Bernard Fougéres
domingo 02 de octubre del 2011
Mis lectores me sorprenden. Su abundante correo trae confidencias, soledad, penas al granel, estrés, dramas, también esperanza, valores añorados. Hay normas de vida inmutables, pertenecen al humanismo, no tienen necesaria vinculación con las religiones. Recuerdo que “la letra muere, el espíritu vivifica” (Corintios 3:6). El problema del mundo actual no es el abandono frecuente de una religión sino el apego exclusivo a la letra: ritos, ceremonias, preceptos relacionados con el ayuno (Cuaresma, ramadán) o la comida en sí. Los musulmanes y los judíos no ingieren carne de cerdo porque la Tora, Antiguo Testamento, lo prohibió para evitar la triquinosis, enfermedad incurable en la antigüedad. Lo importante no es la letra ni tampoco las prácticas de las diversas creencias sino el cultivo constante de los valores eternos: amor al prójimo, solidaridad, facilidad para perdonar. Recuerden el trillado refrán: es mejor abrir las manos para dar que juntarlas para rezar, siendo ideal adoptar ambas costumbres. Creo que siempre sale crecido el ser humano capaz de perdonar, olvidar, tolerar imperfecciones; mientras el rencor, el odio, el resentimiento, la venganza van envenenando el alma, fomentando división. Nunca he sentido tanta alegría como cuando logré convertir en amigo a un enemigo gratuito. Luego el culto a la belleza, a la transparencia, la sublimación de la sensualidad, el apego a la justicia, la lealtad, la honestidad (sobre todo con uno mismo, pues no resulta tan sencilla). La generosidad nos vuelve más abiertos hacia los demás, la búsqueda de nuestra propia felicidad requiere que hagamos felices a quienes nos rodean.
Cuando tomamos conciencia de nuestros errores, imperfecciones, falta de tolerancia, indiferencia, inconstancia inmotivada en nuestros afectos, estamos avanzando en el camino del humanismo. No es nada fácil encontrar la reacción adecuada cuando nos lastiman, actúan con nosotros de un modo ilógico, contradictorio. Lo esencial es restablecer la paz dentro de nosotros mismos. El instante más hermoso de la liturgia cristiana es aquella forma de compartir la paz en un abrazo, un apretón de mano, siempre cuando se haga con transparencia, espontaneidad y no como rutina. Los judíos dicen shalom; los árabes, salam (en hebreo salem). El amor es cuando dos seres comparten una intensa paz interior. La paz convertida en perdón es paño tibio para el alma. Miles de veces durante cinco años habré dicho assalaam aleikum uniendo la idea de la paz y la de Dios, y me contestaban wa aleikum assalaam. La palabra de despedida era beslama (que la paz te acompañe). Acoto todo aquello porque tuve muchos amigos musulmanes, respeté sus creencias hasta compartir con ellos el ayuno del ramadán. El mundo se muere de desamor porque no sabemos amar ni lo intentamos, no escuchamos, no damos la mano, estamos totalmente concentrados en nuestras ansias de consumismo. Nada es tan reconfortante como un abrazo: “Toma mi mano, nunca más estará sola”. La ternura nos sobrecoge frente a los cachorritos, los bebés, los seres indefensos. El planeta se muere de desamor a pesar de tantas religiones. Defendamos los valores eternos, aprendamos a mirarnos a los ojos. Perdamos el temor de decir “lo siento”. Perdonar es de almas grandes.
Cuando tomamos conciencia de nuestros errores, imperfecciones, falta de tolerancia, indiferencia, inconstancia inmotivada en nuestros afectos, estamos avanzando en el camino del humanismo. No es nada fácil encontrar la reacción adecuada cuando nos lastiman, actúan con nosotros de un modo ilógico, contradictorio. Lo esencial es restablecer la paz dentro de nosotros mismos. El instante más hermoso de la liturgia cristiana es aquella forma de compartir la paz en un abrazo, un apretón de mano, siempre cuando se haga con transparencia, espontaneidad y no como rutina. Los judíos dicen shalom; los árabes, salam (en hebreo salem). El amor es cuando dos seres comparten una intensa paz interior. La paz convertida en perdón es paño tibio para el alma. Miles de veces durante cinco años habré dicho assalaam aleikum uniendo la idea de la paz y la de Dios, y me contestaban wa aleikum assalaam. La palabra de despedida era beslama (que la paz te acompañe). Acoto todo aquello porque tuve muchos amigos musulmanes, respeté sus creencias hasta compartir con ellos el ayuno del ramadán. El mundo se muere de desamor porque no sabemos amar ni lo intentamos, no escuchamos, no damos la mano, estamos totalmente concentrados en nuestras ansias de consumismo. Nada es tan reconfortante como un abrazo: “Toma mi mano, nunca más estará sola”. La ternura nos sobrecoge frente a los cachorritos, los bebés, los seres indefensos. El planeta se muere de desamor a pesar de tantas religiones. Defendamos los valores eternos, aprendamos a mirarnos a los ojos. Perdamos el temor de decir “lo siento”. Perdonar es de almas grandes.
Dibujo de: Cathy Gatland
Fuente: Diario el universo
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