lunes, 2 de agosto de 2010

¿Por qué hacemos daño sin querer?

Bernard Fougéres
bernardf@telconet.net


domingo 01 de agosto del 2010
Una mosca molestosa permitió a Obama demostrar durante una interviú la mejor forma de aplastarla como si hubiese sido un soldado de Afganistán. Lastimamos sin querer, la vida nos pone en situaciones susceptibles de herir a personas que merecen aprecio. Estamos expuestos a fallar. Me dieron un pene, un cerebro mas no siempre usé ambos en el momento adecuado, cometí mil errores: a veces pensamos con el órgano equivocado. Exhibimos unas cuantas libras de carne metidas en oropeles, no hay Gucci dentro del cerebro, no logramos encontrar aquella alma impalpable que ningún cirujano plástico logra refaccionar. Somos como carros híbridos; la parte más interesante nuestra es la que no produce ruido.

Me entregaron reservas de ternura, las desperdicié por no saber ponerme en la piel de la gente. Pasé al lado de personas fabulosas capaces de dar el alma, andaba demasiado preocupado por el estado de la mía. Si tuviera que pedir perdón a quienes me creyeron capaz de realizar milagros, iría al infierno. No pude evitar suicidios, abortos, alimenté ilusiones que no podía cumplir, no tuve la inteligencia de hallar palabras adecuadas, no logré convencer a quienes buscaron apoyo. No estoy seguro de ser un buen hombre sino más bien un soñador extraviado capaz de armar sin querer andamios equivocados, haciendo caer a la gente en vez de levantarla.

Busco lo que hay más allá de la soledad, pasan al lado mío seres gentiles incapaces de maldad, prontas al perdón. Soy imprevisible, lo que constituye un defecto. A veces entregaría los órganos de mi cuerpo pero solo dispongo de piernas y brazos fracturados, catarata remendada, válvula aórtica injertada de limitada duración, aorta con prótesis de dieciocho centímetros, todo aquello detrás de una cara de yo no fui. Moriré saludable.

Ignoro si acabaré como perro sin dueño, si me iré de puntillas una noche cualquiera, olvidándome de respirar, me estrellaré a las velocidades suicidas que me enloquecen sobre la tercera sinfonía de Brahms. En realidad tiene poca importancia, terminamos de vivir cuando fallece la última persona que se obstina en recordarnos: el futuro que se nos viene encima es como para salir despavoridos. Ya lo decía Mafalda.

¿Que escribo con pesimismo? Pues para nada. Me enloquecen puestas de sol, noches de luna, miradas de niños, bondad de los animales domesticados dedicados a darnos lecciones de humanimalidad, el adagietto de Mahler, todo Bach de punta a rabo, las esculturas de Miguel Ángel, las locuras de Picasso, el color violeta de un Carmenere, un Merlot, los besos con vino, chocolate, champaña, la fantasía en do menor 397 de Mozart, las demás fantasías que no requieren violines sino imaginación o libido. Al diablo los puritanos que ignoran el placer de vivir. No tengan miedo a que su vida se acabe, preocúpense más bien de que empiece ya. Nunca me limité porque la gente no aceptaba lo que se me ocurría hacer. Me alegro de haber ayudado a muchos, pido disculpas a quienes he podido herir. Los que perdonan sin medir son mil veces superiores a quien escribió el presente artículo.

Dibujo de: Ami Plasse

Fuente: Diario el universo

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