Bernard Fougéres
domingo 13 de marzo del 2011
Recuerdo la canción de Mónica Naranjo: El amor y la posesión: “Libre porque quiero, libre porque tengo mi vida, ya no soy tu rehén”. Vuelve a mi memoria la frase de Albert Camus: “Todo lo que creemos poseer nos posee”. Experimentamos, sobre todo cuando nos embarga la soledad, la necesidad de aferrarnos a alguien, lo que al final significa depender, convertirnos en rehenes. Nadie es dueño de nadie. En la unión feliz nadie manda. El machismo, mecanismo de defensa, oculta inseguridad, busca dominar, exige recibir cuando el verdadero amor es todo lo contrario. Deberíamos llegar al don mágico que se resume en una simple frase: “Soy feliz porque te hago feliz”. Si una pareja pone en práctica esta ley, alcanzará la felicidad por mutua solidaridad. Era la filosofía de Marco Aurelio. Una persona encontrada por casualidad en la Catedral (¿existe la casualidad?) me recordó de pronto lo del emperador filósofo: “Cada vez que alguien comete una falta, medita acerca del concepto del mal y del bien que tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayas examinado eso tendrás compasión de él y ni te sorprenderás ni te irritarás contra él”.
Tenemos varias opciones para encarar la vida: la tolerancia que es la aceptación de las diferencias y el fanatismo que es la seudoposesión de la verdad. Desdichadamente, muchas religiones han caído en aquella trampa en vez de rescatar el tronco común a todas: el amor al prójimo. Recuerdo que el día tres de marzo se llevó a cabo el mahashivarati, noche del dios hindú Shiva: fue la ceremonia del fuego, pero sobre todo el despertar espiritual. Nunca asistí a este evento mas me infunde respeto esta búsqueda de la sintonía universal, única posibilidad que tenemos quienes vivimos en este planeta de impedir su destrucción. Agni hotra viene a ser un estilo de vida. Si agni significa fuego (ignis en latín) no deja de recordarme que agni para los cristianos evoca al Cordero de Dios (Agnus Dei) símbolo de paz y mansedumbre.
Al buscar la posesión del ser amado equivocamos el camino, llegamos a sufrir porque estamos pendientes de lo que podemos recibir en vez de empeñarnos en dar. Podemos perder lo que creemos poseer pues la vida es frágil. Muchos seres se nos acercan. Los mails que recibo son frecuentes tareas que el destino me propone. Aunque no la poseemos podemos obsequiar la felicidad, es el extraño milagro. Eso de llegar a ser un solo cuerpo no elimina la personalidad propia, la individualidad. Los seres humanos que se aman son como las manos que se unen para rezar pero necesitan abrirse para poder entregar, dar, repartir. En este sentido, la iluminación budista se vuelve estado de conciencia superior, caminata hacia lo ideal, compasión infinita, conexión con todo lo que vive, amor sublimado.
Aunque me suene a sueño, me fascina la idea de la posible reencarnación para poder escalar los diversos grados de la sabiduría y por ende del amor mismo. No basta una vida para saber amar, compartir la misma libertad, confiar ciegamente en alguien más allá del tiempo y del espacio.
Tenemos varias opciones para encarar la vida: la tolerancia que es la aceptación de las diferencias y el fanatismo que es la seudoposesión de la verdad. Desdichadamente, muchas religiones han caído en aquella trampa en vez de rescatar el tronco común a todas: el amor al prójimo. Recuerdo que el día tres de marzo se llevó a cabo el mahashivarati, noche del dios hindú Shiva: fue la ceremonia del fuego, pero sobre todo el despertar espiritual. Nunca asistí a este evento mas me infunde respeto esta búsqueda de la sintonía universal, única posibilidad que tenemos quienes vivimos en este planeta de impedir su destrucción. Agni hotra viene a ser un estilo de vida. Si agni significa fuego (ignis en latín) no deja de recordarme que agni para los cristianos evoca al Cordero de Dios (Agnus Dei) símbolo de paz y mansedumbre.
Al buscar la posesión del ser amado equivocamos el camino, llegamos a sufrir porque estamos pendientes de lo que podemos recibir en vez de empeñarnos en dar. Podemos perder lo que creemos poseer pues la vida es frágil. Muchos seres se nos acercan. Los mails que recibo son frecuentes tareas que el destino me propone. Aunque no la poseemos podemos obsequiar la felicidad, es el extraño milagro. Eso de llegar a ser un solo cuerpo no elimina la personalidad propia, la individualidad. Los seres humanos que se aman son como las manos que se unen para rezar pero necesitan abrirse para poder entregar, dar, repartir. En este sentido, la iluminación budista se vuelve estado de conciencia superior, caminata hacia lo ideal, compasión infinita, conexión con todo lo que vive, amor sublimado.
Aunque me suene a sueño, me fascina la idea de la posible reencarnación para poder escalar los diversos grados de la sabiduría y por ende del amor mismo. No basta una vida para saber amar, compartir la misma libertad, confiar ciegamente en alguien más allá del tiempo y del espacio.
Dibujo de: Thomas Thorspecken
Fuente: Diario el universo
No hay comentarios:
Publicar un comentario