Bernard Fougéres
domingo 01 de enero del 2012
No podemos detener la piedra una vez lanzada. Huelgan arrepentimientos una vez hecho el daño. La ventana que rompió el guijarro puede ser renovada, la llaga que mortificó la piel puede sanarse sin dejar cicatriz mas los moretones en el alma suelen empollarse en el subconsciente. No existe ser humano que no haya sido golpeado por el duelo irreparable, el amor inextinguible, la decepción impensable. Sigo creyendo en sentimientos que perduran, no concibo haber amado luego olvidado. Conviven en mi alma rostros que mis manos acariciaron durante años, momentos en los que paralicé el planeta. Amar es detener el tiempo, lo que hace la cámara fotográfica. Tan solo mirada, copa de vino, roce casual, simple parpadeo.
Mi computadora recepta múltiples mensajes de ustedes: angustias, frustraciones, reclamos frente a una vida que los atropella, VIH, traiciones, pesadillas económicas, deudas impagables, impulsos al suicidio, amores pisoteados, crisis de fe, dudas, rebeldía, sentimientos imposibles entre personas que se compenetran desde el alma pero se enfrentan con vertiginosas diferencias de edad por culpa de la caprichosa vida.
Nos envanecen satisfacciones intelectuales, emociones artísticas, intentamos frenar surcos burilados en nuestra piel. Si acudimos donde el cirujano para fabricar un rostro nuevo perdemos a veces nuestra identidad, su capacidad expresiva. En el fondo tenemos las arrugas que merecemos, sean de alegría, malicia, picardía, amargura, tristeza, angustia. El tiempo es el mejor de todos los escultores.
Me sucedió lastimar sin querer o sin recordar. Me lo hicieron notar, intenté redimirme con una atención, un ramo de flores, una nota de afecto, un gesto. A veces funcionó, otras no porque me malinterpretaron o tenían un corazón duro. Creo que lo esencial es agotar esfuerzos para reparar errores, remendar fallas. Solo somos seres humanos. Cuando culmina un año es bueno hacer un balance de nuestras equivocaciones, recordar aquellos momentos en que fuimos injustos aunque hayamos actuado de buena fe. Hagamos lo que nos parezca acertado sin esperar que se nos entienda, sin anhelar que se nos conteste, sin arrepentirnos de algo que fue hermoso en su momento. Hay seres humanos cuya ternura me recuerda la de míticos ángeles. Tuve el privilegio de conocer a varios. Desparraman dulzura, lo comprenden todo, lo perdonan todo, no juzgan a nadie, su capacidad afectiva es inagotable, aman más allá de la muerte.
Creo que existe una vida paralela a la que nosotros gastamos, es aquella donde apuntamos tropiezos para no repetirlos en caso que hubiera otra existencia después de esta. No creo en la eternidad de los seres, mas sí en la de ideas o sentimientos. Eduardo Peña Triviño reunió en su concepto del humanismo a seres tan diversos como Catulo, Catón, Teilhard de Chardin, Goethe, Proust, Emma Bovary, Werther, Adriano, Quijote, Ekhnaton, San Agustín, todos apasionados de la vida, incansables buscadores. Omitió al humanísimo Seneca cuyas Letras a Lucilius son mi libro de cabecera. Lo considero más importante que Sócrates. El humanismo verdadero solo considera como pecado que lastimemos a los demás: cualquier monólogo, diálogo, tetrálogo, decálogo brota de ahí. Si dos se besan, cambian el mundo.
Foto de: Amaury Martinez
Fuente: Diario el universo
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