domingo, 20 de marzo de 2011

¿Es el tsunami castigo de Dios?


Bernard Fougéres

domingo 20 de marzo del 2011
Rechazo la imagen del Dios implacable empeñado en amenazar. Solo puede ser suma positiva de todas las posibilidades: amor absoluto, justicia absoluta, bondad absoluta. Me apena oír a predicadores callejeros blandiendo la espada, hablando del fuego que tortura sin consumir, castigo que no tiene fin cuando el espacio o el tiempo terrenal son insignificantes. Las imágenes que da del infierno el último mensaje de Fátima respaldan aquella idea del fuego eterno. Tsunami, temblores, terremotos no son novedades: 830.000 muertos en Shaanxi, China (año 1556), 700.000 muertos en Tan Shan (1976), 227.898 en Sumatra (2004), 200.000 muertos en Hayuan (1920), 143.00 muertos en Kanto, Japón (1923). Lo de Santorini (1650 años antes de Cristo) acabó con toda una civilización. La peste negra que asoló el Viejo Continente en la Edad Media puede haber causado entre 25 y 75 millones de muertos, según fuentes variables que recuerda Google (la Tierra tenía quinientos millones de habitantes, ahora somos seis mil millones). Las diez plagas que cayeron sobre Egipto fueron atribuidas a la ira de Dios. Supongo que el VIH también.

Visto desde el espacio, nuestro planeta ni siquiera es un grano de arena. El universo se halla en perpetua expansión. Nosotros colaboramos sin reparo a la paulatina destrucción del planeta azul. Si no se produce un despertar espiritual masivo, si seguimos con el consumismo salvaje, si consideramos que la felicidad se halla en lo que poseemos, si nos sentimos superiores por el color de la piel, la supuesta inteligencia, la cuenta bancaria, los oropeles con los que vestimos nuestra infantil vanidad (Gucci no proporciona necesariamente inteligencia a quien lleva sus prendas, las alhajas no aumentan el valor de nuestra personalidad), nos vamos al despeñadero.

Si no tomamos conciencia de nuestra mortalidad al ver fallecer parientes, amigos, víctimas de desastres ecológicos, enfermedades, accidentes, seguiremos bailando sobre el volcán. La irresponsabilidad humana es total, el peligro nuclear que amenaza Japón es la punta del iceberg. Tokio se halla tan cerca.

Lo esencial no es saber lo que Dios puede hacer por nosotros sino cumplir con lo que está en nuestras manos: “Ayúdate, el cielo te ayudará”. La frase es de Benjamin Franklin; no aparece en la Biblia, lo que no le impide ser acertada. Siendo soñador guardo la esperanza del despertar colectivo. No hemos progresado tanto en lo espiritual desde la prehistoria, el hombre sigue siendo un lobo para el hombre, el amor se limita a un erotismo instintivo mal entendido, ya no sabemos lo que significa sublimar. La búsqueda del placer inmediato mata la inmensa felicidad de quienes no saben lo maravillosa que puede ser la espera, lo bella que puede ser la vida si no se vuelve carrera desbocada, lo increíble que puede ser el acercamiento amoroso frente al instintivo atropello: “Cada día podrás sentarte más cerca” (El Principito). Mafalda remata: “¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?”. Dios es silencio o es la voz de todo y de todos. “Más que planeta este es un inmenso conventillo espacial” (Mafalda).

Dibujo de: Thomas Thorspecken

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