía Flaubert: Solange Rodríguez recuerda las que se esfumaron aprovechando “tiempos blancos”. Evoco “seres que pugnan en los lagos” para convertirse en seres mitológicos (eso suena a Dina Bellrham, loca entrañable). “No se puede vivir evitando la vida”, decía Virginia Woolf. Vivir es desvivirse y si nos morimos en vida por una mujer, muriendo con ella recobraremos la razón (me encantan los silogismos chuecos). Las locuras sublimes son eternas, las efímeras son ilusiones. A lo mejor tenemos cupo para una sola mujer: (“ella es tu tengo que tener” decía Anne Sexton). Brindemos a la salud de Pizarnik ahogada en vodka, a Medardo Ángel Silva, a todos quienes murieron por exceso de voltaje cuando saltaron los fusibles. Morir de amor es tonto, pero vivir sin él es mil veces peor.
Cuando Adán y Eva comieron la fruta inventaron la libertad. El amor desprecia las prohibiciones, evita las carreteras con señales de tránsito. “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor. Si está dentro de ti la raíz del amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz” (San Agustín).
Aprendemos más cuando nos metemos en caminos estrechos llenos de árboles, orquídeas salvajes, espejos acuáticos, que al recorrer autopistas a velocidades supersónicas. No existen encuentros equivocados porque cada uno trae su manojo de flores, instantes mágicos aunque puedan costar luego espinas o rasguños. Más vale equivocarnos con entusiasmo que acertar con indiferencia. Más vale dar un traspié que no atrevernos a bailar. Todo error cometido con amor conserva su faceta mágica si sabemos eliminar detalles inútiles. Solo podría arrepentirme por haber lastimado sin querer a alguien, jamás me resentí con quienes me hirieron. Mientras no lo haga bendigo mis locuras, delirios, entusiasmos prematuros. La vida me enseñó que guardar de cada ser lo mejor que ofreció es una forma de sublimar un error. Cada humano tiene un norte y un sur grabado en alguna parte de su cuerpo, de su alma. En vez de prender velitas alrededor del lugar donde murió alguien, ¿por qué no encender en vida mágicos momentos domesticando a una sirena?
Nuestros sueños rebasan la realidad. Escribiré un artículo acerca de mujeres pisciformes que enloquecieron a tantos Ulises. “Los sueños son las sirenas del alma”, decía Flaubert: Solange Rodríguez recuerda las que se esfumaron aprovechando “tiempos blancos”. Evoco “seres que pugnan en los lagos” para convertirse en seres mitológicos (eso suena a Dina Bellrham, loca entrañable). “No se puede vivir evitando la vida”, decía Virginia Woolf. Vivir es desvivirse y si nos morimos en vida por una mujer, muriendo con ella recobraremos la razón (me encantan los silogismos chuecos). Las locuras sublimes son eternas, las efímeras son ilusiones. A lo mejor tenemos cupo para una sola mujer: (“ella es tu tengo que tener” decía Anne Sexton). Brindemos a la salud de Pizarnik ahogada en vodka, a Medardo Ángel Silva, a todos quienes murieron por exceso de voltaje cuando saltaron los fusibles. Morir de amor es tonto, pero vivir sin él es mil veces peor.
Cuando Adán y Eva comieron la fruta inventaron la libertad. El amor desprecia las prohibiciones, evita las carreteras con señales de tránsito. “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor. Si está dentro de ti la raíz del amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz” (San Agustín).
Dibujo de: Joseph Lapostolle
Fuente: Diario el universo
Fuente: Diario el universo
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