Bernard Fougéres
domingo 09 de octubre del 2011
Quienes poseen la fe religiosa no admiten preguntas. Para ellos Dios existe, hay otra vida después de esta, no queda lugar para la duda. Viví durante cinco años la fe de los musulmanes, conocí en Marruecos seres de un valor humano extraordinario. Conozco católicos, adventistas, testigos de Jehová, budistas, dignos de admiración, sin ínfulas ni fanatismo. Creo que la fe es humilde. Si desprecia a otra, es abominable porque es negación del amor universal. Hay obras que son caminos de luces: El Libro Tibetano de la vida y la Muerte, de Sogyal Rimpoche, el Nuevo Testamento, lo que escribió Elizabeth Kübler Ross, Muchas vidas muchos maestros, de Bryan Weiss, El destino de las almas, de Michael Newton, Vida después de la vida de Ramón Moody. Leo lo que más pueda, busco la verdad, nadie es dueña de ella. Lo importante no es que usted salga de una catedral, una mezquita, el Salón del Reino, una pagoda, una sinagoga sino en qué se transforma al salir de allí. Las obras son amor, la fe que no actúa es vana. Existe un solo mandamiento: amar.
Hay quienes no practican una religión mas creen en el humanismo: amor al prójimo, justicia, perdón, belleza, generosidad, abnegación, amar a nuestros enemigos. Las preguntas se vuelven angustiosas, desesperantes: ¿Existe Dios? ¿Hay otra vida después de esta? Centenares de personas me escriben, me hablan, otras intentaron convertirme a su creencia pero eso jamás me ayudó, peor cuando su fe no fue coherente o me lastimaron. En vez de acercarme a su convicción me alejaron de ella.
Algo en mí, fuera de las religiones, filosofías, me impulsa a ver como necesidad la existencia de un ser al que no puedo imaginar pero que podría ser la suma de todas las posibilidades. Me duele que existan personas que desprecien a quienes no compartan su misma fe, que un católico no pueda ser amigo de un musulmán. Si existe Dios, es uno solo, más allá de todo. No veo por qué un budista que ignora totalmente lo que es un rosario, un católico que jamás leyó El Corán, los libros confucionistas, el Bahavad Gita, deben ignorarse en vez de amarse buscando la misma verdad bajo luces diferentes. “No puedo creer que este reloj exista y no tenga relojero”, dijo el escéptico Voltaire (jamás fue ateo). Uno de los libros que más me marcaron es justamente el Tratado sobre la tolerancia, de aquel escritor. Una parte es casi una oración a Dios.
Mi pregunta más apremiante: ¿Por qué Beethoven, Mozart, Bach, Leonardo Da Vinci, Goya, todos los demás genios? ¿Por qué aquel casi instinto que tiene el hombre de buscar belleza doquiera: las estrellas, la naturaleza, millones de maravillas creadas desde que llegó el ser humano a la Tierra? Me rebelo con tan solo pensar que no exista una justicia imperativa, no concibo que reciban el mismo trato la Madre Teresa, el Monstruo de los Andes, Camargo, Adolfo Hitler, San Francisco de Asís. Mi alma exige coherencia en aquel universo tan perfecto. “Ama y haz lo que quieras”. San Agustín hablaba obviamente de un amor sublimado.
Dibujo de: Lynne Chapman
Fuente: Diario el universo
No hay comentarios:
Publicar un comentario