domingo, 8 de mayo de 2011

¿Ya no se piropea?


Bernard Fougéres

domingo 08 de mayo del 2011
Llegué a Guayaquil hace 46 años. Traía una docena de palabras para expresarme en español. Tanto tiempo después tengo la impresión de haber nacido aquí. Los buses y colectivos me dieron mis primeras lecciones de sociología desde el trillado “¿Por qué sufres cuando me ves?” hasta el “Feliz Adán que no tuvo suegra” pasando por “De mí te olvidarás pero de lo que hicimos jamás”. Hablo mucho con la gente en cualquier lugar. El guayaquileño tiene cierta propensión a la conversación. Extrovertido bajo el sol tropical, vuelca su sentir en expresiones pintorescas.

Extraño la época en que piropos o requiebros eran creaciones imprevisibles. Adoptando esta costumbre suelo inventar o recrear cumplidos galantes para tantas mujeres bonitas que cruzan mi camino: “Si la belleza fuera un crimen, a usted le darían veinte años de cárcel”, “Más vale en el infierno contigo que en el paraíso sin ti”. El más bello piropo que oí jamás lo expresó con pasión un viejo vendedor de cigarrillos frente al Municipio. La chica que lo inspiró lucía pantalones apretados, una blusa llena de leyendas alusivas al amor y a la paz. El anciano le lanzó con picardía: “Quisiera estar ciego para leerte con las manos”. Oí también estos: “Si fueras lágrima nunca lloraría para no perderte”, “Si no puedes ser mía, me conformo con tu sombra”. El más antiguo requiebro, que yo sepa, fue el atrevido cumplido inventado por el poeta latino Marcial hace como dos mil años. “Quisiera que me sepultasen allí donde tú te derramas”, lo que intentó plagiar sin éxito el príncipe Charles al decir groseramente a Camila Parker “Quisiera ser tu Stayfree”. El bíblico Cantar de los Cantares es una mina llena de osadía: “Tu seno es un tazón torneado en que no falta el vino sazonado. Tu vientre es un montón de trigo rodeado de azucenas”.

Mae West lanzó a Gary Grant y sus hoyuelos en 1936: “Tienes el mentón como nalguitas de ángel”, mientras Víctor Hugo desgranaba: “El infierno, señora, sería no amarla. Somos ambos vecinos del cielo pues usted bella es y yo viejo ya soy”. Héctor Berlioz lanzó a Marie Duval: “Usted no es hermosa, es peor”. Existe el piropo al revés, lleno de melancolía, de ternura, como aquel de Georges Sand a un joven admirador: “No te beso: te contagiaría mi vejez”.

Fue ayer y no importa cuantas décadas han transcurrido mientras alguien pueda contarlo: Germán Arteta, Rodolfo Pérez Pimentel, los que se impregnaron de su ciudad pues de ellos hablaremos. Jenny Estrada recuerda con nostalgia piropos o serenos: “el galopar del corazón que tardaba en aquietarse, la ensoñación que nos hacía flotar como astronautas rumbo a la luna”. Jorge Martillo Monserrate ve alejarse a una Marilyn guayaca “la quiere detener en un puño pero es tan imposible como adueñarse del arco iris”. Aquel bohemio que hace poesía como se respira al contarnos el ayer conoce mejor que nadie cada rincón de la urbe, cada ola del mar, cada baldosa del cementerio. Nos deja de pronto “con un eclipse lunar en el pecho”. Guayaquil no acepta condiciones: uno pasa o se queda.

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