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domingo 27 de junio del 2010
Mágicas, ligeras, tranquilizan, difuminan lo que a veces el cuerpo no se atreve a gritar cuando nuestro ser se halla a flor de piel. Se ponen aéreas si dejan de ser extremidades prensiles ávidas de poseer, si los dedos no apuntan hacia el honor ajeno, si conocen de memoria el contorno del rostro amado, se deslizan por sus mejillas, rozan labios, si cerramos los ojos para adivinar una realidad que nuestros sentidos no logran captar, si hacen vibrar las cuerdas de un violín, el teclado de un piano, prenden la luz de una vela, detienen el instante, nos invitan a precipitarnos, corazón desbocado, en un abrazo eterno.
Beso tus manos, mujer, porque saben de fiebre, sudor, llagas, cicatrices, labor incesante, no se inmutan cuando recorren la topografía de un cuerpo plagado de penas indecibles, grietas, manchas inconfesables. Manos de aquella anestesista que tomó este mes en tres oportunidades mi rostro, como si hubiera sido nido frágil, para infundirme paz antes de que se volatilizase mi conciencia bajo las luces del quirófano.
Nuestra piel respira, suspira, se enrojece de vergüenza, cobardía, ira, miedo, pudor, manos que se crispan, se abren para volverse puertos, desvisten, desabrochan, desafían botones, liberan otra piel que de pronto florece, se expresa, dialoga, se yergue, desata la locura temporal de las neuronas, se asustan, se encabritan, se ponen agresivas, mansas, dulces, indefensas, ásperas, rebeldes, protegen el rostro de los golpes, sostienen el seno que da de lactar, cuentan la historia de una vida. Manos blanquísimas de aquella monjita que me enseñó a leer en un mundo que olía a incienso, ropas almidonadas, pasos de algodón, sutil silencio, rezos susurrados, manos que suplican, oran, se retuercen, ofrecen sus palmas al beso trémulo que las vuelve frágiles, de pronto hacen puño, se tornan fuertes, desafiantes, blanden protestas, imponen sus razones, mandan a callar el corazón, blanden un fusil para defender derechos, cosen, manejan autos o aviones, laboran, piden limosna, ofrecen su apoyo, empujan una silla de ruedas. A la hora del amor se maravillan, curiosean, domestican prendas, se alborotan, se convierten en playas donde encallan nuestros sueños. Nos trocamos en agua, piedra, espasmo en la primavera del cuerpo.
Ocultan ilusiones, revientan burbujas, desafían al cielo, sellan miradas que reventarían de impaciencia si fueran eternas. Transpiran, destilan, rezuman, se apergaminan con los años, se quedan quietas un buen día para el último rezo. Palpan, soban, hurgan, denuncian, teclean, firman, amasan, aplauden, rozan, rezan, sanan, son de mil usos, se desatan, violentan, protestan, detonan granadas suicidas, rompen cosas, vulneran, lastiman, hieren, gritan, suplican, piden, derraman, ofrecen, reclaman, lavan, planchan, cocinan, mecen, apaciguan, multiplican, aplastan lágrimas.
Pedimos tu mano, mujer, a la hora de desposarte. Tus labios besan pero tus manos se abandonan, se entregan para quedarse unidas a las nuestras, dedos entrelazados. Se vuelven nudo gordiano, se sueltan a la hora del rencor, vuelven a unirse. A veces cierran nuestros ojos a la hora del último sueño. ¡Cómo no amarte, mujer, si pusieron en tus palmas la clave de tantos milagros! “Y me vas descifrando sin más instrumentos que la ternura lenta de tus manos”.
Beso tus manos, mujer, porque saben de fiebre, sudor, llagas, cicatrices, labor incesante, no se inmutan cuando recorren la topografía de un cuerpo plagado de penas indecibles, grietas, manchas inconfesables. Manos de aquella anestesista que tomó este mes en tres oportunidades mi rostro, como si hubiera sido nido frágil, para infundirme paz antes de que se volatilizase mi conciencia bajo las luces del quirófano.
Nuestra piel respira, suspira, se enrojece de vergüenza, cobardía, ira, miedo, pudor, manos que se crispan, se abren para volverse puertos, desvisten, desabrochan, desafían botones, liberan otra piel que de pronto florece, se expresa, dialoga, se yergue, desata la locura temporal de las neuronas, se asustan, se encabritan, se ponen agresivas, mansas, dulces, indefensas, ásperas, rebeldes, protegen el rostro de los golpes, sostienen el seno que da de lactar, cuentan la historia de una vida. Manos blanquísimas de aquella monjita que me enseñó a leer en un mundo que olía a incienso, ropas almidonadas, pasos de algodón, sutil silencio, rezos susurrados, manos que suplican, oran, se retuercen, ofrecen sus palmas al beso trémulo que las vuelve frágiles, de pronto hacen puño, se tornan fuertes, desafiantes, blanden protestas, imponen sus razones, mandan a callar el corazón, blanden un fusil para defender derechos, cosen, manejan autos o aviones, laboran, piden limosna, ofrecen su apoyo, empujan una silla de ruedas. A la hora del amor se maravillan, curiosean, domestican prendas, se alborotan, se convierten en playas donde encallan nuestros sueños. Nos trocamos en agua, piedra, espasmo en la primavera del cuerpo.
Ocultan ilusiones, revientan burbujas, desafían al cielo, sellan miradas que reventarían de impaciencia si fueran eternas. Transpiran, destilan, rezuman, se apergaminan con los años, se quedan quietas un buen día para el último rezo. Palpan, soban, hurgan, denuncian, teclean, firman, amasan, aplauden, rozan, rezan, sanan, son de mil usos, se desatan, violentan, protestan, detonan granadas suicidas, rompen cosas, vulneran, lastiman, hieren, gritan, suplican, piden, derraman, ofrecen, reclaman, lavan, planchan, cocinan, mecen, apaciguan, multiplican, aplastan lágrimas.
Pedimos tu mano, mujer, a la hora de desposarte. Tus labios besan pero tus manos se abandonan, se entregan para quedarse unidas a las nuestras, dedos entrelazados. Se vuelven nudo gordiano, se sueltan a la hora del rencor, vuelven a unirse. A veces cierran nuestros ojos a la hora del último sueño. ¡Cómo no amarte, mujer, si pusieron en tus palmas la clave de tantos milagros! “Y me vas descifrando sin más instrumentos que la ternura lenta de tus manos”.
Dibujo de: Ami Plasse
Fuente: Diario el universo
Fuente: Diario el universo
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