Bernard Fougéres
domingo 07 de agosto del 2011
Según el Larousse, adversario es quien se opone o enfrenta a alguien, a algo. Al escribir acerca de cualquier tema: arte, música, gastronomía, temas humanos (no me meto en política), puedo provocar oposición. El correo que recibo a diario incluye opiniones de lectores que comparten mi forma de ser, mi manera de escribir, pero repentinamente asoma alguien, a veces ofensivo, casi nunca agresivo, que expresa su inconformidad frente a lo que leyó de mí. Contesto con prioridad aquel tipo de comunicación. Lo hago con jocoso humor, afecto, absoluta cortesía, sin jamás adoptar la reacción visceral. Puedo aprender mucho de quien discrepa. Sé que no debo responder a quien no tiene la valentía de firmar su nombre. Lamento haber tomado en cuenta los cinco anónimos llegados desde que escribí mi primer artículo en esta página un domingo del año 1999, mas no lo volveré a hacer si el caso se reproduce.
Si estuviésemos todos de acuerdo, el mundo sería aburrido. Del diálogo nace la polémica, pero si se entromete la agresividad dejamos de actuar como seres civilizados. Aclaro de nuevo: no estoy ubicándome en el terreno exclusivo de la política, más bien intento aplicar a mi vida lo que vierto en la columna mía. Les ruego seguirme hasta el nivel mismo de la coexistencia social.
Un adversario mío puede al mismo tiempo ser mi amigo. El mundo sería diferente si pudiéramos respetar las creencias, las ideologías ajenas. Nunca me pregunto si la persona que me escribe es católica, musulmana, adventista, pentecostal, mormona, atea, blanca, negra, indígena, heterosexual, lesbiana, socialcristiana, correísta o comunista. Me limito a lo que me escribe, intento captar la esencia. Si es, como sucede con inaudita frecuencia, el relato de un problema personal, intento comprenderlo, a veces solucionarlo. Comparto muchas alegrías, muchas lágrimas, tentaciones de suicidio, de abortos; aprendo siempre. No hay tesoro más grande que aquel adversario inteligente, el que habla sin rencor, sin animosidad, sin envidia, aunque a veces con firmeza o dureza razonada. Hay personas a las que debemos escuchar porque nos dan una verdad diferente de la que pretendemos poseer. Por esta razón di como título a mi último libro Certezas provisionales. No creo en los gurús, los sabelotodo, intento siempre rectificar un punto de vista si alguien pone en evidencia una equivocación mía (me sucedió unas cuantas veces). Trato de ver lo bueno que hay en cualquier ser humano, no solamente la faceta negativa que puede proyectar. Creo en aquello de amar al prójimo, aunque a veces resulte contrario a mis impulsos si alguien me ofende sin razón. De todas las personas que cruzaron mi camino aprendí algo, sobre todo de las que he querido. A veces por amar demasiado amamos mal, somos intolerantes. Los celos injustificados, los estallidos de mal genio, el machismo subliminal son obstáculos frecuentes en las relaciones amorosas. La ternura profunda, sólida, madura debería siempre limar aquellas asperidades pero si se impone el rencor, si prima la reacción visceral, cualquier relación suele deteriorarse. Por ello mismo es tan difícil mantener a flote un matrimonio. Proponer será siempre mejor que imponer. Solo se puede amar a quien se comprende.
Si estuviésemos todos de acuerdo, el mundo sería aburrido. Del diálogo nace la polémica, pero si se entromete la agresividad dejamos de actuar como seres civilizados. Aclaro de nuevo: no estoy ubicándome en el terreno exclusivo de la política, más bien intento aplicar a mi vida lo que vierto en la columna mía. Les ruego seguirme hasta el nivel mismo de la coexistencia social.
Un adversario mío puede al mismo tiempo ser mi amigo. El mundo sería diferente si pudiéramos respetar las creencias, las ideologías ajenas. Nunca me pregunto si la persona que me escribe es católica, musulmana, adventista, pentecostal, mormona, atea, blanca, negra, indígena, heterosexual, lesbiana, socialcristiana, correísta o comunista. Me limito a lo que me escribe, intento captar la esencia. Si es, como sucede con inaudita frecuencia, el relato de un problema personal, intento comprenderlo, a veces solucionarlo. Comparto muchas alegrías, muchas lágrimas, tentaciones de suicidio, de abortos; aprendo siempre. No hay tesoro más grande que aquel adversario inteligente, el que habla sin rencor, sin animosidad, sin envidia, aunque a veces con firmeza o dureza razonada. Hay personas a las que debemos escuchar porque nos dan una verdad diferente de la que pretendemos poseer. Por esta razón di como título a mi último libro Certezas provisionales. No creo en los gurús, los sabelotodo, intento siempre rectificar un punto de vista si alguien pone en evidencia una equivocación mía (me sucedió unas cuantas veces). Trato de ver lo bueno que hay en cualquier ser humano, no solamente la faceta negativa que puede proyectar. Creo en aquello de amar al prójimo, aunque a veces resulte contrario a mis impulsos si alguien me ofende sin razón. De todas las personas que cruzaron mi camino aprendí algo, sobre todo de las que he querido. A veces por amar demasiado amamos mal, somos intolerantes. Los celos injustificados, los estallidos de mal genio, el machismo subliminal son obstáculos frecuentes en las relaciones amorosas. La ternura profunda, sólida, madura debería siempre limar aquellas asperidades pero si se impone el rencor, si prima la reacción visceral, cualquier relación suele deteriorarse. Por ello mismo es tan difícil mantener a flote un matrimonio. Proponer será siempre mejor que imponer. Solo se puede amar a quien se comprende.
Dibujo de: Wally Torta
Fuente: Diario el universo
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