Bernard Fougéres
domingo 15 de enero del 2012
El desarrollo tecnológico rodea el miserable yo de múltiples cosas que permiten prescindir de los demás. Somos islas, aplastamos las teclas de la computadora, números del dial satisfaciendo imprescindibles contactos. Los ojos han perdido expresividad, hemos inventado palabras como “mensajear”, descubierto el clic. Internet nos entrega el correo en bandeja de entrada, entre mails no deseados o eliminados.
Confundimos la falta de amor con aquel egoísmo que nos impulsa al descuido frente a lo que sienten o piensan los demás. No es que el mundo esté lleno de odio sino que impera la indiferencia, cada individuo viviendo dentro de su propia burbuja. En cualquier idioma gritamos “I need you, te necesito. j´ai besoin de toi”. Cada ser humano busca rima, eco, resonancia, puerto, refugio. La peor desgracia consiste en no amar, no sentirnos amados.
Escasean las relaciones interpersonales: se enfrían, se marchitan, se resquebrajan. Tenemos grandes ideales de paz, de justicia pero nos dejamos llevar por el desamor. Impera la inflación, queremos recibir más de lo que damos. El te amo se convirtió en urgencia visceral que va carcomiendo. John Lennon lo cantó: All you need is love: “No hay nada que puedas saber que no se sepa, nada que puedas ver que no se haya visto, ningún lugar adonde puedas estar que no sea donde tienes la intención de estar. Es fácil: todo lo que necesitas es amor”.
Hemos perdido la cortesía, el misterio, el pudor de las palabras, la intuición, la empatía, el deseo de ser parte de otra persona, cortado el hilo de la comunicación, creado interferencias, abolido la urgencia del diálogo. Nos sulfuramos por tonterías, no aceptamos críticas. Deshacemos el amor en vez de tejerlo, se vuelve tacaño, mezquino, se queja de su pobreza pero se embriaga con posesiones materiales suntuosas. Hemos olvidado que el amor es construcción diaria por el resto de nuestra vida, lo esperamos en la vereda como se hace cola para el autobús. Nos cuesta caminar hacia donde mora el sortilegio, espera el hechizo, florece el prodigio, brota la encantación, surge el embrujamiento. Ya no sabemos domesticar, acercándonos con cautelosa ternura. Queremos todo de inmediato. Entre lisonjas y piropos, claro está, el asunto no dura mucho. “¡Qué lindo cutis! ¡Qué lindos ojos!”. Son amores de pacotilla. ¿A quién le interesa bucear en el alma si el amor se queda a flor de piel o de requiebro.
En la época medieval nació el amor cortés pero naufragan Romeo y Julieta, Tristán e Isolda. El divorcio se volvió aspirina para conseguir indiferencia, laxante para eliminar el lirismo. Solo tenemos una delgada tajada de afecto que no deja la relación afectiva florecer a largo plazo. El aborto se vuelve solución cuando el amor pisoteado, convertido en estorbo, llora en un rincón. La felicidad se quiere posesión. En vez de te amo decimos te tengo. Los detalles son lo de menos, las atenciones delicadas lucen como manifestaciones afeminadas. El desamor, busca aquella luz que todo lo vuelve mágico. “Casi todos sabemos querer pero pocos sabemos amar”. Besos venales, no veniales.
Confundimos la falta de amor con aquel egoísmo que nos impulsa al descuido frente a lo que sienten o piensan los demás. No es que el mundo esté lleno de odio sino que impera la indiferencia, cada individuo viviendo dentro de su propia burbuja. En cualquier idioma gritamos “I need you, te necesito. j´ai besoin de toi”. Cada ser humano busca rima, eco, resonancia, puerto, refugio. La peor desgracia consiste en no amar, no sentirnos amados.
Escasean las relaciones interpersonales: se enfrían, se marchitan, se resquebrajan. Tenemos grandes ideales de paz, de justicia pero nos dejamos llevar por el desamor. Impera la inflación, queremos recibir más de lo que damos. El te amo se convirtió en urgencia visceral que va carcomiendo. John Lennon lo cantó: All you need is love: “No hay nada que puedas saber que no se sepa, nada que puedas ver que no se haya visto, ningún lugar adonde puedas estar que no sea donde tienes la intención de estar. Es fácil: todo lo que necesitas es amor”.
Hemos perdido la cortesía, el misterio, el pudor de las palabras, la intuición, la empatía, el deseo de ser parte de otra persona, cortado el hilo de la comunicación, creado interferencias, abolido la urgencia del diálogo. Nos sulfuramos por tonterías, no aceptamos críticas. Deshacemos el amor en vez de tejerlo, se vuelve tacaño, mezquino, se queja de su pobreza pero se embriaga con posesiones materiales suntuosas. Hemos olvidado que el amor es construcción diaria por el resto de nuestra vida, lo esperamos en la vereda como se hace cola para el autobús. Nos cuesta caminar hacia donde mora el sortilegio, espera el hechizo, florece el prodigio, brota la encantación, surge el embrujamiento. Ya no sabemos domesticar, acercándonos con cautelosa ternura. Queremos todo de inmediato. Entre lisonjas y piropos, claro está, el asunto no dura mucho. “¡Qué lindo cutis! ¡Qué lindos ojos!”. Son amores de pacotilla. ¿A quién le interesa bucear en el alma si el amor se queda a flor de piel o de requiebro.
En la época medieval nació el amor cortés pero naufragan Romeo y Julieta, Tristán e Isolda. El divorcio se volvió aspirina para conseguir indiferencia, laxante para eliminar el lirismo. Solo tenemos una delgada tajada de afecto que no deja la relación afectiva florecer a largo plazo. El aborto se vuelve solución cuando el amor pisoteado, convertido en estorbo, llora en un rincón. La felicidad se quiere posesión. En vez de te amo decimos te tengo. Los detalles son lo de menos, las atenciones delicadas lucen como manifestaciones afeminadas. El desamor, busca aquella luz que todo lo vuelve mágico. “Casi todos sabemos querer pero pocos sabemos amar”. Besos venales, no veniales.
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