domingo, 9 de enero de 2011

Los humanos desaciertos

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net

domingo 09 de enero del 2011
Siendo viajeros de paso en un planeta que gira a 1.674 kilómetros por hora, no tenemos la mínima idea de nuestra fragilidad, sabemos que nacen cuatro bebés por segundo, mueren dos personas, recordamos que nuestro planeta ni siquiera es la milésima parte de un grano de arena perdido en el espacio. Solo en nuestra Vía Láctea hay billones de estrellas, fuera de ella billones de galaxias. Entonces podemos sentarnos, medir la insignificancia de nuestras ínfulas.

Las estadísticas nos hablan de 23.300 bombas nucleares repartidas en 111 lugares diferentes, capaces de hacer desaparecer todos los testimonios de nuestras civilizaciones. Significa que vivimos entre los amantes del amor y los pioneros de la destrucción. Cien mil hombres se demoraron veinte años para construir la pirámide de Keops. Bastarían minutos para destruirla. Recuerden lo que ocurrió en Afganistán cuando en el 2001 los dos gigantescos Budas de Bamiyan (55 metros de altura) fueron destruidos con dinamita y disparos de tanques.

El peor enemigo del hombre es el hombre mismo. Sin embargo, como lo hizo notar el filósofo Pascal, algo nos engrandece, algo grandioso en nuestra infinita pequeñez: el amor que podemos crear, inventar, la necesidad imperativa que experimentamos de creer en otra vida aunque no tenga nada que ver con la nuestra. 

Equivocados o no, los seres humanos establecen un principio primero al que llaman Dios y nadie podría negar que los constructores de catedrales hablan de un sobrehumano desafío a su condición mortal. Se puede criticar la fe ciega pero permite milagros.

El ser humano es grande no solo por lo que puede realizar sino por los conceptos de justicia, solidaridad, amor que alberga su corazón. Con Platón me quedo.

Entonces, los indefensos amantes sin edad, condición social, color de piel que los hagan diferentes, son los únicos salvadores en potencia que tiene la humanidad para sobrevivir.

Desde que el hombre apareció en el planeta hace varios millones de años, siendo espectacular el progreso material, me pregunto a veces si los hombres que pintaron bisontes, plasmaron las huellas de sus manos en Altamira y Lascaux hace como catorce mil años, no tuvieron más desarrollados que nosotros los sentimientos de solidaridad e igualdad. Frente a ciertas divagaciones del arte actual, me quedo pasmado al recordar los testimonios que nos dejaron los primeros artistas cuando mezclaban tierras de color con jugos vegetales, machacaban piedras de color sin tener reglas ni maestros, estilizaban tan bien como Matisse o Pablo Picasso.

Debemos reinventar valores eternos como la gentileza, la ternura, la cortesía, el respeto a los débiles, a los niños y ancianos. Debemos rescatar la vida interior frente al consumismo desquiciado, buscar las riquezas que no tienen valor material, tomar conciencia de nuestro paso efímero por la tierra. ¿A cuantas personas deberíamos pedir perdón? Me siento aterrado cuando vuelvo a ver la película de mi vida, anotando la cantidad de veces en que cometí equivocaciones, desatinos, fallas garrafales, negando mi ayuda, cegando mi conciencia, faltando a elementales principios de psicología, portándome estúpidamente. Amar puede salvarnos de nuestra insignificancia. Tratemos de salvar lo mejor que puede existir dentro de nosotros antes de juzgar a los demás.

Dibujo de: Isabel Fiadeiro

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