domingo, 15 de mayo de 2011

¿Amamos o nos alejamos?

Bernard Fougéres

domingo 15 de mayo del 2011
“Creí que nos amábamos de verdad, nos vamos alejando sin tener la valentía de discutirlo”, dice Fabia (diseñadora en Nueva Jersey, de vida social activa, siendo él un ingeniero muy casero). Pedí la opinión de un psiquiatra. El probable cortocircuito fue la repentina toma de conciencia de que la unión no era posible por diferencia de visión, fastidio de él frente a la formalidad de ella. Empezó a comportarse como ella deseaba que fuera, traicionando su filosofía de la vida, perseveró en una relación que no se decidía entre afecto, sensualidad tibia, aséptica, hasta desembocar en fracaso sentimental, rutina sin sentido. Dice Fabia: “Me incomodaba oírle decir repentinamente una mala palabra, supuse que las usaría también en la intimidad de la alcoba”. Entonces se limitó a un idioma exclusivo hasta que se cansó de no ser él mismo. Fabia era muy apegada a las normas sociales, el protocolo; él era todo lo contrario: liberal, de pronto irreverente, enemigo de las farsas mundanas, los oropeles, la chismografía, la abominable frivolidad.

Muy cerca de mí, recién he visto desmoronarse parejas: un abismo humanístico los separaba, falta del imprescindible sentido del humor en ella o en él. Uno se nutre constantemente de cultura, no se conforma con conocimientos básicos programados. La cultura es actitud diaria, no pose casual, peormente social. La frivolidad puede ocultarse bajo un barniz apresurado. Sin embargo, ciertos matrimonios sin mayor nivel de estudios logran la equilibrada felicidad. Otras parejas se solazan en el lujo: el amor desaparece cuando escasea el dinero. La residencia millonaria no incluye seguro de felicidad. Hay personas que se aman simplemente y sin problemas. Debemos vivir nuestra vida sin que intervengan los demás.

Contesté a Fabia: “Tienes dos opciones para alejarte: la ruptura instantánea o el distanciamiento de puntillas. Formar una pareja es difícil si buscas el amor eterno”. Tiene que existir coherencia en la vida diaria, pero también convivencia permanente en la que se ama todo de nuestra pareja: arrugas, entusiasmo delirante, cicatrices, sudor, éxitos, ocaso, enfermedades, achaques, depresiones. Se desintegran las relaciones por la poca importancia que damos a la unión espiritual mientras nos regocijamos en banalidades sin futuro. Amar hasta la muerte es privilegio de quienes logran formar un bloque monolítico. “Los dos serán una sola carne” pero tendrán comunicación de almas. Buda Gautama aconseja desprendimiento en beneficio del otro. El amor mantiene en armonía las moléculas, los átomos del mundo, se vuelve incondicional. Ciertos idilios no progresan, lo intentan, dan tumbos, tratan de adaptarse, se atreven a hacer proyectos, se marchitan sin ruido cuando el aparente sentimiento se muere de tedio. No existe amor sin aquella complicidad tan divertida, descartando actitudes artificiales, preocupaciones mundanales, obsesión por la envoltura, la etiqueta, en detrimento del alma: amor tristemente convencional. Extraño la locura que pude compartir durante cuarenta años con una mujer excepcional. No pierdo la esperanza. Quizás la vuelva a encontrar sin poses, vestida de fantasía, de sueños y travesuras. El amor es loca complicidad, lo matan la rutina, el puritanismo, la preocupación por el qué dirán, la cultura que se quedó a medias, la vanidad social, el inmovilismo sentimental.

No hay comentarios:

Publicar un comentario