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domingo 18 de julio del 2010
Leí durante estos últimos cuatro años todos los libros que estuvieron a mi alcance, revisé Google y Yahoo en varios idiomas, me aferré a sensaciones ambiguas que no tuviesen explicación aparente: olores insólitos, perfumes captados con absoluta lucidez sin posibilidad alguna de equivocación sensorial, análisis llevado a cabo con el más total escepticismo sin lograr solución satisfactoria. Me considero como cartesiano apegado al humanismo de Jesús, desconfío del fanatismo, pienso que nuestra misión en la Tierra es el amor al prójimo, el respeto a las opiniones ajenas. Me apena que muchos seres humanos desprecien credos que no sean el suyo. Hace poco el representante de un movimiento religioso cuyo nombre omitiré por ética me escribió que consideraba a Buda y Gandhi como payasos (¡hay 350 millones de budistas y 800 millones de hindúes en el mundo!). Es el tipo de correo al que, por respeto, no se debe contestar. Durante mi permanencia en África conocí a musulmanes admirables, verdaderos santos; honro todas las creencias que puedan unir a los humanos.
Comunicarnos con los muertos no resulta evidente mas podemos seguir amándolos. En la Biblia me topé con Eclesiastés (9-4): “Los que viven sabe que han de morir, mas los muertos no saben nada: no esperan premio pues su memoria se ha perdido. Amor, odio, envidia, para ellos ya no existen: no tendrán parte en lo que pasa debajo el sol”. Consulté El Corán, leí: “Después de que uno haya muerto y entrado en otra vida ya no podrá regresar”. Budismo, hinduismo y taoísmo defienden la causa de la reencarnación, posibilidad de superación que hace fantasear a cualquier idealista sin que tengamos pruebas contundentes para respaldar tan hermoso sueño.
Cualquier ser humano que ponga en práctica una positiva creencia, sea la que fuere, es digno de respeto. El tronco común de las religiones es el amor identificado como luz. Confucio escribió: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti” (Analectas 15-23). “Lo que no quieras para ti no lo hagas a nadie” (Tobías 4-15). “Cuanto queréis que los hombres os hagan, háganselo vosotros a ellos” (Mateo 7-12). Así piensan los judíos: “Lo que para ti es odioso, no se lo hagas a tu prójimo” (Talmud: Shabbat 31). Para los hindúes: “Esa es la suma de los deberes: no hagas a otros lo que te causaría dolor que te lo hicieran a ti” (Mahabharata 5-1517). “Un estado que para mí no es ni agradable ni gustoso, ¿cómo podría yo infligirlo a otro?” (Buda: Samiutta Nikaia v. 353). Ofrecería mi vida al instante si me dieran la posibilidad de volver a ver por unos segundos a la mujer a la que tanto extraño y cuya vida compartí durante cuarenta años. El “ama y haz lo que quieras” de San Agustín resulta exigente. La problemática respuesta se halla en la inteligencia de cada cual, no en lo que intentan meternos en la cabeza. Busco como ustedes, humildemente, la llave de la verdad. Intento imaginar la tierra desde lo infinito: sé lo insignificante que soy frente a 200 mil millones de estrellas.
Comunicarnos con los muertos no resulta evidente mas podemos seguir amándolos. En la Biblia me topé con Eclesiastés (9-4): “Los que viven sabe que han de morir, mas los muertos no saben nada: no esperan premio pues su memoria se ha perdido. Amor, odio, envidia, para ellos ya no existen: no tendrán parte en lo que pasa debajo el sol”. Consulté El Corán, leí: “Después de que uno haya muerto y entrado en otra vida ya no podrá regresar”. Budismo, hinduismo y taoísmo defienden la causa de la reencarnación, posibilidad de superación que hace fantasear a cualquier idealista sin que tengamos pruebas contundentes para respaldar tan hermoso sueño.
Cualquier ser humano que ponga en práctica una positiva creencia, sea la que fuere, es digno de respeto. El tronco común de las religiones es el amor identificado como luz. Confucio escribió: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti” (Analectas 15-23). “Lo que no quieras para ti no lo hagas a nadie” (Tobías 4-15). “Cuanto queréis que los hombres os hagan, háganselo vosotros a ellos” (Mateo 7-12). Así piensan los judíos: “Lo que para ti es odioso, no se lo hagas a tu prójimo” (Talmud: Shabbat 31). Para los hindúes: “Esa es la suma de los deberes: no hagas a otros lo que te causaría dolor que te lo hicieran a ti” (Mahabharata 5-1517). “Un estado que para mí no es ni agradable ni gustoso, ¿cómo podría yo infligirlo a otro?” (Buda: Samiutta Nikaia v. 353). Ofrecería mi vida al instante si me dieran la posibilidad de volver a ver por unos segundos a la mujer a la que tanto extraño y cuya vida compartí durante cuarenta años. El “ama y haz lo que quieras” de San Agustín resulta exigente. La problemática respuesta se halla en la inteligencia de cada cual, no en lo que intentan meternos en la cabeza. Busco como ustedes, humildemente, la llave de la verdad. Intento imaginar la tierra desde lo infinito: sé lo insignificante que soy frente a 200 mil millones de estrellas.
Dibujo de: Ami Plasse
Fuente: Diario el universo
Fuente: Diario el universo
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