domingo, 8 de agosto de 2010

La inteligencia, ¿qué es?

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net


domingo 08 de agosto del 2010
Nada es tan agradable como una sobremesa frente a un café expreso. Los vinos tomados con mesura despiertan el entusiasmo. La tertulia gira aquella noche alrededor de la palabra inteligencia definida por el diccionario como “la facultad de entender, de comprender”. Lyn Yu Tang en su libro La importancia de vivir busca el equilibrio entre realismo, fantasía, sentido del humor, sensualidad capaz de receptar los intensos mensajes de los sentidos, llevarlos al cerebro, aptitud para procesar o almacenar informaciones. En realidad existen muchos tipos de inteligencia (lingüística, lógica-matemática, emocional, musical, espacial, existencial etcétera). Desde luego aparece la intuición, conocimiento inmediato que no necesita razonamiento, empatía, capacidad para ponernos en la piel de los demás.

No hablemos de erudición (acumulación de conocimientos), cultura (cultivo de las facultades humanas), sino de una asimilación de lo vivido, conciencia de nuestra mortalidad, vitalidad, en pocas palabras actitud positiva frente a lo que ocurre. No es necesario ser experto en musicología para poder apreciar un nocturno de Chopin, una sinfonía de Beethoven, una canción de Julio Jaramillo, el sonido de la lluvia en los tejados. Es bueno, frente a la vida, al arte, refinarnos sin sentirnos dueños de la verdad.

El mejor psiquiatra del mundo es el doctor Johnny Walker. Somos lo que somos cuando, por pasarnos de copas, hablamos más de la cuenta. He visto en reuniones sociales a personajes aparentemente brillantes portarse tales como realmente son, pues el alcohol diluye el barniz de la cultura si la capa es ligera, desnuda el subconsciente. Se queman los fusibles de la censura. Somos lo que somos cuando nadie nos observa. Me gusta siempre citar a Pascal: “El hombre no es ni ángel ni bestia, mas cuando quiere hacerse el ángel se vuelve bastante bestia”. Por supuesto, la comprensión, la tolerancia, el perdón son ingredientes de lujo para la inteligencia, siendo el insistente resentimiento antítesis de la misma.

Mi compañera de tertulia se aclara la voz, toma un sorbo de agua, pone cara de yo no fui, dice como si nada: “La inteligencia es el arte de saber escuchar”. Hago de inmediato con algo de vergüenza el inventario de mi excesiva locuacidad. El silencio es lo que menos sabemos usar para expresar lo que sentimos. Con una frase Jesús despacha a los fariseos, salva de la ritual lapidación a una mujer adúltera, se queda sin hablar, escribe con un dedo en la tierra algo indescifrable. Por no saber callarme en ciertas circunstancias sé que todavía no llegué a ser inteligente. No existe nada más interesante que la conversación de dos amantes que permanecen callados, por eso se inventaron los besos. Al juntar los labios, cerramos los ojos. Queremos decir: deja de hablarme, de mirarme, así podremos vernos y conversar. Es la bellísima canción de Francis Cabrel: “Como si nada, como si nada, la quiero a morir”, pues nada se parece tanto al silencio como la muerte, mas no necesitamos expirar para desfallecer ni tampoco morir para desvivirnos.

Dibujo de: Ami Plasse

Fuente: Diario el universo

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