Yela Loffredo de Klein y su hija Denisse Klein. |
Bernard Fougéres
Pues sí... aquel nombre nació para mí hace muchísimos años cuando volviendo de Marruecos, cruzando España con mi automóvil, me detuve en la posada de un pueblito minúsculo llamado Yela cerca de Guadalajara, hasta que de pronto apareció en mi camino una mujer insólita casada con un ciudadano alemán de entrañable personalidad: Paul Klein, no solo por ser él excelente ajedrecista, hombre de vasta cultura, padre lúcido, sino dilecto amigo con quien jugaba ping-pong en su casa de Las Peñas. Mi primer recuerdo se remonta al año 1965, cuando siendo director de la Alianza Francesa invité a exponer en nuestros salones de P. Ycaza y Pichincha a una mujer que conocía a través de sus esculturas y mediante almuerzos, donde se preparaba el chucrut alemán (col blanca fermentada en salmuera servida con varios tipos de embutidos, jamón, pecho de cerdo) que todavía canta en mi paladar.
La personalidad de Yela es insólita pues en ella congenian voluntad de hierro, gentileza inagotable, talento creador sorprendente, sentido del humor a prueba de balas, delirante optimismo. Rodolfo Pérez Pimentel contó como nadie la historia casi novelesca de aquella mujer cuyo padre murió de infarto mientras la madre perecía en el terremoto de 1942 (Yela tenía 18 años). Cuando la visité en la clínica Panamericana, se mofaba de su infarto como si hubiera sido simple migraña. En aquel entonces yo balbuceaba incipientes frases de castellano. Aprendí de ella mis primeras palabras altisonantes cuando se le cayó en el pie derecho el pedestal de una escultura. Pues amo de igual manera a esta Yela escultora, artista, líder, como amo a la que oí carajear unas cuantas veces en circunstancias adversas. Ni ella ni yo creemos en las llamadas “malas palabras” que solo ofenden a los puritanos fermentados, las mentes pequeñas, pero alivian el estrés de quienes tenemos otras motivaciones para escandalizarnos.
Yela no tiene edad. Para mí es una sucesión de vivencias, la puedo recordar, amar, tal como fue en cada una de las cinco décadas que pude recorrer con ella. Su cuerpo puede haber cambiado mas nunca me quedé en la envoltura de la gente, tan esencial ahora cuando muchas veces no tiene mucho que ocultar. Detrás de aquella corteza había un árbol frondoso que extendería sus ramas dando a luz a cuatro hijas y un varón, cada uno de ellos brillando en la actualidad con luz propia.
Yela es transparente, directa en el hablar, bromista en las peores circunstancias. Ser su amigo es un privilegio. Otros hablarán de su talento multifacético, prefiero despertar los recuerdos que dejan en mí aquella humildad a prueba de condecoraciones, calidez humana que ignora tabúes, hipocresía, amargura, chismes, vanidad de la ostentación social. Hablar de Las Peñas es nombrarla, valorar su apoyo irrestricto a los artistas, pues podría seguir laborando como nadie en los años de vida que le quedan. La veo más llena de ilusiones que muchos imberbes. Conocí a Bo Derek en Casa di Carlo cuando ya se había vuelto la mujer siete; para mí, Yela sigue siendo la mujer diez, una de las pocas a las que siempre podré decir “te amo”.
La personalidad de Yela es insólita pues en ella congenian voluntad de hierro, gentileza inagotable, talento creador sorprendente, sentido del humor a prueba de balas, delirante optimismo. Rodolfo Pérez Pimentel contó como nadie la historia casi novelesca de aquella mujer cuyo padre murió de infarto mientras la madre perecía en el terremoto de 1942 (Yela tenía 18 años). Cuando la visité en la clínica Panamericana, se mofaba de su infarto como si hubiera sido simple migraña. En aquel entonces yo balbuceaba incipientes frases de castellano. Aprendí de ella mis primeras palabras altisonantes cuando se le cayó en el pie derecho el pedestal de una escultura. Pues amo de igual manera a esta Yela escultora, artista, líder, como amo a la que oí carajear unas cuantas veces en circunstancias adversas. Ni ella ni yo creemos en las llamadas “malas palabras” que solo ofenden a los puritanos fermentados, las mentes pequeñas, pero alivian el estrés de quienes tenemos otras motivaciones para escandalizarnos.
Yela no tiene edad. Para mí es una sucesión de vivencias, la puedo recordar, amar, tal como fue en cada una de las cinco décadas que pude recorrer con ella. Su cuerpo puede haber cambiado mas nunca me quedé en la envoltura de la gente, tan esencial ahora cuando muchas veces no tiene mucho que ocultar. Detrás de aquella corteza había un árbol frondoso que extendería sus ramas dando a luz a cuatro hijas y un varón, cada uno de ellos brillando en la actualidad con luz propia.
Yela es transparente, directa en el hablar, bromista en las peores circunstancias. Ser su amigo es un privilegio. Otros hablarán de su talento multifacético, prefiero despertar los recuerdos que dejan en mí aquella humildad a prueba de condecoraciones, calidez humana que ignora tabúes, hipocresía, amargura, chismes, vanidad de la ostentación social. Hablar de Las Peñas es nombrarla, valorar su apoyo irrestricto a los artistas, pues podría seguir laborando como nadie en los años de vida que le quedan. La veo más llena de ilusiones que muchos imberbes. Conocí a Bo Derek en Casa di Carlo cuando ya se había vuelto la mujer siete; para mí, Yela sigue siendo la mujer diez, una de las pocas a las que siempre podré decir “te amo”.
Fuente: Diario el universo
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